lunes, octubre 30, 2006

Rexistencia 28 - El almacén de la Juanita

















El sábado, pasadas las nueve de la noche, terminaba de ordenar mis objetos maravillosos en el departamento de Flores y me preparaba para salir a vender, cuando de golpe recibí un mensajito inesperado en el teléfono. Era mi madre, que me preguntaba:

—Juan Diego, ¿vas a ir a la fiesta de la Juanita?

Diez días antes, había recibido una grata llamada de Juanita, en un italiano casi incomprensible, invitándome a la fiesta por los cuarenta años de su almacén. Por supuesto, acepté.

Pero ahora, frente al mensaje de mi madre, estaba casi saliendo al trabajo. La verdad que me había olvidado completamente de la fiesta.

Miré la mochila, lista para la excursión palermitana, y pensé en el dinero que necesitaba ganar para afrontar la catarata de gastos que tengo en esta época de mi vida. Era el día de venta más importante de la semana; seguramente muchas clientas esperaban ansiosas.

Pero bueno, jamás me perdonaría faltar a la fiesta, así que agarré la mochila, salí de casa y enfilé para Villa Celina. Quizás podría vender más tarde. Antes, tenía que cumplir con la Juanita y con su hijo Tino.

Tipo diez y media de la noche entraba al barrio. Las ya mitológicas calles, guardadas entre la Richieri y la General Paz, permanecían en silenciosa oscuridad. Avancé, respirando el aroma de los potreros.

Al llegar a Martín Ugarte, la calle donde está el almacén, justo enfrente de la casa de mis padres, me crucé con una bandita de pibes que no conocía. Era raro que me pasara eso, tan acostumbrado a que me saludaran hasta las baldosas. En fin, Celina ahora es así. Después de haber vivido veintiocho años en ese lugar, ahora que me fui a la Capital, cuando vuelvo, me siento hijo del barrio como nunca, pero también un completo extranjero.

Llegué al almacén. En la vereda no había nadie. Entre los postes de luz, el viento movía un pasacalle que pusieron los vecinos en homenaje a Juanita. Enfrente, las persianas de la casa familiar estaban cerradas. Toda la situación era de fantasmas, una cosa triste, un anticipo del tiempo que viene, cuando yo soy más grande y todo aquello se desmorona en las paredes, estúpidamente erguidas a pesar de la gente que ya no está.

Giraba la cabeza y veía todo, como hipnotizado por un juego de infancia. De repente, un milagro interrumpía la melancolía. Eran voces, eran luces, era música que se elevaba desde el patio de la Juanita, al lado del histórico almacén. Entonces lloré. Porque todavía quedaba vida en Villa Celina, vida reconocible, pese a los prolijos epitafios que escribo con tanto esmero.

Abrí la puerta del patio y fue como entrar a uno de mis cuentos. La gente, que colmaba la casa de la Juanita, saltaba al compás de una tarantella. La mayoría eran viejos. La escena era bizarra; parecía sacada de la película Esperando la carroza. En el medio de todo eso, estaba Juanita bailando con mi papá.
Durante la Segunda Guerra Mundial, mis abuelos aún vivían en Comiso, un pueblito de Sicilia. A dos cuadras de su casa, vivía la familia de Juanita. El destino volvió a unirlos de un modo increíble, más de una década después, al ponerlos uno frente al otro, en un país diferente y lejano, la Argentina.

Mis abuelos fallecieron hace tiempo, sino seguramente también estarían allí, bailando tarantellas en el medio del patio como ahora lo hacía mi padre, italiano de nacimiento, que vino acá muy chiquito. Cumplió los cuatro años arriba del barco.

Apenas abrí la puerta, todos me reconocieron.

—¡Juanegriego! ¡Juanegriego! —gritaban los viejos y se abalanzaban sobre mí para besarme, entonados por el vino y emocionados por tanto tiempo sin verme.

La tarantella sonaba más fuerte. Me puse a aplaudir, y con la mochila todavía puesta, quedé encerrado por una ronda, que exigía mis primeros pasos.

Fue una noche maravillosa. A las doce y pico me despedí, porque quería llegar a tiempo para vender algo en Palermo. Me esperaba un largo viaje. Antes de irme, la Juanita me regaló un souvenir precioso. Es un adorno artesanal con un gancho para colgar la bolsa de pan, que también está incluida en el regalo. En el rectángulo de madera, hay un muñequito hecho de mazapán, seguramente una representación de Tino, atrás de una barra donde -también en mazapán- se ofrecen panes, un queso y una botella de vino. En la bolsa, de una tela tipo arpillera, está bordado:
1966 - 2006
Almacén Juanita
40 Aniversario
Me fui del barrio con la tormenta y a eso de las dos de la mañana estaba en Palermo Hollywood, ofreciendo objetos maravillosos. El contraste era tan grande que empecé a sentirme aturdido, como borracho, y eso que casi no había tomado alcohol.
Por suerte me fue bien y los anillos abrazaron muchos dedos.

Más tarde, volví a casa.
Cuando la madrugada cerraba la noche, la gripe, acostada en mi cama, abría los primeros síntomas en mi cuerpo.

















Rexistencia 27 - No toques ese tango que me mata -----------------------------------------------------------------------------

viernes, octubre 27, 2006

Las galerías vaginales























Camina, bichito, el aspecto central de la noche
que desborda sin fin la ciudad,
chupa la cumbre mamilar desde abajo,
barbudo vigía en el triángulo
que asoma su baba vegetativa
por la puerta del cuerpo gótico
que llega cuadrúpedo en la bajada,
pisando adoquines de cementerio,
barrenando olas de gente muerta,
piedra tras piedra noxa bajo la lluvia de estrógenos,
paso tras paso noxalis en el moco cervical,
ssssssssssss en largo vuelo,
ssssssssssss en flujo magnético,
ssssssssssssustancia dentro de mis ojos,
ssssssssssssumados podemos llegar al fondo
del núcleo central de la enajenada
donde se acaban los dibujos,
los sueños brutales que retumban las esquinas,
que nada es obstáculo, nada es viraje,
en las entrañas de una orquesta delirante
acompasada en estómagos cardenales
de tambores carnales
que marcan ritmo a nuestros corazones
enamorados,
vivitos y coleando en la enramada física
de una oscuridad húmeda y cinética,
donde somos fantasmas eléctricos,
bichos y menos hombres,
perros y menos artistas,
caminantes y menos ciudadanos,
un paso tras paso en la cama de pasto
que traga la materia en pozo ciego
y quema con fuego nuclear de hipotálamo
la violencia que siempre vive viento
en popa de carne de trígono
a través de nidos y radianes en banda,
en la aceleración angular
de las galerías vaginales, sin conciencia,
como puros planos del orgasmo
y el origen que la conversación
y su conservación, que la romanización y su armonización,
que el desamparador y su desparramo nos devuelve
cuanto antes, mi amor, al corazón de la especie.

¿Qué está pasando?

Julio López está desaparecido desde mediados de septiembre y nadie sabe nada.
Hace dos o tres semanas, una amiga me contó que nadie sabe bien dónde está un integrante de HIJOS.
El 18 de octubre, Clarín publicó que un integrante de HIJOS fue secuestrado y amenazado.
Hoy me llegó un mail con una carta a Jorge Telerman, acerca de las amenazas que están recibiendo los alumnos del Mariano Acosta.
"Los integrantes del Centro de Estudiantes fueron amenazados verbalmente por un policía federal que le dijo a uno de ellos, en la vía pública, "ustedes los del Centro están todos marcados".

Luna creciente























Calles empedradas, casitas bajas,
árboles altos, alumbrado amarillo,
un gato se cruza delante de un hombre
que va caminando y quiero seguirlo,
tirarlo al piso y robarle su bolso,
pero no lo hago porque me agarró la corriente
y tengo que escaparme con velocidad,
respirar en diez minutos el aire de una vida,
así que pongo primera y salgo disparado,
atravieso la noche con mi pensamiento,
paso la avenida y estoy en cualquier parte,
la calle está vacía pero llena de oyentes,
la luna es creciente cuando qué ven mis ojos.

miércoles, octubre 25, 2006

Los colores del fondo























Corro, doy un salto,
caigo con toda la fuerza aterrizando
las rodillas en la espalda.

Suena la melodía,
la cajita musical de las vértebras.
Se parte en mil pedazos la vieja estatua.

Le piso la cabeza lo más fuerte,
le meto el taco en la paja
del nido. El sonido
es un crepitar
de la hojarasca de pensamientos.
Ja, já, qué risa me da,
cuando veo a la persona
tan chatita, tan chatita.
Se le caen los anteojos y los ojos
saltan al charco, espantan moscas.

Me siento en el medio de la calle,
contemplo el cielo.
La forma del árbol se deshace
contra los colores del fondo.
Un sentimiento agitado pero dulce
late en mi corazón.

Está refrescando.
Los labios se me pegan, tengo sed.

Algo se cruza de repente
y se mete en el costado,
adentro del pasto de la banquina.

lunes, octubre 23, 2006

Em Buenos Aires hace un par de meses*

*Publicado en Portunhol Selvagem

por Douglas Diegues.


Buenos Aires é uma ciudade deliciosa. Os kurepis são pessoas deliciosas. Os brasileiros que vivem no Brasil y metem pau nos kurepis non sabem o que estão falando quando repetem esse antigo clichê de que os argentinos são uma cambada di filhusdaputa. Pode ter argentino filhodaputa, assim como tem japonês, índio, negro y branco filhusdaputa. Eu sempre tive sorte com Buenos Aires. Lá comecei a filmar mio primeiro filme, por conta própria, sem apoio financeiro de nenhuma instituição cultural. Lá conheci o pessoal da Eloisa Cartonera, que fizeram acontecer mio segundo libro Uma flor na solapa da miséria. Lá conheci Santiago Llach, Ramon Paz e o Pedro Marial, que participam tamém du mio filme Gombrowicz em mobimento. Lá me diverti também com Joca Terron e a Bel Santana e o Cristian de Nápoli e a Angélica Freitas e o Javier Barilaro e o Fabián Casas e o Gonzalo Millan. Lembra do Gonzalo, Joca, aquele chileno bigodudo que queria fumar unos puretes conosco? Grande figura humana. Combinamos fumar unos puretes com ele no Chile. Mas acho que nunca mais teremos o privilégio de fumar unos puretes com ele porque parece que o Gonzalo morreu semana passada. Las filmagens no apê do Santiago Llach também foram delirantes y berdadeiras. Ali o filme se filmou por si mesmo. Yo solo tenía u trabalho de ligar la câmera y deixar las coisas acontecerem. Las cenas em que o Cucurto ensina uma mina polaka a dançar cumbia ficou gombrowiczniana y du caralho y muito verdadeiras, sem poses, a poesia da vida dançando cumbia perto dos nossos narizes y a gente filmando tudo. O Pedro Mairal lendo Gombro numa banheira ficou du caralho. O Santiago Lllach lendo Gombro disfarçado de capitan volador wagneriano também ficou du caralho. A garota egípcia Sol lendo Gombro con encantadora sensualidad portenha ficou muito legal. O Juan Incardona, que comanda o site http://www.elinterpretador.net/ tocando violon e fazendo todo mundo rir também estava du caralho. Foi uma noite selbaje e gombrowiczniana. Memoravelmente du caralho. Quero voltar a Baires e filmar agora com a Gabriela Bejermann, com a Fernanda Laguna y outras figuras. Sempre que vou a Baires nunca quero voltar tão cedo. Kurepilandia hace bien a las bolas. Kurepilandia hace bien al cérebro. Kurelpilandia hace biem al corazom. Viva kurepilandia, viva mios amigos kurepis, Perón, Eloisa Cartonera, Gardel, Troilo, Continuición: el Império de La Cumbia, Cucu y Maria, las paraguayas que vivem lá, los pornosonetos de Ramon Paz y el Sentimento Bielsa du meu mano Ricardo Daniel Piña!


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Buenos Aires es una ciudad deliciosa. Los kurepis son personas deliciosas. Los brasileros que viven en Brasil y bardean a los kurepis no saben de qué hablan cuando repiten ese antiguo cliché de que los argentinos son una manga de forros. Hay argentinos forros, así como los hay japoneses, indios, negros y blancos forros. Yo siempre tuve suerte en Buenos Aires. Allá comencé a filmar mio primer película, por cuenta propia, sin apoyo financiero de ninguna institución cultural. Allá conocí a la gente de Eloisa Cartonera, que hicieron aparecer a mi segundo libro Uma flor na solapa da miseria. Allá conocí a Santiago Llach, Ramón Paz y a Pedro Mairal, que participan también de mio película “Gombrowicz en mobimento”. Allá me divertí también con Joca Terrón y Bel Santana y Agélica freitas y Javier barilaro y Fabián Casas y Gonzalo Millan. ¿Te acordás de Gonzalo, Joca, aquel chileno bigotudo que quería fumarse unos churros con nosotros? Gran figura humana. Arreglamos para fumarnos unos churros con él en Chile. Pero creo que nunca más tendremos el privilegio de fumarnos unos churrros con él, porque parece que Gonzalo murió la semana pasada. Las escenas en el depto de Santiago Llach también fueron delirantes y berdadeiras. Allá la película se filmó por sí misma. Yo solamente tenía que encender la cámara y dejar que las cosas sucedan. Las escenas en que Cucurto le enseña a una polaca a bailarse una cumbia quedó gombrowiczniana y muy pijas y muy verdaderas, sin poses; la poesía de la vida danzando cumbia cerca de nuestras narices y nosotros filmando todo. Pedro Mairal leyendo Gombro en una bañadera quedó de la hostia. Santiago Llach leyendo a Gombro disfrazado de capitán volador wagneriano también quedó de la hostia. La chica egipcia Sol leyendo a Gombro con encantadora sensualidad porteña quedó muy copante. Juan incardona, que capitanea el sitio http://www.elinterpretador.net tocando el violón y haciéndonos re cagar de risa también estuvo de la hostia. Fue una noche selbaje y gombrowiczniana. Memorablemente copante. Quiero volver a Baires y filmar con Gabriela Bejermann, con Fernanda Laguna y otros personajes. Siempre que voy a Buenos Aires nunca quiero volver en tan poco tiempo. Kurepilandia hace bien a las bolas. Kurepilandia hace bien al cerebro. Kurepilandia hace bien al corazón. ¡Viva Kurepilandia, viva mios amigos kurepis, Perón, Eloisa Cartonera, Gardel, Troilo, Constitución: el Imperio de la cumbia, Cucu y María, las paraguayas que viven allá, los Pornosonetos de Ramón Paz y el Sentimiento Bielsa de mi hermano Ricardo Daniel Piña!

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Traducción, por R.

sábado, octubre 21, 2006

jueves, octubre 19, 2006

Por debajo de la línea de flotación





















Son las siete de la tarde. Vuelvo a casa. Entro a la Estación Once por la entrada más angosta de Pueyrredón.

Las expendedoras están fuera de servicio. El cartel electrónico se apagó de repente. Las colas en las ventanillas hacen nudos marineros. Por suerte tengo boleto de ida y vuelta. Los pasajeros avanzan. Los molinetes giran descontrolados. En los andenes no cabe un alfiler. Hay personas trepadas a una columna. La gente se queja. Los trenes están demorados.

De pronto, se escuchan cohetes. Un grupo se abre paso. Muchos corren. Las bocas se disputan el poco aire que queda. Es la imagen de la vida. Centenares de manos golpean las chapas de los vagones. El volumen aumenta progresivamente, hasta marcar el latido del corazón, que se eleva por encima de las cabezas.

La serpiente humana se muerde la cola en la entrada de los andenes y después enfila hacia el oeste. Barquitos repletos navegan alrededor de los puestos de venta. La tripulación lleva gorritos con visera. Una banderita argentina rebota en el aire, manipulada por el viento caliente que escupe el motor de una máquina.

No sé qué hacer, estoy encerrado por mil cuerpos. Acá no existe la libertad ni la esperanza. El atardecer se vuelve negro como la grasa. La estación se tiñe de oscuridad tornasolada. Los placeres buenos se convierten en momentos recónditos, imposibles de ser recordados. Alguien se ríe y eso resulta increíble. La carcajada es grotesca. Debe ser un burlón del futuro, mirando la tele con humor negro, después de una tragedia.

La multitud me conserva inmutable, en algún recoveco de torsos y de brazos.

Las quejas recrudecen. Hay empujones. La gente choca contra la formación estacionada del Sarmiento. El pánico abre huecos en el laberinto anatómico. Se escuchan amenazas. Las caras están pálidas, quizás enmascaradas. Veo rosarios de plástico. Veo estampitas. Veo una luz insoportable, que me enceguece a la derecha, reflejada en los anteojos de una mujer.

Hay una paloma atrapada. Busca la salida, pero rebota una y otra vez contra el techo. Le sale espuma del pico. Una mano asoma de las cabezas y le tira una lata. Esto llama la atención del resto. La paloma esquiva el proyectil. Crece un rumor. Mientras tanto, ella va y viene a toda velocidad. Todos le prestan atención. Esto debe ser una obra de teatro. La platea está repleta. Ya no quedan entradas para ver a la paloma, que ahora planea decidida hacia adelante. Parece que va a salirse. Hay expectativa. Efectúa maniobras pero va perdiendo energía. Choca contra la pared y cae, resbalando verticalmente.

Una voz anuncia por los altoparlantes que el tren está por salir. “Rápido a Flores. De Flores rápido a Liniers, parando después en todas las estaciones intermedias”. Se abren las puertas en el andén 4. La avalancha produce olas humanas gigantescas. Hay desesperación. Una fuerza sobrenatural me arrastra por debajo de la línea de flotación y me empuja mar adentro hacia los vagones. Me falta el aire. Estoy mareado. Se me cierran los ojos.



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Foto sacada con mi celular en la Estación Once del Ferrocarril Sarmiento.

miércoles, octubre 18, 2006

Gira mágica y misteriosa
















"El locutor trata de unir a toda la multitud haciendonos cantar la marcha. Dice: "No sean irrespetuosos, compañeros. Haganlo por Perón, carajo. No sean putos, compañeros!!!""

Acá, la crónica completa del viaje de Tatiana a San Vicente.

martes, octubre 17, 2006

Anécdotas peronistas 10 - Día de la Lealtad












Archivos viejos, material inédito, rarezas.

Cantos folklóricos de adhesión a Perón
Con la música (recopilada por Andrés Chazarreta sobre motivos populares) de la "Zamba de Vargas". Autor de la letra e intérpretes desconocidos.

Vuelven las legiones descamisadas,
vuelven las legiones descamisadas,
las que salvaron la Patria
de la cipaya dominación (dos veces).

Es el mismo pueblo bravo y patriota
que el 17 de octubre
prendiera antorchas por Juan Perón (dos veces).

Llaman a elecciones de diputados
para llegar al Congreso
a seguir guapeando por la Nación,
para seguir alumbrando
con sus antorchas por la Nación.

En el alba nueva de la Argentina,
en el alba nueva de la Argentina,
no se oyen llantos ni quejas,
sólo hay albricias de redención (dos veces).

Ya no hay más (?) ni luces malas,
el 24 e febrero la democracia
se llama acción (dosveces).

Pa´seguir guapeando por su destino
se alza la Patria gritando
Pueblo argentino, renovación!
Gritan los descamisados
Pueblo argentino,Viva Perón!

***
Desgrabación, por Juan Incardona.
Gracias Alejandro por facilitarme este material!

















Al 17 de octubre

Por Leopoldo Marechal

Era el pueblo de Mayo quien sufría,
no ya el rigor de un odio forastero,
sino la vergonzosa tiranía
del olvido, la incuria y el dinero.

El mismo pueblo que ganara un día
su libertad al filo del acero
tanteaba el porvenir, y en su agonía
le hablaban sólo el Río y el Pampero.

De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡era en Octubre y parecía Mayo!),
y conquistó sus nuevas primaveras.

El mismo pueblo fue y otra victoria.
Y, como ayer, enamoró a la Gloria,
¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!














Acerca del 17 de Octubre

por Raúl Scalabrini Ortiz

El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado".


















El primer mártir peronista.

A la una de la mañana, cuando terminó la concentración en la Plaza de Mayo, un grupo de jóvenes manifestantes marchó en dirección al edificio del diario Crítica, en Avenida de Mayo 1333. El periódico dirigido por Natalio Botana había asegurado esa tarde que Perón era un "mito fascista". Además, había publicado en primera plana una fotografía de cinco personas que cruzaban la avenida 9 de Julio: "Estas son las huestes del coronel Perón", decía el grueso título. La foto, tomada en la mañana temprano desde la terraza de un edificio de varios pisos, intentaba transmitir la imagen de una avenida vacía en la que apenas se veía un minúsculo grupo de personas.
Los muchachos peronistas, exaltados, lanzaron piedras y rompieron los vidrios de las ventanas. Desde la terraza, los pistoleros de Botana dispararon sus revólveres. Parapetados detrás de automóviles estacionados y árboles, algunos militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista respondieron al fuego. El tiroteo fue infernal y duró hasta las tres de la mañana. Cuando todo terminó, quedaban 50 heridos en la calle.
Uno de ellos había recibido un balazo en la cabeza y murió poco después. Se llamaba Darwin Passaponti y tenía 17 años. Había nacido el primero de noviembre de 1927 y le faltaban dos semanas para adquirir la mayoría de edad. Estudiaba en el Colegio Normal Mariano Acosta y militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista. Su padres eran farmacéuticos: ella, una ferviente católica nacida en Entre Ríos; él, un anarquista oriundo de Santa Fe, que escribía obras de teatro.












José María Rosa, Historia Argentina, Tomo 13, Pág. 190 – 191.

"Es un carnaval!", lo define alguno ante las protestas de Marechal, para quien la Patria se debía amar en esas caras concretas y no en figuras literarias."Si fuera un carnaval sería triste, como son nuestros carnavales; pero esto es alegre, es otra cosa", corregirá Jauretche.¿Quién lo habrá organizado? ¿Evita, Mercante, el Capitán Russo, la CGT...?, preguntó otro. "Sólo un genio pudo haberlo hecho, por eso creo que no lo organizó nadie."
Cantos

"Sin galera y sin bastón/ los muchachos de Perón!"
"Aquí están,/ estos son/ los muchachos de Perón!"
"¿Si esto no es el Pueblo, el Pueblo dónde está?
********
"¡Fusiles, machetes, por otro diecisiete!"

Consigna
"Patria sí, Colonia no!"

















anécdotas peronistas 9 -------------------------------------------------------------------------------------------

lunes, octubre 16, 2006

El oro de Villa Celina

















"Hace tiempo que pregunto dónde se consiguen limones no fumigados. Para hacer lemoncello se usa la cáscara de los limones y para eso es imprescindible que nunca hayan recibido ningún tóxico."
(...)
"–Vieja, deciles a tus amigas que te corten limones de los limoneros que tienen en el fondo pero antes preguntales si alguna vez los fumigaron. –Qué van a fumigar, rezonga la madre, qué van a fumigar si esos limoneros están ahí abandonados y nadie les da bolilla!"

Sigue Acá, en Viejos son los trapos.

Invitame cuando esté listo, Ememe!

El corazón mismo de su ser
















"Julio Lucián no puede narrar esa historia, de ahí su fracaso en tanto narrador de hechos que quisieran exceder a la propia subjetividad desquiciada. La historia de ese fracaso es lo que el cuento, por encima del narrador, termina contando."

Diego, en Dudo de Todo, hace una lectura de Agujeros de agua.

Mediodía

Me despierto al mediodía porque siempre me acuesto tarde. Trabajo de noche y tengo los horarios cambiados. Primero abro el ojo izquierdo; después el derecho. La luz deshace las horas anteriores.

Los cajones de botellas se estampan una y otra vez contra el piso, en la vereda del supermercado de enfrente, sobre la calle Caracas. El barullo se filtra por las grietas de mi casa.

Todos los días lo mismo. El sonido del vidrio es una esponja que absorbe las ideas. Cuando una botella se rompe, la mente explota a la par, arrastrando los muebles y la ropa hacia los agujeros de la persiana.

Nada tiene sentido durante cinco minutos. Los repositores agregan voces al asunto. Entender sus palabras es imposible. Da lo mismo que fuesen vidrios rotos.

Alguien debe estar metiendo la mano en el bolsillo de mi cabeza. Abre el cierre mientras me recompongo del sueño, para robar pedazos de memoria reciente.

Finalmente, el camión arranca y la zona se tranquiliza. Entonces corro las sábanas y me destapo, como una botella, y apoyo un pie en el piso, como un cajón de botellas contra la calle, y llevo mi cuerpo al baño, como un repositor cargando en el supermercado.

viernes, octubre 13, 2006

El 80















Dedicado a Funes, que publicó este cuento en uno de sus libros artesanales.
Dedicado a Carlos Godoy, que gusta de esta historia.


Dicen que mi barrio se zarpa de jevi, eh!, y a mí me agarra la melancolía inversa y la macrófila, taana tataaata taana tataaata ahí van los maachos paara cooonsumaar una hermoosa dootacioón viitaaal, superlooógico, la gilada siempre habla porque le gusta la sanata y nunca falta un poligriyo que repite el chamuyo en el diario, en la radio, en la tevé, que Celina está lleno de hampones, que los taxistas no te llevan, que el raterío te caretea en cada esquina, que a un guacho le hicieron las zapatillas y después le volaron el coco, que mataron a un remisero en Sarmiento con un destornillador, que un violín le metió no sé qué cosa a una minita en la General Paz, que se pudrió todo en los boliblocks de Lugano, que se agarraron a piñas después de un partido en Urquiza y que a dos les comieron la jeta y les cobraron todo el viaje, que a un oligarca lo dejaron en pelotas y lo cagaron a palos para que tenga en la 2 de abril, ¡pero se mandan cualquiera, loco! ¡Tan policías son, tan policías!, te ponen cartel de chorro y te quieren tirar el fuerte abajo, pero yo te puedo batir la posta porque aunque me agarre la polimorfa y haya quedado pegado, nadie puede dudar que Celina es la tierra de toda mi vida y que ahí crecí con los guachos y los mosquitos y entonces sé de que hablo cuando te hablo y escuchame si te cabe la verdad, no te ortibés y prestame atención, no es que sea engrupido ni me la crea, cantando sin descanso van a devorar te juro por mi vieja que éste es el paraíso, Villa Celina, el barrio más flashero, pero a nosotros nos persiguen, sí señor, nos persiguen. Te cuento una.

Primavera, día de semana, cinco de la tarde, tirado en la pieza con el higo, la batata y la guitarra me moría de embole, así que agarré todo y rajé, bajé la gleba y fui a ver si ya estaban parando los fumancheros de Barros Pasos y Giribone, y salta la cara con fiebre, epicarpo escucho, dicogama me agarra, Gusano, Luis, Cocorocó y los Escobitas tirados en la vereda jugando a la nada con los ravioles y los porros, pero pará un poquito, fiestero, grupero, borracho, falopero, pelá la viola y el cancionero y empecemos el fogón para los pibes, PARA LOS PIBES!, me repitió Gusano, poniéndose de pie. Cómo no, le contesté.

Empezamos a cantar Mucha tropa riendo en las calles con sus muecas rotas cromadas y al toque aparecen Ricky (primer baterista de Villanos) y Edu (bajista de Viejo Smocking, La guirnalda de Afrodita y Pachuco chicano) que habían oído los acordes desde sus casas y nos dicen que ahora vienen, que van a buscar a Tuta (guitarrista de Viejo Smocking y La guirnalda) y los instrumentos. Mientras tanto, nosotros seguimos con la festichola íntima, mechando blues, rockanroll y alguna milonga, pero nos quieren barrer, nos quieren correr, y aparece la lancha con los cascos azules y nos relojean y uno dice pórtense bien, porque sino ya saben, y cómo no, cómo no, señor oficial, vaya tranquilo, le responde Gusano, y justamente caen Ricky, Edu y Tuta y se suman al concierto, y después Damián, Ariel y los pibes de Pocas Nueces, y el efecto dominó es imparable, y llegan Ale con Minesotta, Gabito con Baff, Dios Torrejón con Río Verde (después Callejeros), Pity y el Pollo con Viejas Locas, Santiago y los pibes del Uno, pibes de Perseverancia, el viejo Carlitos, etc., etc., etc., y a eso de las nueve de la noche estaban prácticamente todas las bandas del barrio y una multitud copaba Giribone entre Barros Pasos y Unanué. Un estallido musiquero, imprevisto, en cuatro horas. Tetra, birra, porro, ravioles, intoxicados sólo queríamos cantar y bailar en nuestro pueblito olvidado del sudoeste, puro amor al arte y al barrio, sin hacerle mal a nadie, todos metidos en la chupadora de una noche perfecta y repleta de estrellas.

Iban a traer el camión semi de los turcos Salomón para que las bandas toquen ahí, pero decidimos que la zapada colectiva era mucho mejor, y posta que lo era, una cosa de locos, bastante desafinada pero llena de poder, tirando Mis y Las como si fueran rayos, cerrando la noche con unas SI séptimas que te ponían los pelos de punta. Las rollingas agitaban y los pibes se ponían como locos; había guitarras, armónicas, flautas, percusión de todo tipo, hasta un violín trajeron, una exquisitez.

Repiolas en el microquiste con la juventud nos metimos en el tubo musical. Seguramente nos pasamos de la raya con el bardo y la mamúa, y lejos de hacerla de querusa nuestras estrofas se zarpaban de quilombo, pero qué pecado comete, qué ley desobedece, qué piso ensucia quien practica la vida en todo su esplendor, en toda su libertad. Andá a explicárselo a ellos.

En el estaminal coreábamos un clásico nacional cuando un guacho, creo que fue el Chino, empieza a gritar desesperado: ¡El 80! ¡El 80!

Todos sabíamos de qué se trataba y rajemos dijo Remo y cagamos dijo Ramos a corregaser uno doli trili catoli quili quilete número siete que nos cagan a palos. No hubo tiempo de nada. Los coches de la línea 80, que tiene la terminal en Sarmiento, siempre fueron usados por la Yuta de Recondo para las racias. Esta vez traían dos, escoltados por lanchas, patrulleros y motos. Se pudrió, todos contra la pared.

En el transcurso de mi vida presencié más de un acto de audacia: Tato Cogorno bancando solo al Maristas contra Lugano 1 y 2, Chorza y el Rosarino tocando la viola en el techo de un tren a toda velocidad, Javi nadando en el Riachuelo, y así varias más, pero la que hizo Gusano esa noche fue de película. Como a nosotros, lo tenían contra la pared. Resulta que, cuando lo empiezan a palpar, el chaboncito se retoba, se da vuelta y lo encara al policía; éste se queda perplejo y todavía no atina a nada. Entonces, Gusano, tomando la iniciativa, le dice qué me tocás el culo, mariposón, la reconcha de tu madre. Lo empuja y sale rajando. Varios ratis lo persiguen, pero Gusano, con una acrobacia descomunal, sobre todo teniendo en cuenta su cuerpo de flaco descarnado, salta el paredón de Luis y desaparece. La policía lo dejó, porque no podían entrar a la casa a la vista de todos sin una orden. Nos empezamos a cagar de la risa y ellos nos empezaron a cagar a palos. A mí me dieron un roscaso que me abrió la cabeza y tuvieron que darme cuatro puntos, que me cosieron recién al otro día, cuando nos soltaron. Esa noche, la pasamos en la gayola de Recondo.

Éramos un montón y estábamos hacinados, hechos mierda, a Javy le bajaron un diente, el Chavo se desmayó tres veces, Ricky tenía la cara llena de sangre. Pero igual seguimos con la musiquita y de querusa compusimos entre todos esta canción:

MIM LA7 MIM SI7 LA7 MIM SI7
Debajo de las estrellas los pibes de Celina
Cantan, bailan, agitan vitaminas
Libres, felices en las ruinas
Aunque venga el 80
Aunque venga el 80.

miércoles, octubre 11, 2006

Jeremías pies de plomo


















Pegamos onda con un grupo copado, unas diez personas, y paramos en la casita de Adriana, señora hippie con ojos grandes que era amiga de uno de los chicos. Allí estuvimos diez días en la sombra del Piltriquitrón, acampando en su jardín de cesped grueso, protegidos del viento, aunque a merced del rocío matinal de cada día.

Una noche colgado de las nubes fue la Fiesta del Lúpulo. Las callecitas estaban atestadas de gente, de rockeros y gendarmes. Empanadas deliciosas y baratas, vino, muchísima cerveza, el festival lo cierra Vox Dei. Corrían los primeros años de la década del `90, pero la instalación bolsoniana de verano hippie y rockero nos hacía pensar, quizás, que eran los comienzos del `70.

Tanto alcohol y tanto faso en la zapada previa a uno le distorsiona el hipotálamo. Distabesco progresivo experimenté la nocturnidad del concierto con la horda agitante, chicos malos de pelo largo, salto y grito, usurpando la verdadera historia, por encontrarla, de Sam el Montañez.

El último tema nos puso en la cumbre nevada de azúcar amargo, y eres muy dulce, amarga a veces, ¿qué haré?. Fue una noche inolvidable. Gracias Willy, Ricardo, Rubén.

Para la sibilancia, para el extranjero, me enredé con una indígena en plena calle: chica voluptuosa, suavemente oscura, como la arcilla, boca grande, infernal. Por suerte, la calle de tierra estaba escondida y la iluminación era baja. El recoveco fue suficiente para protegernos de la interrupción, sobre todo de la Gendarmería, que daba vueltas por todos lados.

A la mañana siguiente me encontraron hablando pavadas, en el alba psicodélica junto al arroyo. Mumra y otro pibe, el Gordo de Ituzaingó, me obligaron a ir con ellos a la carpa, en el jardín de Adriana. Me contaron que yo no quería, que me revolcaba por el piso, que me lamentaba, que repetía el nombre de una chica.

El viaje se cerró durante dos días en un tren descontrolado. Como no podíamos parar de tocar, nos subimos al techo del vagón, donde cantamos nuestro rock a la mañana campestre, pasando Bahía Blanca.















Un año después, conocí a Willy Quiroga en un asado en la casa de la Pitu, en Villa Celina. Comimos y bebimos como Dios manda. Jugamos a las cartas y hablamos de muchas cosas. El lucía una remera negra con la inscripción de Marshall; yo una nevada donde decía Rock and Roll.






















Cuando la tarde moría y las botellas juntaban aire sobre la mesa, invitamos a Willy a un recital en la casa del Tuta, a tres cuadras.

Fuimos todos para allá. El lugar estaba hasta las manos. Tocarían Viejo Smoking, Río Verde (hoy Callejeros), Minnesota y después mi banda, La Guirnalda de Afrodita.

La música se lleva bien con la oscuridad, así que el principio de la noche, desde el Mercado Central, fue alargando la cola encima de las autopistas, en dirección a la Capital, hasta que tapó por completo la poca luz que quedaba en el cielo.

Entonces, llegó nuestro turno. Willy seguía chupando vino, mientras miraba todo desde un costado, rodeado de stoncitas con jardineros. Se lo veía contento. Estaba en su salsa, igual que nosotros.

Entusiasmados por su presencia, le pegamos a las cuerdas como si fuéramos animales. El último tema se lo dedicamos a él. Nuestros acordes brutales, amplificados por los parlantes, eran, quiero creer, el verdadero sonido de los pasos de Jeremías, el que nunca vuelve atrás, que ahora caminaba su paso de plomo en nuestro mentado barrio, entre la General Paz y la Richieri.

"Quiero ser de los que están de su lado
y vivir en libertad."












jueves, octubre 05, 2006

Pity




















Hace unos años en la escuela quería progresar, pero progresar era comer, dormir y trabajar. Qué sistema de mierda y cómo te puede cambiar. Algunos quieren todo el oro, yo sólo quiero vagar con vos, yo sólo quiero vagar con vos. Y ser una Vieja Loca que rueda por las calles, siempre saber dónde ir para encontrar rock and roll.
Viejas Locas, Hermanos de sangre.



Me bajaba del 143 en la parada de Yupanqui, en Lugano, cruzaba el angosto puente peatonal sobre la Richieri, atravesaba las cuadras y los galpones de CAMEA y finalmente llegaba al largo paredón del colegio secundario donde estudiaba, el Industrial Don Orione, en el Barrio Piedrabuena.

Allí tuve buenos amigos, y uno de ellos fue Christian Álvarez, ya conocido como Pity, con quien compartí la misma División hasta que lo expulsaron, un mes de diciembre, cuando finalizábamos cuarto año.

Era una gran persona, inteligente, rebelde, líder natural y muy audaz. Sus compañeros lo respetaban y lo seguían.

Prueba de Física. Después de cuarenta minutos seguíamos todos con las hojas en blanco, menos Pity, que la tenía muy clara y ya tenía todo resuelto. Arriesgándose increíblemente, nos fue pidiendo, una a una, nuestras hojas, que le fuimos pasando en cadena de manos cada vez que el profesor caminaba a espaldas nuestro, por el pasillo entre los bancos. Poco a poco fue haciendo las pruebas de sus siete u ocho compañeros más íntimos. Ese día zafé gracias a Pity. Muchas otras veces lo hice gracias a Mumra, pero esa es otra historia.

Cuarto año (1988) fue la época que nos encontró más amigos. Creo que Pity y yo batimos el récord de rateadas en colegios secundarios. El libro Guiness debería tener en cuenta estos números. Sin exagerar, durante ese año nos rateamos más de ochenta veces. Cuando digo ratearse hablo de estar adentro de la escuela, de tener puesto el presente y luego escaparse. Nuestra amistad se forjó al calor de esas fugas matinales, siempre él y yo solos, nadie más se animaba a ratearse tanto. Sólo dos o tres veces nos acompañaron Calchi y alguna de las Urracas, o el Turro y el Pulpo. Llegamos a irnos todos los días de la semana. Para nosotros la escuela era querida pero también angustiante. Lo bueno estaba entre nuestros compañeros; lo insoportable estaba en la opresión del claustro, en el tiempo obligatorio, en las cosas que nos enseñaban. Nos rateamos en todas sus variantes. Saltábamos el paredón atrás del Taller y nos rajábamos cada uno a su casa. O nos íbamos a la General Paz. O caminábamos por ahí. O nos quedábamos charlando sentados en el cordón de la vereda. O nos escapábamos en el primer recreo, subíamos a la casa de Pity un par de horas y volvíamos en el segundo. Esa era genial. Escaparse y volver cuando queríamos. Era como una demostración de poder frente a la escuela. Y ojo que nuestro colegio no era una institución liberal, por decirlo de algún modo, todo lo contrario, eran muy estrictos en la disciplina y el adoctrinamiento.

En la casa de él, su abuela, que no cuestionaba nuestra conducta en absoluto, nos esperaba con el desayuno listo. Era una mujer muy dulce y naturalmente amable. Christian la amaba.

Pity abría los cajones y me mostraba pastillas de todos los colores. Yo le quería poner las pilas para que no se zarpe tanto, pero no había caso. Si tenés sobre tu lengua un pequeño cartón no lo tires ni lo escupas, chupalo por favor porque en pocos minutos la psicodelia estará con vos. Pity robaba objetos muy copados. Hola Señor Kioskero, vengo en busca de su dinero, ponga las manos arriba y présteme mucha atención... En su pieza había un semáforo y varios carteles de señalización. Una vez me vendió un stereo que le había encanutado a un auto por ahí. Lo tuve mucho tiempo conectado a unos parlantes que no me acuerdo de dónde los saqué. Y bue. Pity había ensamblado en su cuarto una especie de instalación artística. Había luces conectadas por todos lados, que se encendían y apagaban al compás de la música. También tenía una calavera de mono con lucecitas rojas en los ojos, un flash. Sueño que sueño que estoy soñando y de fondo una música tipo rocanrol, sueño no sé en qué sueño que soy un electrón.

Un día, Pity agarra la guitarra y me dice Chorza, escuchá, y puntea Angie. Eran, creo, sus primeros pasos con la viola. Es increíble que ese chico de 16 años que pulsaba frente a mí aquellos sonidos precarios mientras alucinaba en su cuartito de suburbio bajo los posters de impenetrables Jaggers, Richards, terminara tocando algún día como soporte de los Stones en River Plate. Mire mire qué locura, mire mire qué emoción: esta noche toca el Pity y el año que viene tocan los Stones!

La verdad, si tenemos en cuenta la cantidad de veces que nos escapamos, las veces que nos agarraron fueron muy pocas: solamente cuatro. Descubierto el delito, al otro día entraba el preceptor y decía, con esa voz tan fina y glotal que lo caracterizaba: ¡Incardooona, Áaalvarez, a preceptoriiiía!. Siempre lo mismo, cinco amonestaciones para cada uno. Así, a fin de año llegamos a sumar veinte. Teníamos que cuidarnos.

En diciembre, en la última semana de clases, nos regalaron a todos los estudiantes un Rosario. Pity, Calchi y las Urracas bardearon mal. Rompieron los collares y se pusieron a jugar a las bolitas en el patio. Qué pibes. Todos a Dirección, ni siquiera a Preceptoría. Les pusieron cinco amonestaciones a cada uno y con eso Pity llegó a las veinticinco. Lo expulsaron y al año siguiente cursó en el Reconquista de Boedo.

Una de las que más me acuerdo de Pity en el colegio fue cuando le sacó la escalera a nuestro preceptor, que se había subido al techo para buscar una pelota de voley. ¡Áaalvarez, Áaalvarez, la escaleera, vuelva a poner las escaleeera!, gritaba el pobre tipo. Abajo Pity se burlaba de él y le decía No, con el dedo. Nos morimos de la risa. Después de un rato nos fuimos. Nunca nos enteramos cómo hizo para bajar del techo. Al día siguiente, esperábamos represalias, pero no pasó nada; el preceptor jamás mencionó el asunto.

Nuestros últimos años de Secundaria coincidieron con los comienzos de Viejas Locas, banda que no paró de crecer, gracias, entre otras cosas, al boca en boca, a la pintada en aerosol, a la infinidad de calcomanías pegadas en los colectivos.

Las anécdotas son varias y me llegan todas juntas:

Una mañana en la escuela, Pity y yo creamos una suerte de pandilla, la LBA. Decidimos entre los dos a quiénes convocaríamos. Los elegidos, los compañeros más pulentas eran las Urracas (Beto y Edgardo, dos hermanos mellizos de Lugano 1 y 2), el Turro, el Pulpo y Calchi. Tiempo después se incorporó Mumra, aunque nunca fue aceptado plenamente porque no cumplía el requisito de haber sido amonestado al menos una vez. Durante un tiempo, escribimos y pintamos los baños y las aulas con nuestra sigla: LBA, la banda.
***

Fui a muchos de los primeros recitales de Viejas Locas. En Ramos Mejía, en Constitución, en Cemento, etc. Me acompañaban amigos de Celina. Una vez fui con Tuta, otra con Ricky (primer baterista de Villanos), otra con Mariana M... Pity me dedicó temas dos veces. La primera vez (“Este tema es para Chorza”) fue en un pub –no me acuerdo el nombre- en la calle Bernardo de Yrigoyen, en Constitución. Al final de ese concierto, se armó una de las grescas más violentas que vi. Volaba todo, estallaban vidrios, los pibes –no me acuerdo por qué- se dieron a mansalva.
La segunda fue en Lugano (“Este tema es para Chorza, para Mariana y las empanadas de Humita”). Un rato antes, habíamos comido empanadas de humita en el club Riachuelo, en Celina. Pity, Mariana M., y yo.
***
Una noche, en Cemento, los punks nos acosaron. Grave equivocación. Los guachos de Piedrabuena y Celina los fajaron a piñas y cuchillazos. Vaaamos vieejas loo, vaaamos vieejas loo, vaaamos vieejas looo, vaaamos vieejas loo, vieeejas looocas es un sentimieeeento, no se expliiica, se lleva bieen adeeeentro, y por eeso te siiigo a doonde seea, vieejas looocas haasta queee meee mueeera...
***
Un sábado a la tarde en 1990 estábamos armando un partido en la cancha del colegio y nos faltaban jugadores. Nos metimos en el barrio (Piedrabuena) para buscar gente. Lo cruzamos a Pity. Hacía dos años que lo habían echado y no lo veíamos casi nunca, al menos no yo, que, como vivía en Celina, no era su vecino como otros de mis compañeros (la mayoría de Piedrabuena y Lugano). Nos acercamos: estaba re puesto, mal. Me dijo, con tristeza: Chorza, mi abuela se murió. Después agregó: Quiero conseguir la cabeza y ponerla en la mesita de luz. Yo no le dije nada, no lo tomé en serio. Pity siempre decía cosas como esas. Además estaba dado vuelta. Pero lo que me estaba contando era verdad, él quería hacer eso. Tiempo después, en una entrevista que salió publicada en Clarín, dijo:
“Yo tenía una abuela que quería mucho. Un día hicimos un pacto: Ella me pidió que cuando muriera yo hiciese un velador con su cráneo; a cambio le pedí que mandara una señal desde el más allá. Murió y yo no cumplí. Porque era menor y no me dejaban retirar sus restos. Ella sí cumplió.”
***
Una tarde vino a mi casa, en Villa Celina. Arregló un montón de cosas, incluido un ventilador que no me andaba desde hacía tiempo.

Hace años que no nos vemos.



miércoles, octubre 04, 2006

El veneno





Varias veces se oyeron gritos de alarma desde las terrazas.

—¡Ahí vienen!

Pero los avisos siempre eran falsos. Vivíamos prácticamente en estado de alucinación. Cada minuto renovaba el miedo y lo hacía crecer, como ahora crece Villa Celina mientras oigo y veo estas cosas de antes. Se levanta como un monstruo y devora la casa de mis padres. Viene a la noche y embiste contra las puertas. Crece y después se achica. Es un animal plástico. Se mete en los agujeros de los cordones y se arrastra por los túneles, entre los cuerpos de las ratas y las moscas muertas de veranos anteriores.

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Flash editado por Juan Incardona, sobre ilustraciones de Kozyndan, sugarisland.org, Blanka Dvorak, www3.to/hotsprings, Odd Nerdrum, y David Foldvari.

martes, octubre 03, 2006

Rexistencia 27 - No toques ese tango que me mata

El otro día, después de vender objetos maravillosos, me fui enamoradizo y solo a la tanguería que está frente a la plaza de Almagro.
Me mandé para el fondo. Por suerte conseguí una silla contra la pared. No paraba de llegar gente. Cada vez que terminaba un tango, la tertulia explotaba. Eran como intervalos de una película. Si fuera así, ésta se proyectaba cerca de la ventanita, sobre una pantalla hecha de humo de cigarrillos.

De pronto, el viejo cantor empezó:

Lastima, bandoneón, mi corazón...

Entonado por la cerveza y el chamuyo con la chica de ojos verdes que tenía al lado, me puse de pie inmediatamente y grité:

—¡Paren!

La gente, que colmaba el pequeño boliche, desconcertada al principio, me miraba después con ojos acusadores:

—¿Qué pasa, borracho?

Miré fijo al cantor, y acompañando la negación con el dedo índice, le dije:

—Por favor, no toques ese tango que me mata.

La acusación daba lugar a la curiosidad y el bar se llenó de silencio.

—Lo que pasa —seguí— es que me trae un recuerdo que no soporto, de una chica, una que amé tanto. Te pido que no lo cantes. Es una crueldad inútil.

La noche creaba condiciones para la sensibilidad. Por eso, un poco con risa, un poco con ternura y algo de identificación, los asistentes, principalmente un grupo de chicos y chicas vestidos de murga, pidieron:

—¡Hagan otro!

Una turista empezó a sacarme fotos. El barullo se generalizaba y desde la barra gritaban cosas. El viejo cantor, tomando control de la situación, me dice:

—A ver, ¿cómo te llamás vos?
—Juan Diego.
—Bueno, sentate tranquilo. Ahora, decime, ¿qué querés que toquemos?
—El motivo.
El cantor lo miró al guitarrista y éste asintió con la cabeza. Después le dijo:
—En Mi menor.

Entonces, como si fuéramos una hinchada de fútbol, entre todos entonamos, casi hasta el grito:

Mina que fue en otro tiempo...


Rexistencia 26 --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Muerto en el campito con canciones
















Pasé todo este tiempo con trece años, escarbando con un palo el html del campito atrás del Mercado Central, para publicar en internet la siesta, los partidos, las peleas, los perros y la familia.

En el verano, me quedaba en el barrio con mis amigos. Las horas transcurrían con ingenuidad. Entre todos inventábamos historias donde no hay nada. Sin saberlo, en aquellas fantasías escribíamos nuestras memorias, para asegurarnos una muerte en paz.

En la plantilla del campito encontramos un código ilegible, que no tiene sentido descifrar. Alcanza saber que está rimado, que es una jerga que se puede tararear y acompañar con guitarra.

Ahora, en el mediodía de la vida, toca la vuelta del estribillo. La estrofa del corazón se fue con la primera. Yo pensé que las cuerdas saltarían compulsivamente, pero los acordes sobreviven y el pasto sigue alto, como el sol.

Adiós, adiós, esta musiquita no es para explicar, es para cantar.

La serenata a Villa Celina está en modo repetición hasta que se haga de noche y tenga que irme a dormir.

Cuando el pasto caiga, la gente que me hace los coros seguirá entonando mis quimeras durante un tiempo, dirán que los personajes del barrio se agigantan y que ahora son protagonistas de un relato nacional, del más puro, del más santo, del más fuerte jamás contado entre la General Paz y la Richieri.