viernes, junio 17, 2011

Pasajero del 15

Un vendedor ambulante

baja del colectivo y salta la reja del predio

porque le contaron que toca León Gieco;

Debe haber mucha gente –imagina- mientras pasa

la canasta atada con pañuelos hindúes,

caras de parsec pegadas al mimbre,

cortezas de árboles escritas con ofertas del famoso

pan del continente para toda la gente…

Cuántas caras,

vendedor de pan caliente,

en la multitud mirás vos

sobre las paredes de los Derechos Humanos

cuyos graffitis de la Revolución Cubana se han mezclado

con dibujos de portaviones hechos a mano

por los cadetes que estudiaban la guerra

a través de los espejos en los bosques encantados

y las montañas nevadas de Nuñez;

magia blanca y negra como foto de la época,

o de mi percepción que llueve pálida en pitadas

memorias lisérgicas a la infancia,

a los héroes, o al sexo.

Cuelga los globos y enciende la picana,

usa cotillón y prepara el submarino,

yo te daré la bienvenida y la mala noticia:

no hay León en la Plaza de Armas,

ni clientes que puedan comprar tu pan exquisito;

el trigo es una yerba mala hecha con pelos humanos

de la Facultad,

pasto de las aves homéricas que,

en los árboles de siempre, recitan

la Illíada montonera

y la Odisea colimba.

Sopla el viento,

muerde como un zombie la erosión

a todo ser vivo o muerto que encuentra a su paso;

la carne es más dulce en la ESMA y el pampero la prefiere,

el viento de Buenos Aires gusta del sabor del sufrido,

ya todos saben que, por cultura, la alegría no es un bien

de la Patria; los árboles del 70 han perdido los hojas

pero los troncos, como estatuas, siguen en pie;

sostienen altares cuyos sacerdotes —nuestros padres-

de Apolo disparan ramas como si fueran saetas

a los peregrinos del Museo y el Casino de Oficiales;

a veces dan en el blanco, a veces dan en el negro.

Viene la tormenta y a muchos les gusta,

creen que la lluvia lava la sangre pero no es así,

la lluvia penetra el suelo y saca a flote la sangre seca,

incluso las raíces, reblandecidas, se separan de los huesos;

los charcos de agua se vuelven ácidos

y al caminar se me derriten las zapatillas;

en puntas de hueso me voy abajo,

me hundo inexorablemente hasta probar

la carne vegetal del cadáver mutante,

soy un insecto extraño de Kafka,

quizá un parásito al que le ha sobrevenido

la terrible necesidad —el hambre—

que ningún alimento conocido,

ni siquiera tus productos podrán saciar;

así que adiós pasajero del 15,

me voy –o me caigo-

a la Sub-república Argentina,

a devorar con los gusanos

el fondo abierto.

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