sábado, octubre 20, 2012

Sonda


Hay señales queriendo entrar por las ventanas de las casas,
las puertas de las casas, cualquier agujero de las casas
donde tejer en sus vacíos mensajes increíbles de las bocas del espectáculo,
gramáticas devoradoras de la percepción que ondulan voces emitidas ya no se sabe bien por quiénes;
hay señales corriendo por los nervios ciáticos de la columna social de hombres vivos o ectoplasmas
—pues incluso los fantasmas han sido alcanzados por las ondas dominantes—
que producen fantasías con altos niveles de efectividad en las conductas;
y crujen, crujen las señales incluso en las oscuras piernas tatuadas apoyadas en las mías,
señales de radio y de tv en nuestros sexos,
señales vomitadas por una ballena más que blanca;

captadas por esas mismas almas que renacen en la primavera para perfumar con su olor a tumba los boliches,
resentidos por la invasión del mosquerío,
van y vienen doloridos, tocan la bocina en la avenida, tocan la puerta de su jefe, tocan sus bombos de teflón si las señales transmiten el mandato;
pequeños caníbales golpeando con los huesos de sus casas propias o alquiladas
una aparente superioridad sobre el resto de las verdades programadas;

hay señales eléctricas que, así como mueven zombies, mueven árboles;
estos no habían muerto, sólo se mantuvieron quietos durante un tiempo,
agazapados en nuestras veredas esperando la oportunidad
como ahora que sus troncos acorazados han sigo inyectados por la droga de los poderes
y sin más rompen baldosas sus raíces enterradas hace un siglo en las napas de sangre de las guerras fratricidas,
árboles antiguos, conservadores, respetuosos de sus mitos, creencias y banderas,
viajaron lentamente a una velocidad peligrosa hasta nuestros hogares con familias tipo,
abrieron terribles sus copas como antenas de cuchillos,
recibieron las señales y las retransmitieron,
penetraron ojos de cerradura con flores que, afuera, dan alergias a los neuróticos; adentro, dan brotes a los psicóticos;
hoy sus ramas estiran hasta el último ambiente brazos vegetales que han derribado muchos muebles y empalado muchos culos;

hay señales que todo vuelven planta,
todo el pueblo vuelve estado vegetativo en sus frecuencias tentadoras,
repetidamente buscan tierra y buscan sol,
buscan agua día y noche para saciar su sed interminable de lenguas quemadas en alcohol y sales finas,
y los que no se entregan, desean quemarlo todo con sus espíritus rebeldes, pero el fuego les ha sido negado desde sus infancias educadas en historias convenientes;
yo no sé si entregarme o prenderlo fuego todo con el fuego que no tengo;

hay señales que no puedo interpretar y sin embargo me dominan;
que sea lo que Dios quiera;
me quedo en la cama aplicándome inyecciones de corticoides y diclofenac,
dando vueltas en la calesita rectangular con las sortijas caídas en el sueño,
montado a caballito o metido en un autito,
ya no quedan posiciones para el dolor de la columna;

hay señales en el piso, en las paredes y en el techo,
y de tanto mirar el techo la lamparita se ha quemado,
así que he descubierto que todavía le queda algún poder a mi personalidad;
cierro los ojos e intento concentrarme en la liberación,
pero no pasa nada ni nadie,
bien o mal sigo aplastado contra el féretro de goma espuma y avanzo temas en el reproductor;

hay energías que me llevan a la muerte,
igual que a todos me trasladan en sus vagones invisibles por las vías que no se tocan ni siquiera en el infinito,
vías siempre paralelas para un viaje que nunca llega,
la muerte no llega porque las señales abren más paréntesis
(explicaciones, didácticas, calificaciones, atributos)
y entonces parece más tarde de lo que es;
hoy, como ayer, el día no concuerda con el reloj,
como tampoco concuerdo yo con lo que pienso.

Hay música, sin embargo, filtrada en las señales.
¿Hay un médico a bordo?
Un hombre está a punto de parir,
sí, un hombre.
Los pájaros han encendido fuegos sobre las puntas de los postes y en la calle brilla la espera;
mi memoria se renueva dentro mientras caen pedazos de paredes,
lecciones de la escuela primaria y citas bíblicas de la catequesis parroquial,
éstas últimas de mis personajes favoritos cuyos nombres empezaban con la jota igual que el mío, Juan: Jonás y Job.

Hay señales musicales que no sé si son propias o ajenas
pero en definitiva qué se puede hacer salvo escuchar canciones,
si en la cama un pararrayos –mi cuerpo- toma de la noche
la luz de las estrellas, la luz de Dios o la luz de las ideas,
ya no importa qué utopía ha sido consumida en señales y comunicaciones
cuando es el dolor la antena que recibe las noticias.

sábado, septiembre 08, 2012

En la noche de los niños

No volaban las palomas, no volaban los murciélagos,

era de noche por la oscuridad más que por la hora,
el día jamás había existido en las memorias agitadas
de las niñas y los niños golpeados por sus padres;
todos corrían por los bosques de antenas y de torres
cuando llovía a cántaros el agua fantasmal
una lluvia que no tenía padre ni madre como ellos,
que no era de las nubes porque no había nubes,
que no era del cielo porque no había cielo;
los chicos corrían sin gravedad por la colectora;
parecían astronautas flotando en la General Paz;
con sus trajes agujereados por meteoritos y asteroides
viajaban en la zanja cirujas infantiles del espacio;
de las respiraciones y del viento cada uno, uno solo,
todos, uno, solos, por las calles olvidadas,
perseguidos por látigos, puños y alfileres,
no volaban, pero saltaban; no peleaban, pero corrían;
allá se iban; yo los vi, porque también corrí con ellos:
nos arrojaban lo primero que encontraban,
si era un plato, si era un libro, no importaba,
cualquier objeto de la civilización era bienvenido
contra las cabezas de los niños escapando
en las calles, en la escuela y en el mundo,
cuando los animales no se atrevían a salir,
salvo los perros, nuestros queridos perros de la infancia,
que corrían por inercia, o compañerismo;
ellos te reconocían como hermano si te echabas a correr,
y por más domesticadas que pudieran haber sido sus vidas,
se desataban a campo abierto como lobos,
junto a nosotros, uno, todos,
por las banquinas que recuerdo;
fuimos un coro de ladridos y gritos infantiles,
fuimos rayos eléctricos provenientes de otros años luz,
fuimos una montonera de piernitas mal alimentadas,
condenados a muerte que se habían escapado
en las noches de los niños y los perros sus hermanos,
sin patria, sin familia ni dios,
al costado de la Capital una avenida
estómago vacío y corazón.
 

lunes, agosto 20, 2012

La emoción


Códigos y lenguajes para leer más literatura*

La amplia consigna de esta mesa me sugería, en principio, hablar de los soportes y modos de circulación contemporáneos que se han sumado a la publicación tradicional del libro en papel, hablar, por ejemplo, de internet, de las revistas digitales, de mi experiencia durante años con el interpretador, hablar de los blogs y las redes sociales. Hablar también de las editoriales independientes o alternativas, del cooperativismo, las cartoneras, la FLIA. Y hablar de ese fenómeno que se multiplica en varias ciudades argentinas con los ciclos de lectura. El soporte más barato de la literatura: la oralidad.

Pero la consigna también me permite reflexionar acerca de un tema que me interesa y que también es un soporte, o un lenguaje, habría que ver si puede definirse, esencial (y atemporal) de la literatura. Me refiero a la emoción. Esa característica humana que a veces se traduce en temor, a veces en esperanza, melancolía, alegría o tristeza, y que sirve no sólo para explicar la fuerza que experimentamos como lectores frente a algunas obras, sino también para intuir que la emoción puede ser un modo de circulación literario, que, a veces, se suelta del cuerpo elemental, del cuerpo en papel. Porque somos varios los que amamos los libros, pero hay que decirlo: la literatura es más que los libros.

Por más que la biblioteca, por tradición y costumbre, albergue las obras y nombres que pudimos amar o rechazar, o que aún esperan, en casa, en la librería o en la escuela, nuestro encuentro, o, en la mayoría de los casos, y debido a la cantidad enorme de títulos, una lectura que jamás se llevará a cabo; la narrativa, la poesía, el ensayo, se filtran además en otros soportes y disciplinas, e incluso en la vida cotidiana.

Cuántas veces, las series de televisión, los comics, los juegos de pc o PlayStation, recurren a estructuras argumentales y procedimientos narrativos inventados por grandes maestros de la literatura. Cuántas veces se dice de un periodista que tiene buena pluma, que sus estilos son “literarios”. Cuántas veces, el cine, el teatro, las canciones poseen, según algunas críticas publicadas en suplementos culturales, “el valor de la poesía”. Todos hemos leído o escuchado alguna vez una opinión acerca de una película que “tiene mucha poesía”, o un disco que “tiene mucha poesía”. En el imaginario cultural, la idea de perfección o las grandes habilidades a veces son explicadas como poesía. Una jugada de Maradona, puede ser poesía; besar a la chica más linda del barrio, puede ser poesía; el pan del vendedor ambulante en Plaza Francia, cuando yo vendía anillos. Probá, loco —me dijo una vez—, esto no es pan, ¡esto es poesía! Poesía rellena, caliente, del continente, para toda la gente.

Pareciera que, a veces, en la percepción popular, la literatura abandona su cuerpo elemental y se reencarna o irrumpe, fantasmal, en cualquier actividad artística, o incluso en la vida real. ¡Cuánta literatura tiene la vida real! Me acuerdo de mi barrio Villa Celina. Siempre que iba al almacén de la Juanita a hacer los mandados, los vecinos, igual que los antiguos que contaban historias en torno al fogón o a orillas de un río, interrumpían las compras, para contar leyendas urbanas o chismes, muchas veces exagerados o fantásticos. Entonces, la Juanita se quedaba como congelada, con la mano en la caja de los bizcochitos, o con el queso a medio cortar. La aguja de la balanza no marcaría el kilogramo pedido hasta que el paréntesis —lo que le pasó a Tino, el incendio en el kiosco, la historia del Hombre Gato— se cerrara. A mí la vista se me nublaba, porque la literatura había desembocado por cualquier agujero negro al corazón de mi infancia y mi barrio, en aventuras, temores y humores dignos de mi colección amarilla de Robin Hood.

Los códigos, los lenguajes, los soportes de la literatura son innumerables. Lo importante es abrir la mente, el corazón y los sentidos, para que la experiencia sea enriquecedora y, por qué no, transformadora. La lectura, como los viajes, tiene turistas y viajeros. Los primeros cargan su mochila —costumbres y morales— y jamás se despegan de ella, no pueden leer más que sus pretensiones o prejuicios. Hacen las excursiones que dicta el paquete turístico y se sacan fotos a diestra y siniestra. Y están los otros, que dejan la mochila para llegar más lejos y embarcarse en los enigmas y los ritmos de la otredad, viajeros en tensión o intensidad, que pisan datos escondidos y puntas de iceberg.

Ya se sabe, que en la literatura las cosas no son lo que parecen. Por eso es importante lo que se dice y lo que no se dice. El lector debe prestarle atención al silencio y tantear allí puertas escondidas que abren nuevos pasajes. Puestas bajo una luz negra, las entrelíneas se revelan escritas con vinagre y limón, oraciones y sentidos que generalmente no escriben los autores, sino que se dan involuntariamente. Porque la literatura es creación, pero también es descubrimiento. Por eso, no tiene sentido el afán de comunicación. No se trata de Emisor – Mensaje – Receptor, sino de una experiencia que contiene múltiples capas. Es inútil la pregunta de algunos autores: ¿Se entendió lo que quise decir? Como si la respuesta afirmativa significara que entonces es bueno y la negativa que es malo. Los cuentos, poemas, ensayos, que aspiran sentidos únicos, sirven como paquetes turísticos.

Ya se sabe, que la literatura no nace de un repollo ni flota en una burbuja. Así como irrumpe en la realidad, a veces suelta de cuerpo y de libros, también en ella se origina, por más imaginativa que pueda ser. El lector debe prestarle también atención al ruido y tantear allí puertas escondidas que dan a la calle. La literatura produce, más allá de sus licencias creativas, documentos subjetivos que dan cuenta de otros aspectos de la comunidad, de la cultura, de la política, ya que por más que no aspira a la rigurosidad o a criterios científicos, como sí podrían hacerlo la Historia, la Sociología, la Antropología, es, sin embargo, un acceso valioso para comprender el espíritu de cada época. Cuando uno por ejemplo lee un texto literario sobre Eva Perón, o sobre la dictadura, no necesariamente se informa de hechos reales, pero sí de una emoción, de un sentimiento individual o colectivo, que se ha expresado en un lugar y en un momento particular.

En la fundación de la literatura argentina, hay una emoción fundamental, que luego se actualizará en distintas épocas y personajes. Me refiero al miedo. Cuando uno lee, por ejemplo, El Matadero, o La Cautiva, de Esteban Echeverría, se encuentra ante representaciones del miedo, versiones locales del romanticismo de estas tierras, frente a la melancolía imperante en la pintura romántica alemana o la poesía inglesa de los laguistas o los satánicos. La literatura argentina ofrece, desde mucho tiempo antes que la difusión compulsiva del delito que hacen los medios de comunicación, versiones del famoso drama de la inseguridad.

Esta emoción a veces cambia, a veces se va, a veces vuelve. La anécdota del unitario de El matadero se repetirá muchas veces. En el siglo XX, el peronismo actualiza el temor fundante, y la literatura ofrece nuevas versiones, de uno y otro lado, entre las más conocidas podríamos citar textos que se han vuelto de uso escolar, como “La Fiesta del Monstruo”, de Bustos Domecq; “Casa Tomada” y “Las puertas del cielo”, de Julio Cortázar; “Cabecita Negra”, de Germán Rozenmacher; “El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini. Siempre, te quieren matar, te quieren violar. Los ejemplos son muchos, incluso en la Televisión. La anécdota de El Matadero se repite, también, en Okupas, la serie de Bruno Stagnaro que inaugura el realismo sucio en la TV argentina. En el capítulo 4, titulado “El Beso de Judas”, el protagonista, va al Docke y allí encuentra su propio matadero, se convierte en el mascapito, lo quieren matar, lo quieren violar. Esta enumeración es solo un ejemplo, un sistema literario entre tantos otros, que también ha sido basado en una emoción.

Paranoia y Parodia, explica Ricardo Piglia, son las formas que adoptan estos relatos herederos de aquel cuento de Esteban Echeverría. Paranoia: Casa Tomada del Matadero; Parodia: La fiesta del monstruo del Matadero. En la periferia, que, al principio, llamaban desierto, lo cual resultaba una paradoja, ya que era un vacío-lleno, donde habitaba el otro. Primero, el indio; después, el gaucho; después, el inmigrante; después, el cabecita negra; después, el villero, amenazando a la ciudad, como piojos dispuestos a saltar la avenida de circunvalación y enfermar La Cabeza de Goliat, como llamó Ezequiel Martínez Estrada a Buenos Aires.

Y en esa masa oscura que rodeaba a la luz (de la ciudad), no fue necesario que se levantaran criaturas fantásticas como “El Coloso”, de Goya (del Romanticismo español). Acá, como dijeron los realistas mágicos, no había que inventar nada; la realidad americana ya es fantástica, exuberante, desproporcionada. Para centauros bárbaros, hubo indios; para chusma hormigueante, hubo gauchos y caudillos; para zombies, descamisados del 17 de Octubre; para mutantes, obreros de fábrica transformados en remiseros y vendedores ambulantes a finales de la década del 90. Si la historia de nuestro país es la historia de las personas; nuestra literatura, en gran medida, es la literatura de los monstruos que supimos conseguir.

La literatura es muchas cosas, y entre tantas, también, un archivo de emociones. Quizás por eso, genera tantos amores y odios. Cuanta más literatura recorramos, más completas serán nuestra memoria y nuestra identidad, ya que el lector, como la literatura, se hace al andar. 



*Texto leído en el 17 Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Resistencia, Chaco, 2012.

martes, julio 10, 2012

Taller literario

La imaginación de lo común
grupo particular
a partir de julio en Almagro
martes 20,30 hs
consultas: juandiego.incardona@gmail.com

*
y a partir de septiembre en el Rojas
convocatoria abierta:
http://www.rojas.uba.ar/convocatorias/index.php#taller

domingo, julio 08, 2012

menguante

Uno puede hablar acá como un loco y decir cualquier cosa, total ya nadie escucha qué pasa en este patio trasero de internet, un patio abandonado. Lo que hay es una especie de eco, un precipicio, y vacío. Al costado, links que dan a páginas de error 404 o a sitios de seres queridos que ya no existen.
hola blog, tanto tiempo, estoy más viejo que cuando empezamos, tengo menos amigos y demasiadas palabras acumuladas. Es una ley: lo que más tiene el hombre es lo que le falta, como tener hambre, o tener sed. Volveré.


jueves, mayo 31, 2012

Taller literario en Villa Celina

Los últimos 3 sábados de junio a las 16 hs en la Sociedad de Fomento, Blanco Encalada 2349, Gratis. Consultas 4462-4776.


domingo, mayo 13, 2012




"Es 13 de mayo. Vamos a soplar las velas.
Un guiño al espejo, antes de abrir la puerta para que pasen los invitados.
Salud!"
MK

sábado, abril 21, 2012

Cuento asqueroso para niños


Hoy me levanté temprano porque me duele la panza. Ayer a la noche fue el cumpleaños de papá y, como todos los años, la abuela hizo fideos amasados por ella. Mi hermano dice que el secreto de su receta es que los hace con mocos. Cuando dice eso, me da mucha risa, y también asco, pero igual los como porque sé que mi hermano miente. Él insiste en que esas pastas se hacen sin sal, porque los mocos son salados, y que los mocos no son de la abuela sino de las amigas de la abuela, que una por una le donan algo de flema para la cocina, así papá se pone contento. Mi hermano dice que no tiene nada de raro comerse los mocos, aunque él no se los come nunca, porque es muy valiente. La abuela sirvió los platos y dijo, muy contenta: ¡fideos de espinaca, para que sean fuertes! Pero mi hermano me dijo al oído:

—Son mocos verdes; las amigas de la abuela están engripadas.

Yo escupí de la risa y mamá nos retó.

—¡Chicos pórtense bien!
—¡Quiero tener un cumpleaños tranquilo, eh —agregó papá.

Me llamo Lucía, tengo 11 años, pero me dicen Chiqui, porque soy muy chiquita. Miren, acá les presento a mi hermano, se llama Jonás y me lleva 4 años, aunque mis padres dicen que en realidad es más chico que yo, porque es muy infantil, o muy tonto, digo yo. Jonás es quilombero y no respeta a nadie, dice mamá, pero eso pasa porque es muy inteligente, dice papá. Yo la verdad no entiendo por qué, pero conmigo siempre es bueno, aunque es cierto que con los demás muchas veces es malo. A mamá le dice que se llama Jonás porque salió de la panza de una ballena, ja já. Entonces, ella le tira cualquier cosa por la cabeza. Mi mamá vive haciendo dieta, está obsesionada con su peso, aunque para mí no es muy gorda.

Me duele la panza, porque me cayeron mal los fideos de espinaca de la abuela, o los mocos verdes de las amigas de la abuela, que cada uno piense lo que quiera. Mi hermano dice que tengo gases. No sé, lo único que sé es que estoy acostada en la cama y que mucho no me puedo mover, porque me da retorcijones.

—¿No te dan ganas de ir al baño? —pregunta mi hermano.

La verdad que no. Nada más me duele la panza, mucho me duele. Mamá fue a la farmacia para comprar un remedio.

—Tranquila, ya te van a venir las ganas, ahora te voy a contar algo, así te distraés. Cuando estaba en primer año nos llevaron de campamento a Córdoba, que es un lugar que tiene sierras. Las sierras son como las montañas, pero más bajas. En el camping había muchos árboles, la mayoría palos borrachos.
—¿Los árboles gordos?
—Claro, gordos como mamá.
—Ay Jonás, no digas eso.
—Bueno, la cuestión es que a la noche los palos borrachos no paraban de tirarse pedos.

 Otra vez me da risa y otra vez me duele.

—¿Los árboles hacen eso?
—Obvio.
—No creo.
—Sí, nena, todas las plantas están vivas y comen igual que nosotros.
—No comen igual.
—Ya sé que no comen milanesas con papa fritas, bah, las plantas carnívoras capaz que sí, pero lo que quiero decir es que: Comen.
—¿O sea?
—O sea… se tiran pedos. No es muy difícil de entender: Todos los que comen se tiran pedos.
—Bueno, ¿y qué pasó?

—Los guías del campamento empezaron a tirar desodorante de ambiente en el bosque,  pero no sirvió de mucho porque además de que el olor seguía para mí que los insectos empezaron a estornudar,  porque era impresionante cómo zumbaban los mosquitos, cantaban los grillos. Los bichos se volvieron tan locos que empezaron a entrar a las carpas. A mí se me llenó de hormigas la bolsa de dormir y  me picaron las piernas. Un pibe me explicó que cuando una hormiga te pica, te deja un huevo. Tuve miedo de que me empezaran a salir hormigas de la piel.
 —¿Por eso  mamá dice que tenés hormigas en el culo?
—No. Eso es una forma de decir, nena, esto era de verdad. A la mañana estaba lleno de ronchas y en cada una dormía una hormiga bebé.
—Qué lindo.
—Lindo tu abuela.
—Mi abuela es tu abuela también.
—Buajj.
—Jonás sos terrible. Decime, ¿las hormigas eran negras o coloradas?
—No sé de qué color eran porque cuando entraron era de noche y mucho no se veía.
—¿Y qué hiciste? ¿Te nacieron las hormigas al final?
—No, porque cuando estaban por nacer, me pasé pis por la piel, que es un insecticida natural.
—¡Qué asco!
—Ja já, posta que sí, porque si hubiera sido mi pis tanto no me molestaría, pero me dijeron que tenía que ser de otro, así que le pedí a uno de los pibes  que me llenara un frasquito.
—¡Mentira!
—Verdad.
—¡Mentira, nene!
—Verdad, nena. Y hablando de esto, ¿vos sabías que existe un lugar dónde llueve pis?
—Decís cualquier cosa.
—Te lo juro. En el campamento, los guías nos dijeron que ahí cerca había un campo donde todos los animales y los gauchos iban a mear, entonces cuando se evaporaba se formaban nubes con orina.
—¿Y llovió pis cuando vos estabas?
—Sí, un tremendo chaparrón. Quedó todo el suelo lleno de charcos amarillos y después los pajaritos venían y se bañaban, re chanchos.
—Jajaja, sos muy mentiroso.

Se abre la puerta y aparece mamá con un señor. Es petiso y tiene bigotes. Mi hermano me dice:

—¡Trajo al señor cara de papa!
—A ver esa pancita —dice mamá—, mostrale al doctor.
—No pasa nada, don —le dice Jonás—, nada más tiene gases.

El doctor lo mira de mala manera, pero no le dice nada. Mi mamá lo echa del cuarto, pero Jonás se queda igual.

—Es verdad —dice, mientras me aprieta el estómago—, le hace mucho ruido.

—¿Qué te dije? —le dice mi hermano a todos—. ¡Qué te dije! —repite y se manda la parte.

Jonás se pone de pie, camina hacia la puerta del cuarto y antes de salir se da vuelta y se queda un rato mirándome. Después, me saluda con la mano. Yo también lo saludo con la mano. Al costado, mamá se queda hablando con el doctor, hasta que, de pronto, ella dice, mirándolo primero a él y después a mí.
—Mmmm, qué olor, eh.

lunes, abril 02, 2012

La guerra

Por ausente, por vencido
bajo extraño pabellón


Me acuerdo que llovía. No. Más bien garuaba. Corría 1982. En el colegio todo estaba embanderado. Nosotros, con escarapelas. Mi hermana María Laura había ganado en su salita una tortuga que se llamaba Argentina. En otra salita había una tortuga que se llamaba Malvina. En otra, Soledad. A todas las sortearon.

Mi hermana traía a Argentina, que era muy chiquita, en una caja de zapatos. Yo tenía una radio que me había regalado mi abuelo y que había llevado al colegio para escuchar información sobre lo que estaba pasando en las Malvinas. Me había obsesionado. Era chico pero la guerra me fascinaba. En casa, los soldaditos luchaban en la pieza o se disputaban baldosas entre las macetas del patio.

Mis recuerdos son confusos. Estaba la guerra y la escuela. Estaban mi hermana, otros chicos y yo en la parada del colectivo, esperando el 28 o el 21 debajo de Puente Chicago, en Mataderos. Era otoño, no me acuerdo bien qué mes. Oscurecía. Parece un pozo de sombras la noche y garúa, se acentúa la garúa en la memoria ahora que vuelvo, al puente y a la loma del costado donde nos tirábamos con mi hermana para rodar y reírnos interminablemente. Dejamos pasar dos colectivos que venían llenos porque era imposible subir.

La lluvia se hacía más intensa, creo. Llegó el 28. Subimos. Dos escolares. Era un día especial, con detalles para el futuro, para este relato. Llegando a Crovara, una frenada fuerte, un golpe. Era la primera vez que estaba en un choque. Varios pasajeros quedaron despatarrados en el pasillo. Mi hermana entre ellos. La levanté y empezó a llorar, pero estaba bien. ¡Argentina! ¡Argentina!, me decía, desesperada. La caja estaba tirada debajo de un asiento, abierta. La tortuguita ensayaba sus primeros pasos en medio del desconcierto. Volví a meterla en la caja y se la di a María Laura, que de a poco se calmó. Los pasajeros volvían a ponerse de pie. El chofer tenía bigotes, estoy seguro. Yo me golpeé la frente con un fierro y enseguida se me hizo un chichón. Después de un rato, arrancamos otra vez y seguimos viaje. Pasamos el Barrio Piedrabuena, después Madero, hasta que por fin llegamos a Chilavert y nos bajamos.

Miré a lo lejos, a ver si venía el segundo colectivo. Hacia atrás el día se volvía nocturno tras su manto de neblinas y rocío helado. Generalmente, caminábamos las diez cuadras hasta nuestra casa, en Ugarte y Giribone, pero a veces esperábamos el 143, o el 36, como en esta oportunidad fría, oscura, de noche otoñal cada vez más cerrada. María Laura lloraba por momentos y recordaba el choque. Los colectivos no venían más. Nuestra madre estaría preocupada. Para distraer a mi hermanita se me ocurrió prender la radio. Hablaban de la guerra. “Combaten en las islas soldados heroicos de la Patria.”

Por suerte, un 143 asomó la nariz por Avenida Cruz, en Lugano, al otro lado de la General Paz. Dio la media vuelta por Chilavert y nos levantó. El chofer nos dejó pasar sin pagar. Esta vez no tuvimos problemas. San Pedrito derecho, llegamos a Olavarría. Nos paramos y tocamos el timbre. Antes de bajar, pudimos ver el amontonamiento de gente.

Qué pasa, preguntó mi hermana. No sé, ni idea. Nos bajamos. Frente a nosotros, un grupo numeroso rodeaba el Tanque de Celina. Cruzamos la calle y nos acercamos. Nos metimos entre la gente hasta que llegamos a la parte de adelante. Allí lo vimos. Es una estampa en mi cabeza: del árbol viejo junto al Tanque cuelga un bulto pesado, oscilante.

Nadie podía tocarlo. Esperaban a un juez o algo así. Como Galileo observando las arañas en la catedral de Pisa, ahora lo sé, nosotros, ojos vírgenes, veíamos el balanceo del péndulo en aquél, nuestro primer muerto. Ahhh, gritó mi hermana. Le tapé los ojos. Yo no pude dejar de mirarlo: su figura recortando el aire, modificando ese paisaje para siempre, aunque fue sólo un momento breve, rodeado de gente pero tan solo.

Después de un rato volvimos a casa. Me acuerdo que llovía. No. Más bien garuaba. 1982. Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña.


(Villa Celina, 2008)

domingo, abril 01, 2012

La historia sin fin(al ni principio) pero con final(mente y principalmente)

En la esquina

del Gran Hotel,

se puede ver

un tiempo loco

—lluvia en una calle,

sol en otra calle—

además de otras libertades

que alguien se ha tomado en marzo

al interpretar las leyes

de la naturaleza y la ciudad.

Al cerebro, por ejemplo,

descartado en el container

le brotan hojas de los árboles,

igual que crece el pasto en la vereda

abierta por las pisadas y el verano,

antes de que llueva el glifosato.

En la calle del sol,

los rayos siguen a una nena

porque es la única que anda

por afuera de la sombra.

Debajo de los techos

hay más gente

que el sol no puede ver.

Del cerebro,

tampoco queda mucho para ver;

la vegetación ha recubierto

cada uno de sus hemisferios.

En la enredadera,

una flor lucha por el aire

apretada de recuerdos.

La nena que miraba el sol

ahora se sienta en el piso,

saca de su mochila al Oso Teddy

y con una tijerita

empieza a operarle el corazón.

Los gatos confundidos

se acercan

para ver si cazan algo.

Los pájaros reales

huyen despavoridos,

abandonan la localidad

y vuelan

hacia las colonias alemanas

o hacia la ruta

de los micros.

Coronel Suárez, 26 de marzo de 2012

martes, febrero 28, 2012

Once

Así como estaba me subieron
una mañana de febrero en 2012
sin zapatillas ni remera ni nombre
con el hueso de la pierna afuera que apuntaba
desafiante mi filo como una espada contra el sol;
así como estaba viajé por primera vez en helicóptero;
hoy a la mañana sin nombre y apellido volé yo,
me elevé sobre los santuarios y las calles
entre vientos que competían por empujarme
hacia la orilla o la profundidad;
pero incluso en desventaja como estaba
me aferré a la nave con los dientes,
hasta las palabras que se me venían a la mente
se clavaban a la cruz para no caer de ella;
lejos de mi familia que nada sabía
pero que ya presentía, que sentía
la electricidad que emana de los hijos en peligro,
yo conquisté las terrazas con el torso desnudo,
fui Don Quijote en un molino volador,
tironeado de ambos brazos por los vientos furiosos
que se ahogaban en mi respiración lenta, persistente,
lenta como el besar, persistente como el vivir,
como apenas respirando frente a la boca de mi chica
metido entre los carros y las bicicletas del furgón.
¿Y dónde estaba ella? –me acordé.
¿Viajaría también en helicóptero?
La imaginé y pegué una carcajada
tan fuerte que parecía una falla del motor;
el piloto le preguntó al médico si estaba reaccionando
y éste contestó que mis signos vitales se caían,
pero yo sentía todo lo contrario: ¡podía verla!
Allá estaba mi chica en su helicóptero,
era una doncella sobre un caballo alado que venía a rescatarme
pero antes de que pudiera darle el beso cinematográfico
desperté y lo primero que vi fue el tablero blanco y negro,
todo estaba en blanco y negro en realidad,
los botones, las perillas, las palancas del artefacto,
logos municipales y estatales;
sentí el olor a combustible y me dio náuseas,
quise levantarme pero unas correas me ajustaban;
hice mucha fuerza y después me desplomé,
en la misma camilla me desplomé hasta el inconsciente,
o hasta la nada, en pleno vuelo,
así como estaba,
elevado sobre el fin del mundo,
sin zapatillas ni remera ni nombre.


domingo, enero 29, 2012

Taller literario, en febrero

Consultas: juandiego.incardona@gmail.com

domingo, enero 22, 2012

Vamos a imaginar

a Maru Kogan

Vamos a imaginar
que este teclado al que se le borraron las letras,
por acción de una fuerza sobrenatural,
hoy tiene propiedades mágicas
capaces de imprimir cambios,
escenas diferentes
donde yo estuve y vos estás;
vamos a imaginar que puedo
escribir una mañana
no en enero,
ni siquiera hace calor;
mejor imaginemos que hace frío,
así empieza a ser distinto,
todo lo distinto que sea posible para Dios;
vamos a imaginar:
las teclas graban un paisaje vacío,
donde corre el viento helado y no se ve a nadie;
el lugar jamás ha sido visto ni han hablado de él,
no lo han pisado ni siquiera los animales,
no han crecido las plantas;
es un desierto total
que tu familia no conoce,
que tus amigos no conocen,
donde no estuviste ni estarás.
Vamos a imaginar
—lo deseo con todo mi corazón—
que mis amigos no están, donde yo no estoy,
y que vos jamás estuviste entre las piedras,
tu nombre no fue grabado en el piso,
no te di una flor blanca
ni dejé un anillo a tus pies.
Vamos a imaginar
que yo no crecí en esos barrios,
si eso cambia la escena;
nunca fui a un carnaval en la calle Bulogne Sur Mer,
si eso te saca de su continuación;
que no tengo la más puta idea de donde queda la Avenida Crovara,
si eso te aleja de allá y te acerca hasta acá;
Vamos a imaginar
que toco el teclado mágico al que se le borraron las letras,
y que, sin embargo, acierto al escribir el principio de tu nombre
y en el cuerpo del mail aparece la M,
una letra que ya mismo se convierte en mi favorita,
la letra más hermosa que alguien inventó,
y después sigo
una prosa encantada que logra comunicarnos:
“hacemos algo hoy a la noche?”.
Vamos a imaginar que vos,
hermosa luz verde al costado,
me respondés con el dulce encabezado
—hola amigo-hermano, cómo estás?—,
y enseguida proponés alternativas
—algo típicamente tuyo que logra hacerme sonreír—.
Vamos a imaginar
que hoy para vos
tengo el sí más fácil de la historia,
que todos tus seres queridos te dicen sí
a lo que vos quieras,
tantos sí acumulados que son capaces
de mover montañas por la famosa Fe,
y entonces no parás de reírte por tan insólita situación,
y yo, en medio del coro afirmativo,
te chateo a tono con el espíritu del día:
“hacemos lo que vos quieras”
y te agrego una carita contenta :)
Vamos por favor a imaginar
nuestro encuentro de hoy,
veintidós de enero de dos mil doce,
no en Juan B Justo y San Martín,
tampoco en los barrios de mi infancia a las diez de la mañana,
sino lejos, bien lejos
de cualquier escena triste,
¿a las ocho?,
¿Corrientes? ¿Santa Fé?
Donde vos quieras, ya te dije,
nos vemos donde vos quieras,
hacemos lo que vos quieras,
para que estés contenta
porque te quiero mucho
y no quiero extrañarte dolorosamente.
Vamos a imaginar, ¿sí?,
que incluso el mundo parece
haberse puesto de acuerdo,
los habitantes te dan regalos,
nunca flores, nunca piedras,
todos te felicitan por tus cuentos
y te adoran al leer tus blogs y tus tweets,
todos te agradecen lo buena que sos,
y vos reaccionás muy divertida,
con la sonrisa que aparece en tantas fotos,
no para iluminar ambientes cerrados,
sino balcones, terrazas, plazas,
incluso el cielo y los parajes
donde nunca estuviste
¿me escuchaste?,
vos jamás de los jamases
estuviste entre las piedras.
Vamos a imaginar,
aunque pasen los años,
en este teclado al que se le borraron las letras,
por acción de una fuerza sobrenatural,
propiedades mágicas que abren la casilla de correo
y encienden
tu luz verde que indica disponible;
vamos a imaginar entonces
que se abre la ventanita del tiempo,
yo escribo Hola amiga!
y espero,
mientras late el cursor,
tu respuesta que por fin llega
—Hola amigo! Nos vemos?—
viajando y viajando
distancias imposibles,
estrellas, siglos y mares
a la velocidad de la luz,
a la velocidad de tu luz.

viernes, enero 20, 2012

Alelí

por Marina Kogan

Qué lindo perrito, sos hermoso, miralo mamá, es muy lindo. Hola perrito, ¿cómo te llamás? No te vayas. Miralo mamá, mirá qué lindo. Esteban, siempre lo mismo… ¿Ahora vas a jugar a las cartas con los de la carpa de al lado? Íbamos a ir a caminar… es el horario de los juegos para Alelí, la cuidan las chicas del balneario, vamos mi amor, vayamos a caminar un poco. Perrito, perrito, ¿cómo te llamás? Te voy a poner un nombre. No, Esteban, no tengo ganas de leer la revista, ya la leí a la mañana, no me trates como si fuera una idiota, si no querés caminar, decime y voy sola, pero pensalo, llegamos hace tres días y todavía no hicimos nada juntos. ¡Bombón! Te vas a llamar Bombón como el helado. ¿Este es tu hueso? Yo te lo tiro, andá a buscarlo. Dale, andá a buscarlo. Bueno, lo busco yo. Vamos, Bombón, vení a buscar el hueso conmigo. Entonces vas a jugar al truco. No, no me digas que ya habías arreglado. ¿Tengo que pedirte un horario en la agenda? Muy bien, Bombón. Ahora otra vez, y esta vez más lejos, ¡corré, Bombón! No, no hago escándalo, sos vos que no me das bolilla, no vine de baby sitter de tu hija, soy tu mujer también, pero parece que te olvidaste. ¡Muy bien! Lo agarraste, qué lindo perrito. Mojate las patas, yo me las mojo, el agua está fría… Voy sola, llevala a Alelí al parador, ahora hay unos juegos, hacete cargo de eso al menos. ¡Qué linda el agua! Te gusta, ¿no? ¿Cómo dónde está Alelí? ¿Dónde está? ¡Alelí…! Levantate Esteban, tu hija no está. Bombón estás todo mojado, qué divertido, perrito mojado. ¿Dónde está? ¿Te das cuenta de lo que hicimos? Alguien se la llevó, Esteban, estoy segura, Alelí no está, alguien se la llevó. No, no me acuerdo. Ah, sí, me mostró un perro mugriento, callejero, de la playa, no sé. Vayamos a preguntar, vayamos a la orilla, hablemos con el guardavidas, mirá si se metió al agua… Te tiro el hueso otra vez, al agua no porque no sé si sabés nadar, yo no sé, no traje flotadores, te lo tiro allá, ¡allá el hueso, Bombón! Por favor, aplaudamos, hagamos algo, ¿dónde está mi hija? ¿No vio una nenita? Morocha, cinco años, hermosa, ¿no la vio? Muy bien, Bombón, trajiste el hueso, otra vez, te lo tiro allá, allá, mirá para allá, ahí va el hueso, corramos, Bombón, vamos a buscarlo. Esteban, si Alelí no aparece es culpa tuya, sos un descuidado, no le prestás atención, no te importa nada de ella… Aplaudí al menos, aplaudí fuerte. Mirá cuánta gente, Bombón, ¿habrá algo para ver? Todos aplauden, seguro hay payasos. Ya terminó. No están los payasos. Mirá Bombón, ahí está mamá. Papá también. Vení, Bombón. Ahí está, Esteban, mirala. Hola mami, mirá que lindo perrito, se llama Bombón, ¿podemos llevarlo a casa?

martes, enero 03, 2012

Cine gratis al aire libre, todo el verano


Ciclo de Verano

PELÍCULAS EN EL JARDÍN

ECUNHI 2012

Avenida Libertador 8465. CABA

Te. 4703-5089

Al aire libre, 20 joyas de la historia del cine, buffet abierto, los miércoles y jueves a las 20 hs. en pantalla grande, ¡gratis!

(No se suspende por lluvia. Si llueve, pasamos al Microcine)

ENERO

Miércoles 11 de enero

El ciudadano (Citizen Kane, 1941). Director: Orson Welles.

Jueves 12 de enero

Casablanca (Casablanca, 1942). Director: Michael Curtiz.

Miércoles 18 de enero

Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954). Director: Akira Kurosawa.

Jueves 19 de enero

Nido de ratas (On the Waterfront, 1954). Director: Elia Kazan.

Miércoles 25 de enero

Más corazón que odio (The Searchers, 1956). Director: John Ford.

Jueves 26 de enero

El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957). Director: Jack Arnold.

FEBRERO

Miércoles 1 de febrero

Vértigo (Vértigo, 1958). Director: Alfred Hitchcock.

Jueves 2 de febrero

Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962). Director: Robert Mulligan.

Miércoles 8 de febrero

El graduado (The graduate, 1967). Director: Mike Nichols.

Jueves 9 de febrero

Buscando mi destino (Easy Rider, 1969). Director: Dennis Hopper.

Miércoles 15 de febrero

Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969). Director: George Roy Hill.

Jueves 16 de febrero

Aguirre, la ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972). Director: Werner Herzog.

Miércoles 22 de febrero

Nazareno Cruz y el lobo (1975). Director: Leonardo Favio.

Jueves 23 de febrero

Annie Hall (1977). Director: Woody Allen.

Miércoles 29 de febrero

All That Jazz (1979). Director: Bob Fosse.

MARZO

Jueves 1 de marzo

Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979). Director: Ridley Scott.

Miércoles 7 de marzo

Toro salvaje (Raging Bull, 1980). Director: Martín Scorsese.

Jueves 8 de marzo

E.T., el extraterrestre (E.T. The Extra-Terrestrial, 1982). Director: Steven Spielberg.

Miércoles 14 de marzo

Amadeus (1984). Director: Miloš Forman.

Jueves 15 de marzo

Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988). Director: Giuseppe Tornatore.