sábado, septiembre 30, 2006

El malasuerte

En cuanto asomó la cabeza por Chilavert se nos paró el corazón.

—Uy, ahí viene W —pronunciar su nombre completo es un riesgo que no pienso correr: podría explotarme la computadora en la cara, acaso caerse el techo sobre mi cabeza, o simplemente padecer una mala racha sutil, y no por eso menos trágica, en los detalles cotidianos (perdería colectivos llegando a la parada, me saltaría el aceite hirviendo de la sartén, se me caería el helado al piso, mancharía mi mejor remera...).

Era una noche de verano a las nueve en punto. Estábamos reunidos todos los guías de Perseverancia en la esquina de Olavarría y Chilavert. W se acercó hasta nosotros. Nadie quería saludarlo, ¡obvio!, pero tuvimos que hacerlo, por temor a las represalias que pudiese tomar el mal agüero que siempre lo acompañaba, como si fuera la cola de un cometa, un cometa oscuro.

Conversamos durante un rato sobre temas intrascendentes, debido, sobre todo, a la diferencia de edad, que impedía que el diálogo fuera más fluido. En esa época, los guías –unas diez personas- promediábamos los veinte años. W, en cambio, era un chico que recién terminaba la escuela primaria.

En un momento miró la hora y se despidió. Fue la última vez que lo vi. Mientras se alejaba, las luces de los faroles comenzaron a apagarse a su paso. Estábamos espantados. Cuando llegó a la esquina de Caaguazú, el barrio quedó completamente a oscuras.

El corte de luz duró varios días. Hubo algunas protestas y muchos comerciantes perdieron la mercadería.

Lo habíamos conocido cuatro años antes. Era un pibe de estatura mediana, algo encorvado de espaldas, morocho, con ojos negros brillantes. Vino con su padre, un personaje tan inquietante y callado como él.

-¿A qué hora lo puedo pasar a buscar?
-A las 12:30.

W entró corriendo al patio del Sagrado Corazón, en donde algunos de los chicos jugaban al delegado. Me acuerdo como si fuera hoy el golpe terrible que se pegó. Tropezó con una nena que estaba sentada a un costado mirando el partido. Cayó de boca al piso. Lo levantamos entre varios. Chorreaba sangre. Enseguida su papá lo llevó a la salita del barrio Urquiza.

Al sábado siguiente volvió, pero esta vez vino solo. Tenía un vendaje en la pera: le habían dado tres puntos.

—¿Estás mejor?
—Sí.

Poco a poco empezamos a sospechar. Siempre tenía los buzos manchados por las defecaciones de los pajaritos y las palomas, pisaba baldosas flojas y se embarraba el pantalón, se golpeaba todo el tiempo. Tarde o temprano, como a Jonás, la tripulación quiso tirarlo al agua.

Los apodos no se hicieron esperar: “Gato negro”, “Lechuza”, o su diminutivo “Lechu”, “Yeta”, “Trece”, “Malparido”, “Malasuerte”. Le cantaban: “Muerte, muerte al malasuerte”. Decían que lo había meado un gato, que su mamá lo parió en el inodoro, que cuando nació apoyó el pie izquierdo antes que el derecho, que rompió un espejo, que tiró la sal, que abrió el paraguas debajo de un techo.

Una vez estábamos sentados en ronda haciendo una dinámica y el Rusito, uno de los chicos más traviesos que conocí, escupió una bomba de saliva hacia arriba. Como no podía ser de otra forma, el proyectil cayó sobre W, exactamente en el medio de su cabeza. Todos empezaron a señalarlo y a burlarse de él. W se puso de pie y se retiró. No derramó una sola lágrima. Atravesó la puerta y se fue caminando por Olavarría con una extraña dignidad, erguido hasta donde su espalda lo permitía, sin darse vuelta en ningún momento, escoltado por las risas de la jauría infantil.

Dos meses antes del apagón en Chilavert lo encontré en el campito. Era mediodía. Estaba solo, construyendo una choza. Me ofrecí a ayudarlo y él aceptó sin problemas. Con un cascote clavamos las columnas, que él habría cortado del cañaveral a orillas del zanjón. Atamos las vigas con hilo sisal. Cubrimos el techo con una chapa de fibra de vidrio que estaba tirada por ahí. Después le agregamos ramas. Me habló más que nunca. Me contó de la escuela, de su familia, de lo mucho que le gustaban los autos (su papá trabajaba en un taller mecánico). Más tarde, cuando estábamos terminando la choza, W interrumpió abruptamente el trabajo para agarrar una piedra. Apuntó y la tiró con furia a unos veinte metros, hacia unos cardos que crecían cerca de un poste. Al principio yo no entendía lo que pasaba, pero cuando lanzó la segunda piedra me di cuenta: le estaba tirando a un tero que caminaba por ahí. Observé interesado, sin intervenir. Pero rápidamente tuve que abandonar mi pasividad porque otro tero, que llegó volando vaya a saber de dónde, enfiló contra nosotros como si fuera un kamikaze. La verdad que me sorprendí: jamás había visto algo parecido.
Tiempo después, buscando información al respecto, me enteré que es una costumbre muy común de estos pájaros, una forma de defensa. Si molestás a un tero, éste te ataca con los espolones que tiene en el medio de las alas.
Llegaron más teros. Una y otra vez nos pasaron rasantes. Nosotros corríamos, nos tirábamos cuerpo a tierra, entrábamos en la choza, gritábamos. Ese día fuimos amigos. Fue peligroso, pero la verdad que pocas veces me reí tanto. Finalmente, me despedí. Los teros me persiguieron por el campito como doscientos metros, hasta que aparecieron las primeras casas, cruzando la calle San Pedrito.

viernes, septiembre 29, 2006

Artaud

Dedicado a mi amiga Maru




miércoles, septiembre 27, 2006

Objetos maravillosos 13 - Pastorcita perdida

Agarro la pinza rosario, la chata y el alicate. Corto un pedazo de alambre de alpaca 1, 25. Me acuerdo de las rejas de las casas. Hago firuletes chiquitos, que llamo "minipartes". Las acomodo sobre el ladrillo refractario hasta formar el dibujo que imagino. Una vez presentado el rompecabezas, mojo el pincel en el frasco con fundente. Pacientemente, abandono una gota en cada unión. Abro la garrafa y enciendo el soplete de mi soldadora. En el cuarto hay música. Pienso cosas. Mis metales favoritos son el cobre y la alpaca. El cobre porque siempre me gustó la electricidad. Una vez hice una instalación trifásica, en el secundario. Trescientos ochenta voltios: fuerza motriz. Yo estudié en un colegio industrial, en el barrio Piedrabuena. Cuando entré tenía miedo. Industrial, colegio de varones, industrial, colegio sin igual, industrial, no entran mariquitas ni nenitos de mamita como en el comercial. En la mano izquierda, el alambre de plata; en la derecha, firme el soplete. Empiezo a soldar. La plata se deshace en las gotas de fundente. Es importante no mojar toda la pieza, sino la plata se desparrama y es un enchastre. Buen trabajo. Pero la gargantilla está negra, por el fuego de la soldadora. La tomo con la brusela y la meto en el frasco con ácido nítrico. Poco a poco se va limpiando; se descascara la negrura. Espero un rato. A ver. Perfecto, está limpia, pero muy opaca. Unto un poco de pomada brillametal en uno de los trapos de la pulidora. Prendo el motor. Acerco la pieza y le doy vuelta y vuelta durante un rato. Una tarde mi papá vino a casa con una soldadora que le prestaron en la fábrica, porque quería hacerle una rejita al medidor de gas, para que no se lo roben. Yo soldé un par de barrotes. Al otro día me agarró arena en los ojos. Arenosa, arenosita, tapa las huellas de Celina, de Haedo, de Boedo y de Flores, arena, arenita, dijeron que no me asuste, que a veces pasaba, pero que no me refriegue. Una semana después de eso, subí a la terraza a descolgar la ropa. Fue una mañana. Había pasado algo: estaba todo inundado. Llamé a mis viejos y subieron a ver. Mi abuelo también. Habían serruchado el caño de plomo que iba al tanque de agua. Bueno, otra vez me fui por el costado. Lo que pasa es que al pensamiento le agarra efecto de Joule: donde hay corriente también hay producción de calor colateral. Listo, está brillante. Agarro el alambre 0,6. Hago unos eslabones "gotita" y los engancho al cuerpo 1, 25. Le pongo piedras de escaya. Las que más me gustan: amatista y granate. Agrego más eslabones: "gotas", "S" y "resortes", hasta formar una cadenita. Hago un gancho "macho" y uno "hembra". Bien, la gargantilla está terminada. La llamaré "Eleva tu glamour hasta las nubes”.
Pasan algunas horas. Tomo el Sarmiento y después el 41. Entro a Plaza Francia. Saco las cajas de la mochila. Me acerco a un grupo de chicas:

—¿Quieren ver objetos maravillosos?
—Sí —me contestan—, si son maravillosos.

Una morocha se prueba la gargantilla. Se mira en el espejito.

—Se llama "Eleva tu glamour hasta las nubes".
—Jaja, qué linda que es.
—Sí, y no tengo adjetivos para describir lo bien que te queda. Pero cuidado, manejala con precaución porque tiene inmensos poderes afrodisíacos.
—Guau! ¿De verdad? ¿Cuánto cuesta?
—Cinco pesos.
—Bueno, me la llevo.
—Bienvenida al éxito.

Pasan años. En la casa de mis padres un tornero que lleva mi apellido sigue levantándose temprano y en un molde inyectado dormimos mis hermanas y yo, pero la cabeza de tan duro apoyo, de acero al carbono, de acero aleado al cromo, aumenta la temperatura de la fragua y el cerebro con incrustaciones va del rojo vivo al rojo blanco. Entonces la masa golpea y aplasta en el yunque: ¡Manganeso! ¡Tungsteno! ¡Molibdeno! ¡Arriba que es la hora! La máquina herramienta frentea y devasta mi tiempo. Las fotos pierden color, apretadas en una morsa que siempre está cerrándose. Ahora, voy caminando por Callao. A la altura de la calle Perón me cruzo con una chica. El día se está dando vuelta. Su cuello me llama la atención. Miro bien. Ante mis ojos pasa, fugaz, la imagen de una de mis gargantillas. Ha perdido brillo, pero cómo no reconocerla. Miro hipnotizado lo que queda de ella. El instante se alarga. Oscurece. Y la chica pasa. Se aleja. Estoy parado en plena calle. La sigo mirando. El semáforo está en verde. Los coches me tocan bocina. Subo a la vereda. La vieja clienta se va. Tengo la impresión de que la ciudad se achica y se agranda, cada vez más rápido, a la par de mis latidos. La gargantilla desaparece. Cuando la hice, yo vivía en otra casa, tenía otra novia, estaba escuchando música, llevaba el pelo más largo, pensaba cosas que no recuerdo. Ahora, la noche quema su fuego en la luz, abajo besa su cuerpo al partir, con un dejo de negro en su adiós, sin voz, sin Dios, sola con tu nombre, pastorcita, apretada al cuello de la figura que se achica, progresivamente, en el horizonte de la calle, hacia el río.

Objetos maravillosos - 12 --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

lunes, septiembre 25, 2006

Las 18 ruedas de Juan*
















Sol Do Sol Re Sol Do Sol Re Sol

Besó a su esposa
y dijo chau a sus hijitos,
quizás vuelva de esta gran misión.
Puso primera y se lanzó a la deriva,
ahí va el valiente Juan.
La virgen lo acompaña
montada en su espejito
y en su estereo
siempre escucha Baff.

Las montañas, el verde y el mar
lo saludan al pasar,
todos dicen ahí va (dubi dubi chá chá),
las 18 ruedas de Juan.

Un amor en cada pueblo
y su nombre en la puerta,
un sandwich a medio terminar.
Cuando pincha una goma
siempre va a la gomería,
el gomero está escuchando Baff.

Las 18 ruedas de Juan
se conocen en todo lugar,
recorrieron todo el país (dubi dubi chá chá)
desde Usuahia hasta San Luis.

Sano y salvo ya en su casa,
acariciando al San Bernardo,
con su pipa se sienta a descansar.
Bajo la lámpara de piel
de judío lee un libro
y tranquilo escucha
un compact disc de Baff.

Las 18 ruedas de Juan
se conocen en todo lugar,
recorrieron todo el país (dubi dubi chá chá)
desde Usuahia hasta San Luis.

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*Tema de Baff, banda que brilló en los años 80 y 90 en los barrios del sudoeste.

(Gracias Pedro! por la foto)

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Repercusiones del hit

http://despuesdelaspiedras.blogspot.com/2006/09/y-el-gomero-est-que-escucha-baff.html

http://tortiluchasencancun.blogspot.com/2006/09/dos-cosas.html#links

domingo, septiembre 24, 2006

jueves, septiembre 21, 2006

martes, septiembre 19, 2006

El regreso

dossier Evita: de Mendonça-Lafosse, Evita sobrevive -Representaciones de Eva Perón en la literatura argentina-; Kalish, ¿Quién es esa chica?; Leotta, Si Evita viviera -Generaciones a prueba en la novela de Gamerro-; Walsh, Esa mujer -texto y audio (voz de Walsh)-; Lamborghini, Eva Perón en la hoguera -texto y audio (voz de Cristina Banegas); Copi, Eva Perón; Perlongher, Evita vive; Viñas, La señora muerta; Borges, El simulacro; Onetti, Ella; Gamerro, La aventura de los bustos de Eva -cap.8, fragmento-. Las cartas del mal: correspondencia Spinoza - Blijenbergh (Caja Negra, 2006) Presentación, por Florencio Noceti. Traducción: Natacha Dolkens y Florencio Noceti. Carta de Blijenbergh. Carta de Spinoza. MSN: Diálogo con Ariel Bermani, por Sebastián Hernaiz. Soiza Reilly: El escritor perdido, por Juan Terranova. Psicología de una noticia policial, por Juan José de Soiza Reilly. Tango y ciudad: La danza macabra, por Christian Ferrer. en discusión: Ilusiones perdidas, por Elsa Kalish. columnas: Las chicas de letras se masturban así XVIII, por Elsa Kalish. teatro: Entrevista a Vivi Tellas, por María Bayer. cine: Perlas en el Fango (cine por cable en Argentina) -septiembre 2006-, por Hernán Sassi. Dos extraños amantes (cine en video), por Hernán Sassi. libros: anticipo. Alberto Laiseca - Sí, soy mala poeta, pero... (Gárgola Editorial, 2006). Presentación, por Vicky Rákover. ¿Esto era, Estrada? Exabrupto sobre ¿Qué es esto? Catilinaria, de Ezequiel Martínez Estrada, por Hernán Sassi. Ensayos sobre Lugones. Incluye reseñas de Una república de las letras, de Miguel Dalmaroni (Beatriz Viterbo, 2006), y Lugones, entre la aventura y la Cruzada, de María Pía López (Colihue, 2004), por Pablo Martínez Gramuglia. Ómnibus: Entre lo micro y lo colectivo. Sobre Ómnibus de Elvio Gandolfo (Interzona, 2006), por Sebastián Hernaiz. Sobre Achépale de Georges Bataille, Roger Caillois, Pierre Klossowski, André Masson, Jules Monnerot, Jean Rollin y Jean Wahl (Caja Negra, 2005), por Valentín Díaz. Lo más íntimo del mundo. Sobre La vida descalzo de Alan Pauls (Ed. Sudamericana, 2006), por Nicolás Vilela. poesía: Gustavo Caso Rosendi - Soldados (selección). Martín Rodríguez - Paraguay (selección). Laura Lobov - Poemas. Mariana Skiadaressis - Histeria adolescente. Martín Yuchak - Sueños. narrativa: Maximiliano Sánchez - El polvo del Ensayo del Eterno. Alejandro Parisi - Cocina Mediterránea. Mónica Leone - Tarde deshecha. Moisés Sandoval Calderón - Peregrina. Juan Diego Incardona - Agujeros de agua. travestismo trash 11. Naty Menstrual: Loca madre mata al puto. artes visuales: Martín Stella - Construcciones. Marina Marchesotti - Obras + Entrevista. Ricardo Coniglio - Ángeles. aguafuertes: Confesionario, por Marina Kogan. Las Doce Puertas de la Prosperidad, por Juan Leotta. Un trip en el bocho… - Usted se queda encerrada en el baño y pasan cosas, por Usted.

http://www.elinterpretador.net

viernes, septiembre 08, 2006

lunes, septiembre 04, 2006

Viene clareando





El fuego azul de la hornalla se abre debajo de la pava. La casa está muda. Parece que piensa. ¿Qué ambiente alberga su cerebro? Tantas horas acá adentro me dieron la certeza de que ella ostenta sobre mí una clara superioridad intelectual. Lo peor es cuando se aburre y deja de escucharme. Uno deja de percibir su compañía y la intuye enmascarada tras las paredes y las puertas que le dan esa falsa apariencia de cosa, pero sé muy bien que ella está en algún lado, viva y coleando, buscando lo de siempre, la maldita diversión. Su sentido del humor es bastante perverso. A la mañana, por ejemplo, cuando me levanto, se aprovecha de que estoy medio dormido y cambia las cosas de lugar. Sabe que eso me pone nervioso, pero cuanto más me quejo, más lo hace.

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Flash editado por Juan Incardona, sobre ilustraciones de Trixis.

viernes, septiembre 01, 2006

La cerradura del eco







En aquella época todo se desintegraba, pero la campanilla insistía. Llamaban cuando la cama estaba caliente. Yo jamás atendí. Ahora, el teléfono no suena más. Es un sonido que se repite callado. Dice una y otra vez su silabeo y me acompaña siempre. Mientras duermo o tengo el cuerpo despierto. En mis tareas y en la espera. Es como todo lo que alguna vez escuchamos. Pasa a formar parte del eco individual. Para hablar con otra persona hay que atravesarlo. Acercar el oído a la cerradura del eco.

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Flash editado por Juan Incardona, sobre ilustraciones de Hasama y Tetsuko.