martes, junio 28, 2011

Pasé por la plaza de Buenos Aires y saludé al árbol violeta,

le pedí mis tres deseos del día y le ofrecí sus tres deseos del día;

en la parada esperé largo rato al colectivo esta tarde

del horizonte sulfatado de cobre

del sur, orbe, ácido y cúprico

y las propagandas

del humo de los caños de escape un fantasma,

el vendedor ambulante sin brazos que agarra con la boca la caja de encendedores de colores cuando caen estrellas de mar abierto entre los bananos por el frío.

¿Con qué pasajeros compartiré mi trance?

Aún no viene

o no vendrá

y ya somos la gente que ha pasado, no sólo los padres, ni las hermanas, no los huesos abuelos, no las amigas fallecidas que siempre se llaman Marina en la torre 65 de la Autopista Riccheri sobre verduras con sabor a carne o en la torre de Babel de tu Almagro juvenil cuya pista nublada desata la lluvia de hierro pinchacabezas

masticapelos de las modelos que tocan hoy

o los profesionales y el seguro para el domingo de nuestras vidas,

porque hay que darse cuenta que con tanto sol estamos empapados;

el horno de la sociedad del futuro está al máximo

nos cocinamos rápidamente como cerdos en las fiestas;

y yo necesito estrujar la ropa

tragar gota a gota

una o dos tormentas y todavía el sudor;

soy un carroñero de la memoria

esta sed no tiene fin / ni precio/

pica el estomago como el hambre;

el vacío es un pozo lleno de personas

un espacio tan lleno de ruido que aturde

porque no viene

o no vendrá

el norte (sí, perdido)

del humo,

de las propagandas impermeables,

por más que vaya la risa de uno,

el llanto de otro a la dirección

equivocada por un sinfín descalzo en tornillos

de cabezas rebarbas mis tres deseos,

no sólo las casas ni los autos ni ellos o yo;

ahora es la hora derretida y vibrante,

eléctrica tu maravilla inyecta ritmos inéditos en las arterias

y el enamoramiento es universal;

difícil es, a todos nos pasa, la relación particular,

entonces nos vamos de nuevo a la estratósfera,

al menos esto sucede con algunos que conozco,

almas bellas vestidas con prendas descosidas y caras desfiguradas

-algún día se cortaron los ojos, se quemaron la boca a propósito,

se arrancaron las orejas igual que el pintor pero conservaron las manos para tipear contraseñas en las redes sociales y decir una cosa

por otra-

para rezarle al espíritu de su aventura,

subir cada día como a una nave de la guerra de las galaxias

pelear con los extraterrestres por el bien de la humanidad

llegar a un asteroide con wi fi

y re-conectarse;

ahora parece

que viene;

no, no viene.

¿Viene o no viene?

Colectivo de mierda mi paciencia tiene un límite;

yo

de acá

me voy

a caminar las pantallas sobre los hijos de ustedes;

que saluden al tío astronauta los lacayos del piso

en los cometas fragmentados del barrio vuela,

no la pelota de fútbol,

no la canción de rock and roll,

no la marcha peronista,

es sólo un idiota lleno de sonido y furia encima de los íconos,

desmaterializado en el fondo del escritorio como el ambiente en el volumen;

no venía pero vino, y se fue

paso a paso mi espalda lo vio venir y no dijo nada,

la espalda puede ver , tiene la vista camuflada como el instinto de los monos,

y adelante, adelante no es importante,

espinosas las imágenes se alargan más allá de los traseros y reparten coletazos de infancia,

del humo

de las propagandas,

siempre entre los vendedores ambulantes bi-mancos la ventana abierta

de un hombre dotado y “ocupado” que chatea con una chica “ausente”

para escribir simultáneamente

lo que dice la piedra movediza,

la montaña crecida dentro,

la gran roca en su pecho horadada no por el agua sino por la misma sed,

aquella del hambre su expectativa,

su espera o más bien su manera de esperar,

¿qué espera?

Digamos, la realidad nos muestra más de lo que podemos tener,

y todo lo queremos y nada lo poseemos,

es un lugar común que cualquiera sabe,

ya que, lo comprobamos en el invierno, no de nuestros inviernos, sino de nuestros pésimos veranos,

donde incluso en los calores y la sed,

vamos tan vestidos que duelen las articulaciones cada vez que un movimiento sencillo como estirar el cuerpo para dar un regalo de cumpleaños o sólo de cariño a una persona proyectada de los perfiles fotográficos nos recuerda la artrosis prematura.

Estoy viejo pero soy joven

y esta juventud ha costado más cara que la botella de agua del pos-apocalipsis.

Ustedes,

seres mutantes,

pueden entender de lo que hablo

así que no sean hagan los distraídos ni definan incomprensibles la expresión,

el chorro, o el vómito, o cualquier sustancia del corazón de las tinieblas

porque a la verdad, la otra mejilla;

ustedes, como todos, que se habían transformado en insectos, luego en objetos inanimados,

después, resucitados,

en anónimos seres humanos,

sirven a un propósito impersonal del orden que no trastoca la revolución ni la ficción y que, en sus inconscientes, laten, desplazados, bajo la trivialidad de una escena doméstica puertas abiertas, cama deshecha, restos de comida sobre los muebles, una coca cola sin gas que quedó del mediodía y condimentos.

¿Quién golpea la puerta si nadie sabe dónde vivo?

Si levanto la música, nadie golpea la puerta,

Nadie llama por teléfono, en definitiva,

nadie habla porque nadie escucha,

el sonido se ha vuelto gráfico, se dibuja o se escribe,

todas las relaciones se han vuelto epistolares

y el cartero,

que jamás apaga su mp3,

recoge y entrega,

recoge y entrega,

recoge,

entrega,

consume la leche de la vía láctea,

¿A dónde se dirige ahora?

¿qué dicta su planilla de trabajo?

Nadie lo sabe,

ni siquiera él, ni su patrón, ni los mensajes,

ni siquiera Dios porque hasta Dios está en cualquiera.

En esta ruta no tiene sentido hacer dedo,

la mochila no cabe en los baúles y a todos espanta,

es un cargamento de oraciones de acero,

palabras con alto porcentaje de carbono

que, si tomara por fin la decisión,

el fuego ramificaría en millones de chispas

del sur, del norte, de las propagandas,

de los muebles, la cama

y los condimentos viajando

a la velocidad de la luz.

Pequeño árbol violeta,

¿vas a estar todavía

en la plaza de Buenos Aires cuando venga

el fin del mundo?

Porque a mí me gustaría

hablar con vos igual que siempre

y que cada uno pida tres deseos;

nuestros ritual es algo

que podríamos conservar

¿Qué decís?

Veo animales por todos lados,

Ladran, maúllan, rebuznan y así se comunican,

en toda la selva no existe una sola criatura en silencio,

a todos se les ha dado por expresarse

y desaparecer en el ruido.

Veo zapatillas por todos lados,

Veo medias por todos lados,

Veo pantalones por todos lados,

Veo remeras, buzos, camperas,

Pero faltan ropas interiores,

¿adónde dejaron las bombachas y los calzoncillos?

Todos los que se desnudaron y se fueron,

¿a dónde dejaron sus prendas íntimas?

A lo lejos,

una tribuna colmada

insulta o felicita;

sus adjetivos calificativos se han sustantivado,

definen identidades que a esta altura ya se han vuelto comunes,

todos los sustantivos propios son sustantivos comunes

y en ese cantar

del pueblo fantasma

podría estar yo

borrado

o cambiado,

de nueva forma,

otro color:

violeta como el pequeño árbol de la plaza.

Tengo sueño,

voy a despertar nuevos diálogos

con el hombre “ocupado” y la chica “ausente”.

el volumen levanta como cae

la comunicación.

Los animales de la selva se callan de repente.

Orfeo de la basura tus acordes contaminan más que las chimeneas de las fábricas;

cantante petroquímico de apariencia tornasolada y aceitosa,

las naves espaciales caen del cielo a la zanja;

la pequeña corriente las arrastra al agujero del cordón,

junto a todo lo demás,

el pie en la calle arrastrado por la crecida,

el árbol y el hombre unidos en el inframundo,

bajo la ciudad cuyo nombre refiere sentidos inmateriales y morales,

aire y bondad,

una combinación velada por el sulfato y la propaganda

y mi sueño

que ocurre aún más abajo:

Hombre.

Dormido.

Ocupado.

Habla.

Chica.

Ausente.

viernes, junio 17, 2011

Pasajero del 15

Un vendedor ambulante

baja del colectivo y salta la reja del predio

porque le contaron que toca León Gieco;

Debe haber mucha gente –imagina- mientras pasa

la canasta atada con pañuelos hindúes,

caras de parsec pegadas al mimbre,

cortezas de árboles escritas con ofertas del famoso

pan del continente para toda la gente…

Cuántas caras,

vendedor de pan caliente,

en la multitud mirás vos

sobre las paredes de los Derechos Humanos

cuyos graffitis de la Revolución Cubana se han mezclado

con dibujos de portaviones hechos a mano

por los cadetes que estudiaban la guerra

a través de los espejos en los bosques encantados

y las montañas nevadas de Nuñez;

magia blanca y negra como foto de la época,

o de mi percepción que llueve pálida en pitadas

memorias lisérgicas a la infancia,

a los héroes, o al sexo.

Cuelga los globos y enciende la picana,

usa cotillón y prepara el submarino,

yo te daré la bienvenida y la mala noticia:

no hay León en la Plaza de Armas,

ni clientes que puedan comprar tu pan exquisito;

el trigo es una yerba mala hecha con pelos humanos

de la Facultad,

pasto de las aves homéricas que,

en los árboles de siempre, recitan

la Illíada montonera

y la Odisea colimba.

Sopla el viento,

muerde como un zombie la erosión

a todo ser vivo o muerto que encuentra a su paso;

la carne es más dulce en la ESMA y el pampero la prefiere,

el viento de Buenos Aires gusta del sabor del sufrido,

ya todos saben que, por cultura, la alegría no es un bien

de la Patria; los árboles del 70 han perdido los hojas

pero los troncos, como estatuas, siguen en pie;

sostienen altares cuyos sacerdotes —nuestros padres-

de Apolo disparan ramas como si fueran saetas

a los peregrinos del Museo y el Casino de Oficiales;

a veces dan en el blanco, a veces dan en el negro.

Viene la tormenta y a muchos les gusta,

creen que la lluvia lava la sangre pero no es así,

la lluvia penetra el suelo y saca a flote la sangre seca,

incluso las raíces, reblandecidas, se separan de los huesos;

los charcos de agua se vuelven ácidos

y al caminar se me derriten las zapatillas;

en puntas de hueso me voy abajo,

me hundo inexorablemente hasta probar

la carne vegetal del cadáver mutante,

soy un insecto extraño de Kafka,

quizá un parásito al que le ha sobrevenido

la terrible necesidad —el hambre—

que ningún alimento conocido,

ni siquiera tus productos podrán saciar;

así que adiós pasajero del 15,

me voy –o me caigo-

a la Sub-república Argentina,

a devorar con los gusanos

el fondo abierto.

domingo, junio 05, 2011

Estrella del invierno

Estoy solo,

soy un sereno en un campo de concentración,

en medio de las ventanas oscuras

brilla mi cuarzo rosa estrella del invierno

en una edificación antigua del Estado;

las palomas entran confundidas a los ambientes

y tengo que ayudarlas a salir;

en el silencio retumba la gotera

y en la caja de alfajores guaymallén,

Eulogia, la gatita, sueña los sueños del león;

por la ventana entra frío y las palabras de los árboles;

entonces hablo con los árboles que lloran sangre

-los cuerpos no están pero quedó la sangre

y fotos en blanco y negro en todas partes-;

y creo que también he pasado a la escala de grises;

sucede cuando todos se van y yo me quedo

con el Word de Las Estrellas Federales,

una novela escribiéndose en la ESMA,

mientras, afuera, apenas, se oyen voces

de jóvenes que van a una fiesta

que llaman nacional y popular.

Los baldes y trapos de la Piqui

me miran y el largo pasillo silencia

las pisadas de los hijos del camión y pasta base

con la cara engrasada en Ciudad Oculta,

las manos heridas con virutas de CAMEA,

lo que alguna vez recordarán,

ya no tan jóvenes,

los jóvenes hermosos de la fiesta,

cada vez que el frío y el calor se conjuguen,

antagónicos, en cartulinas celestes del colegio

de sus hijos, o en el geriátrico de ustedes

debajo de los ojos cerrados de un anciano arrepentido

que evoca pasajes de su vida

como un sueño de Eulogia en una jaula transportada

por un camino largo entre vehículos quemados

a través de la Argentina en pastos altos;

como una noche en pastos altos donde no

se sabe si hay muertos enterrados

y donde estoy solo con fantasmas,

¿alguien puede escucharme acá?

A la noche bailo con los desaparecidos,

Ceno con los desaparecidos,

Juego a las cartas con los desaparecidos:

Ella por ejemplo, me sugiere un paisaje,

me recomienda personajes;

es una chica que no sé cómo se llama,

tendrá veintipico de años y es muy linda,

siempre la saludo cuando los jueves paso cine

en el microcine Ernesto Che Guevara;

pero en realidad estoy solo,

no quiero ir a ninguna fiesta,

prefiero, loco, o masoquista,

divagar en la neblina venenosa,

por más que me destruya y

a lo lejos brille luces malas;

no es siquiera oro viejo del Tesoro,

es solamente oro de los tontos,

piedras de Santa Casilda, piritas,

con los diablos tan pobres

que esconden la cola ante la vista

de los hermosos, de los muy hermosos,

los sofisticados de la endogamia política

y la revolución casi justicia social;

cuando se vayan de la fiesta, sus citas

—Scalabrini, Cooke, Perón—

serán cartones a tracción humana e infantil

al costado de Libertador hacia el norte,

porque, al fin y al cabo, el mundo fue y será…

y una sombra ya pronto serán

y entonces vendrán

al único cementerio del mundo

donde faltan los cuerpos.

Estoy solo,

en una soledad definida tan sólo por mi humanidad

pues los animales, las plantas y todos

los espectros me acompañan;

Vean, estoy, escucho

música debajo del gran puente grúa

en cuyos rieles anidan murciélagos;

levanto el volumen y entonces las criaturas

vuelan alrededor,

soy un nuevo acróbata del circo del aire,

doy vueltas como una nota musical;

se me cae la piel, cae la carne, se me caen

los huesos y ya no queda nada para la fuerza

de gravedad;

en matrimonio con la nada,

mi pobre belleza se derrite

a la hora del reloj de plastilina,

Eulogia se despierta y no me encuentra,

sale de la caja de alfajores,

pega un salto y se sube al entretecho,

avanza entre los caños y los cables,

se mete en su hueco debajo de la viga

y, allí, perdura,

entre dos dimensiones,

lejos de los perros.