viernes, julio 28, 2006

El guardián del sueño

Esta es la hora de máxima luz pero yo voy a acostarme. La araña del zócalo está paralizada. Los días la encandilan. Camino por el pasillo. Hay cosas tiradas en el piso. Entro en el dormitorio. Las lucecitas en la persiana pertenecen a otro mundo. De gente irreconocible. Que vive en la calle. Ya estoy adentro de la cama. Los muebles se convierten en figuras. La remera sobre la silla es un dibujo. Alguna vez fui un hombre alto. Los pies superaban el largo de este colchón. Ella dormía conmigo. Pero el cuerpo gotea y yo estoy secándome. Voy a dormir la siesta. En un sueño de agua. Los deseos se burlan de mí. Dicen que puedo ser cualquier cosa. El aire es más pesado. La pieza se consume a fuerza de palabras. ¿Quién esperará cuando yo duerma? Las sábanas me raspan. Alguien está hablando en la vereda. Pero no reconozco el mensaje. Porque voy durmiendo. El día está roto. Por unas horas. Tengo que creer en la siesta. Vivir como ella vive en los lugares alejados. Donde los animales nacen. Hay que cerrar los ojos. Si alguien puede verme, le ofrezco lo que queda de mí, que lo lleve a donde quiera. El tiempo es blando. La mano no responde. Se deshace en los pliegues de la tela. Los párpados se pegan a mis ojos. La carne se derrite. La respiración es dolorosa. Están llamando por teléfono. Cuesta creerlo. Cualquier sonido es extraño. Todo se desintegra pero la campanilla insiste. Llaman cuando la cama está caliente. ¿Seré blanco o seré negro? No recuerdo espejos en esta casa. Suena el timbre. Pero no voy a estar. No pretendan engañarme. No puede ser ella. Son otros. Quieren mi casa. Decidieron aprovecharse. Hace tiempo que deambulan. Como las moscas del mediodía. Pero estoy alerta. El cuerpo se descompone pero yo sigo en pie. Él duerme en la cama pero yo estoy despierto en el aire. Me arrastro por el techo a la velocidad de la luz y vigilo la propiedad. No hay sonidos que puedan embaucarme. Ningún detalle se escapa cuando salgo de pesca. Cuando él se desmenuza, yo florezco. Los vecinos murmuran en el pasillo y tienen expectativas. No saben que sus planes son inútiles. Porque el hermano del cuerpo está vivo. No puede morir. Dicen que un hombre recluido no puede subsistir, por eso creen que voy a morir. Pero yo no puedo morir. Jamás puedo morir. Porque la espero a ella. Porque le guardo mi voz. El teléfono lo ha comprendido. Por eso decidió callarse.

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texto: incardona
ilustración: lala

7 comentarios:

Eliana dijo...

me gusto.... esta bueno, refleja en parte la espera y la tristeza en la que se vive en la espera de ese alguien que quiza nunca vuelva...

Anónimo dijo...

gracias eliana.
saludos!

Lunita dijo...

Quién fuera ella... Muy bueno Incar. Me dejó algo... frágil. Gracias por compartirlo.

Anónimo dijo...

gracias lunita!

Libelula de Acero dijo...

Que fea esa dulce angustia de la ausencia.
Fea!

Juan Dé dijo...

qué buen nombre que tenés, libélula de acero!

Anónimo dijo...

¡¡¡Pará de chamuyar, Flaneur!!!