jueves, abril 27, 2006

OM -8 - Sujetos maravillosos

(Un minuto de silencio para el disco que está muerto)

Mientras se llevan a cabo las honras fúnebres de mi computadora, yo (soy lo que no soy) soy una máquina vendedora.

La nueva fábrica de objetos maravillosos continúa con las persianas levantadas y su principal trabajador, quien suscribe, Rex plebeius, recorre noche a noche sus raros reinados nuevos por calles y bares jamás pisados por vendedor ambulante alguno.

Es que estoy con espíritu aventurero y por eso metido en los recovecos de la venta, aunque ayer no había nadie, ni un alma.

Pero ojo alucinógeno inventé clientas de abajo de las mesas para obligarlas a cargar el peso ensortijado de los objetos. Y la verdad que di cátedra, eh, un grito de munch cada oración cada frase cada nombre inventado, un cross a la mandíbula los anillos vendidos los aros las gargantillas. ¿Quiénes fueron esos fantasmas compulsivos que ayer consumieron las joyas de mis cajitas?

No lo sé, pero cuando un hombre es capaz de adueñarse de 20 mujeres en una mesa larga de Palermo, la gente de Flores paga el alquiler, y así los días que se empujan en desorden se ordenan un poco, lo suficiente para sobrevivir en el mundo.

martes, abril 25, 2006

Desastre

Estoy en un ciber.

Se me quemó el disco rígido por un golpe de tensión. Perdí toda la información acumulada durante diez años. Una parte la puedo recuperar (textos, pág. del interpretador) bajándomela de internet, otras cosas las tengo guardadas, pero muchísimos archivos (miles) se perdieron.
Es extraño: no estoy desesperado.

viernes, abril 21, 2006

Chiho Aoshima

Qué risa

(Post críptico)

Fabián, Santi, Martín, Pedro: hace mucho que no me reía tanto. Les juro que lloré, lloré de la risa, pensé que me moría.

Hoy me levanté pensando: "¿Te aplaudieron papá?"

Hay que organizar una excursión a Juan L. Ortiz.

miércoles, abril 19, 2006

Anécdotas peronistas 2

En un bar de Resistencia (Chaco): En el baño de caballeros, los anfitriones habían colgado La Razón de mi Vida de Eva perón, para que sus hojas reemplazaran al papel higiénico. La broma de los Verdurin chaqueños llegó a los barrios populares, donde la efigie de Evita compartía los altares domésticos. Una noche, al acercarse al inodoro urgido por múltiples libaciones, un coronel retirado que se dedica al ramo inmobiliario descubrió en la pared una gigantesca leyenda pintada con aerosol: "Lo que no les entra por la cabeza, que les entre po el culo". Lo firmaba la Juventud Peronista.
(Gracias Joaco)
Por Tati Dep
para días que se empujan en desorden

Anécdotas peronistas 1 bis

Anécdotas de comentadores.

***
por Ramón Paz

Como Evita había sido nombrada jefa espiritual de la nación, la revolución libertadora decide deshacer eso nombrando jefa espiritual de la nación a la virgen de luján y elevando así a evita al nivel de la divinidad.
***
por José
Dicen que el Pocho se hacía llevar mortadelas y salames de Argentina cuando vivía en Puerta de Hierro. Un día, extasiado mientras cortaba las fetas, le dijo a un amigo: "Y pensar que hay gente que le gusta la falopa!.

martes, abril 18, 2006

lunes, abril 17, 2006

Batalla campal en la Estación Flores

Ayer domingo a la tarde decidí celebrar la Pascua con las clientas de Plaza Francia, chicas mejor predispuestas que las eufóricas de los pubs de Palermo. Están más tranquilas, más relajadas en el pastito tomando mate (me estoy convirtiendo en un verdadero catador), escuchando al guitarrista.

Los primeros aros de esta nueva etapa de la Fábrica... fueron un éxito. Vendí casi todos los modelos. Son rejas de casas en miniatura (me gusta describirlas así), adornadas con piedras y lentejuelas varias. Es un laburo original. Me los sacaban de las manos. Valen 10 pesos el par, y realmente el precio es injusto en relación al tiempo dedicado, pero bueno, trataremos de mantener los valores populares. Es evidente que perdí algo de práctica, pero poco a poco voy recuperando la mano.

Algunos viejos vendedores me reconocieron (¿qué hacés, loco, tanto tiempo?): el pibe que vende manzanas con pochoclos (que está hace mil años), Esteban (que vende cubanitos) y el pibe bajito que ofrece piedras orgánicas. Ahora, ¿qué onda con los delegados de la feria? ¿Juegan a la mafia?

Unos pibes de una banda de rock, que seguramente no deben tener donde tocar, se trajeron todos los equipos y montaron en uno de los campitos de la bajada. Varias bandas hacen lo mismo desde hace tiempo. La cosa es que no los dejaban tocar, a menos que pagaran no sé cuánta plata a la feria. ¿Pero quién carajo se creen que son? ¿Se creen los dueños de la plaza?

Como los pibes no quisieron pagar, los delegados llamaron a la policía. No se puede creer que estos, que se dicen artesanos, sean tan buchones. Resultado: la banda no pudo tocar.

Yo me acerqué a uno y le dije: "Eh, guacho, para qué mierda piden permiso. Ustedes tienen que tocar de una, qué permiso ni qué permiso. Y si estos giles los amenazan (ya me contaron algunas cosas lamentables de esta pequeña mafia), la próxima se traen una buena banda de pibes de su barrio y los re cagan a trompadas." "Si, loco, tenés razón, vamos a hacer eso", me contestó el flaco, que llevaba puesta la remera de la banda (no me acuerdo el nombre), así que veremos qué pasa la semana que viene. Ya hablé con el petisito que vende piedras orgánicas y con otro chabón que vende libros y estamos listos para saltar por los rockeros.

Bueno, cuando la tarde se puso color rojo oscuro, guardé las cajas y me fui a Pueyrredón y Las Heras a tomar el 41 hasta Once. Ahí me tomé el Sarmiento.

El viaje suele ser rápido (solamente dos estaciones: Caballito y Flores), no como cuando vivía en Haedo, que el tren siempre tenía algún problema pasando Liniers.

Entré en uno de los vagones de adelante, que van más vacíos. Cuando llegamos a Flores, me bajé. Apenas puse un pie en el andén, vi que en la parte donde estaba la salida había una banda de cuervos (unas 50 o 70 personas). Venían de ver San Lorenzo-River.

A la altura de este grupo estaban parados los dos furgones. Estaban llenos de hinchas de Independiente. Yo no los había visto. Se ve que subieron en Once después que yo.

Se desató una batalla campal. Los botellazos volaban de uno y otro lado. También palos y piedras. Había tres policías a un costado, sin meterse. La gente común que llegaba de los primeros vagones se amontonaba para ver, desde donde estaba yo, la gresca violenta, que impedía el paso hacia la salida (en ese andén de Flores hay una sola, por la mitad).

Los cuervos trataban de abordar el tren, pero todo quedó en amagues. Los de Independiente se mantenían arriba. Si bajaban, creo que los asesinaban.

En un momento, la formación arrancó otra vez. Me la vi venir. Pensé que los del rojo iban a estar muy acelerados y cargados de proyectiles, así que seguro le iban a tirar a todo lo que se moviera por el andén. Los furgones venían lentamente hacia nosotros. Por el andén, los cuervos corrían el tren.

Agarré un par de viejos y una señora con una nena y les dije que se pusieran atrás de un cartel. Enseguida, todos los que estaban por ahí, hicieron lo mismo. Atrás del cartel (único refugio posible) se juntaba una pequeña multitud. No puedo exlicar lo que fue eso: los estallidos de los botellazos contra la chapa, el estruendo que hacían los cascotes... Algunas esquirlas de vidrio pasaron del otro lado, pero zafamos.

Por fin el tren se fue. Desde las puertas y las ventanillas las manos hacían movimientos amenazantes. Dale rooo, dale rooo...

En la estación, los hinchas de Boedo (qué caritas, papá!), festejaban una especie de victoria: San Loreeennzoooo, San Loreeeen...
Un pibe sangraba en el piso. Tres cuervos lo rodearon y le dieron los primeros auxilios. Los demás seguían celebrando, cantando y saltando.

Aproveché el festejo y me mandé a los empujones entre la barra. Algunos empezaban a caretear a los pasajeros que querían salir, aterrorizados. "Eh, loco, me habilitá dié centavo..." Me mandé por el costado. El saco verde (7 pesos en el ejer. de Salvación de Pompeya) me daba apariencia de cualquier cosa menos de hincha que sale de la cancha, así que por lo menos no iban a pensar que era uno de Independiente que bajó, aunque si veían el llavero roto con el escudo de Boca adentro de la mochila, supongo que este post jamás se hubiera escrito.

Cuando bajé las escaleras, un policía hablaba por teléfono. Otro advertía a las personas que llegaban: pasen si son hinchas de San Lorenzo, porque adentro está la barra.

Agarré por Plaza Flores, después Caracas, subí el piso por la escalera, saludé a Ayax el acuático, prendí la televisión y miré el segundo tiempo de Boca-Arsenal.

domingo, abril 16, 2006

jueves, abril 13, 2006

OM-7 - La fábrica de objetos maravillosos

Detrás del glamour que viste dedos femeninos en las noches de Buenos Aires, existe una esforzada tarea de producción, de ribetes artesanales pero también industriales. La fábrica de objetos maravillosos podría ser catalogada como una industria artesanal, descripción que, entiendo, suena a oxímoron y está cargada de anacronismo, ya que en los tiempos que corren una empresa de la envergadura de Wonderful Objects tiene al alcance los más desarrollados sistemas informáticos y de control numérico.

Pero en estos talleres somos melancólicos, por eso las máquinas herramientas que utilizamos se reducen solamente a pinzas y bruselas, a motores, a poleas, al fuego elemental, y a líquidos específicos cuyo objetivo principal es lograr anillos enriquecidos de poder afrodisíaco. Esta galvanoplastia es profundamente literaria, tanto que algunos críticos la han considerado una producción neoarltiana. La rosa de cobre contemporánea ahora tendría forma de anillo y despediría brillos embriagadores, que provocan la taquicardia e incentivan la imaginación de la muchachada.
Junto a la debacle nacional del año 2001 yo viví la peor crisis personal de mi historia debido a la ruptura de una relación amorosa muy importante. Los daños colaterales, que en ese momento me importaban menos o prácticamente nada, fueron graves: perdí una casa y diferentes bienes materiales, incluida una buena parte de las herramientas de la fábrica.
En los años posteriores cometí una traición de clase y debido a esto no pude mirar a los ojos a los colegas artesanos de Plaza Francia, de Parque Centenario, de Palermo viejo, pues era evidente que, en las cajas que llevaba, las viejas creaciones originales habían sido reemplazadas por manufacturas importadas de Indonesia.
Habíamos vendido nuestra alma al diablo, por tristeza.
Hace poco, durante el 2006, intenté con otros rubros laborales. Aposté al diseño web y a la redacción periodística, pero el mundo fue pinchando cada una de esas expectativas efímeras y tuve que reconocer la quiebra. El alquiler y los impuestos fueron acumulándose mientras yo continuaba desocupado, pero qué clase de capricho es éste!! -habré pensado una noche mirando manchas de humedad en el techo-, por qué reniego de mi trabajo, la venta de objetos maravillosos??, por qué lo descuido??, si me dio de comer durante más de diez años!!
Es cierto que vender en la calle no es fácil. Tiene algo de mendicidad pasar mesa por mesa por los bares mientras el mundo vive su fiesta nocturna. Es cierto, para vender hay que tener templanza, sostener el ánimo frente a situaciones violentas o de desprecio.
Bueno, uno viene de abajo y será abajo donde encuentre su altura, así que decidí reconciliarme.
Hace dos semanas, gracias a un préstamo familiar, logramos subir nuevamente las persianas de la fábrica.
Yo mismo fui a la calle Libertad y, cómo no me alcanzaba para comprar una pulidora (valen 400 pesos), encargué una buena amoladora modificada Black Decker, a la que pudimos montarle un trapo de gasa fina en uno de los extremos cónicos de su eje.
También compré una soldadora marca Flama (muy buenas), de un solo pico (vale 90 pesos), porque las de tres picos son muy caras. Pero con ésta estamos bien.
Pedimos soldadura de plata al 4o por ciento, fundente, pinzas nuevas, alambre de alpaca recocido 1,25 y alambre 0,6 semiduro.
Fuimos al tan querido negocio sobre la calle Sarmiento, llamado La galvanoplastia, y compramos una botella de ácido nítrico (para limpiar las piezas recién soldadas debemos sumerjirlas en una solución con un 20 por ciento de este ácido).
En la ferretería de Avellaneda nos vendieron una garrafa de 3 kilos ($43 pesos el envase y la carga)
Ayer fui con Ayax al corralón de Donato Álvarez y nos trajimos dos ladrillos refractarios finos (2,50 pesos cada uno).
Ya tenemos todo lo que necesitamos. La fábrica de objetos maravillos recupera el olor a fundente, el olor a pasta brillametal de antaño. Quizás volvamos a ser felices.


Objetos maravillosos - 6 ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Joey Remmers

martes, abril 11, 2006

Anécdotas peronistas 1

Consultado en una rueda de prensa en San Salvador de Bahía, mientras viajaba de Paraguay a Panamá, un periodista le explica a Perón que en la Argentina se han puesto en exhibición sus prendas de carácter personal, entre ellas alrededor de quinientos pares de zapatos. "Sabe Dios cuantas zapaterías habrán saqueado -responde Perón sonriendo- ¡quinientos pares de zapatos! ¡Ni que yo fuera un ciempiés!"
***
Perón se encontraba en la cañonera paraguaya, esperando que su pedido de asilo fuera aceptado. Le pide a un marino que sintonice la radio para enterarse de lo que estaba pasando. La radio transmite la noticia: "el tirano depuesto se ha refugiado en un buque de guerra paraguayo fondeado en el puerto de Buenos Aires". A lo que Perón sin pestañear le dice al marino: "Mire si será mentirosa esa radio".
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Enrique Oliva decía que el peronismo era un movimiento alegre y que Perón confiaba en el ingenio popular a la hora de armar la Resistencia.
En una villa de Rosario, llamada Villa Manuelita, apareció el siguiente cartel después del golpe del 55: "siete países reconocieron a este gobierno, Villa Manuelita no".
Antes del golpe habían aparecido por toda la cuidad cruces pintadas con la "V" debajo, en oposición al gobierno de Perón, que significaban "Cristo Vence". Después del golpe, simpatizantes peronistas transformaron las cruces en la P de "Perón Vuelve". El gorilismo respondió con otras pintadas que decían "Perón vuelve…muerto". Que provocaron pintadas peronistas con la siguiente leyenda: "Perón vuelve muerto…de risa".

Por Tati Dep
para días que se empujan en desorden

lunes, abril 10, 2006

Correspondencia

----- Original Message -----
From: Jorge Incardona
To: Juan Incardona
Sent: Monday, April 10, 2006 3:16 PM
Subject: Parentescos

Hola Juan mi nombre es Jorge Incardona, tengo 29 años y soy de Lanus hoy decidi poner mi apellido en el Google a ver que aparecia y me encontre conque tengo un posible pariente escritor, pero casi seguro que algun lazo debe haber supongo yo, mi difunto abuelo, Juan Incardona tambien escribia pero la verdad es que no era bueno en eso.Mi ma mama escribia pero desde que se enfermo dejo de hacerlo pero ella escribia bien.
El motivo de este mail es que me llamo la atencion ver que tengo un posible pariente de mi edad del que nunca supe asi como vos no sabes de mi o de mi familia y como nuestro apellido no es comun me gustaria saber de que rama de los Incardona sos. Espero no molestarte.

Saludos.

P.D. : Adjunto un pequeño arbol genealogico de mi familia

sábado, abril 08, 2006

martes, abril 04, 2006

lunes, abril 03, 2006

El ataque a Villa Celina

El 5 de noviembre de 1992, tres años y casi cuatro meses después de la asunción de Carlos Saúl Menem a la Presidencia de la Nación, exactamente tres años antes del atentado a la Fábrica Militar de Río Tercero, 19 meses después de que se sancionara la Ley de Convertibilidad del Austral, 53 días antes de la privatización de Gas del Estado, se llevó a cabo un plan siniestro que hasta hoy se mantiene impune y oculto a la opinión pública: un sabotaje, un atentado al barrio más pulenta del sector sudoeste del conurbano bonaerense y me animo a decir de la historia de la República Argentina.
El 6 de noviembre, un día después del ataque, el único diario que dio cuenta del hecho fue rápidamente censurado y con él la noticia, que ya no se divulgó en ningún medio de comunicación, pese a las marchas vecinales y los incidentes que, a lo largo de esa semana, alteraron la paz que suele reinar en las callecitas y en los barrios proletarios donde crecí y me eduqué junto a mis amigos, siempre bajo la protección de los piratas del asfalto y los pungas recalescos. El matutino había titulado:
Casi desaparece un barrio del Conurbano Bonaerense
Pero mejor vayamos por partes y volvamos atriqui: era jueves y estábamos con los pibes bastante aplacados en la esquina de San Pedrito y Giribone. Eran tipo las 4 de la tarde y el calor se zarpaba.
Un rato antes, habíamos interrumpido el truco y la birra, porque Tito y los bolivianos nos pidieron una mano para descargar los cajones que acababan de traer del Mercado Central. A cambio, cada uno se llevaba naranjas y bananas. Cuando terminamos, de una que fundimos biela y nos echamos panza arriba en la sombra. No teníamos ni siquiera fuerza para hablar de las boludeces de siempre, que si la Andrea se transó a Rober, que si Pachuli se había agarrado a piñas con Pototo, que si Tino le había roto la gamba al Amadito, nada de nada, al contrario, en silencio la barra contemplaba el pasto dorado, crecido, del potrero de enfrente, ese paraíso de las liebres, de los cuises, de las perdices y de los pendejos.
Me acuerdo que en un momento pasó caminando Wilmer, que no me había visto entre los pibes tirados. Cuando se dio cuenta, se puso blanco. Resulta que un tiempito atrás, mientras jugábamos al Estanciero en la vereda de José, yo lo bardeé y él se re calentó. La cosa es que nos agarramos, piña va, piña viene, él estaba cobrando, pero pará que en un momento este guacho agarra un pedazo de ladrillo tirado y me lo parte en la cabeza. Hijo de puta, ahí se terminó la pelea. Me fui rajando a mi casa con la sangre chorreándome por la cara. Igual no fue para tanto: en la salita de Urquiza me dieron solamente dos puntos. En los meses siguientes, Wilmer no pintó más por la esquina. Parece que estaba re cagado y no quería cruzarme. Pero ahora no había escapatoria, lo tenía al alcance. Rápidamente, Wilmer se acercó adonde yo estaba sentado y me ofreció la mano. Yo lo miré un rato a los ojos sin hacer nada, mientras los pibes contemplaban con cierta fascinación el evento. Finalmente, le di la mano. La verdad, yo no estaba tan enojado con él. Lo que pasó fue en el marco de una pelea y ahí se quedaba. En fin, estábamos en plena reconciliación cuando, de golpe, escuchamos un estruendo terrible que nos dejó sordos. "¿Y eso?" Nos pusimos todos de pie, la gente empezaba a salir de las casas. No pasa un minuto y se escucha otro igual de fuerte, pero esta vez con una estela de ruido a vidrio roto. "¡A la mieeerda!, eeeehhhh, ¿qué está pasando?"
En Giribone ya estaban todos en la calle. Pasaron tres o cuatro minutos sin que pase nada. Ahora no volaba ni una mosca. Las explosiones se habían transformado en un eco de tenso silencio, potenciado por las caras mudas de los vecinos expectantes. Y entonces empezó.
¡Pluuuummm!, ¡Pluuuummm! ¡Pluuuummm!, una tras otra las detonaciones se sucedían, cada vez más fuertes. Nos tiramos todos al piso; parecía una guerra. El desconcierto era generalizado y no se escuchaba otra cosa que no fueran las explosiones, que se tragaban todos los sonidos posibles, hasta que en un momento se escuchó un grito claro en el medio del quilombo. Era Rosa -la mamá de Claudio- asomada a la ventana, que anunciaba:
—¡Están explotando los calefones!
Empezaron las corridas. En la esquina de Ugarte aparece mi viejo, que me estaba buscando, y me llama a los gritos. Pegué un pique hasta él. Me dijo que la cocina había explotado. Resulta que mi mamá estaba haciendo pizzas para la noche y tenía el horno prendido. Se salvó porque estaba mirando la novela en el comedor.
La Juanita salió enloquecida a la calle:
-¡Yoanino, Yoanino, Juanegriego, acqua per il fuoco!
Su caso fue el termotanque, que había pegado una llamarada; ahora se le estaba quemando el techo. Entramos con el cabezón Adrián, pero por suerte Tino –el hijo de la Juanita- ya había resuelto todo con un buen baldazo. Algo muy gracioso que no me puedo olvidar fue ver a uno de los gatos de la Juanita corriendo por la terraza con la cola humeante. Con el cabezón nos cagamos de la risa, pero eso duró poco, porque apenas salimos a la calle otra vez, vimos que la cosa estaba re jevi, que Ugarte, posta, era un escenario apocalíptico. Algunos pedían ayuda; otros socorrían a las víctimas. Había mucho desorden, pero gracias a mi viejo, que empezó a organizar a la gente, enseguida armamos una cadena de baldes. El primer objetivo fue apagar un principio de incendio en el kiosko de la Pichi, que gritaba desesperada. Mangueras, baldes, ollas, fuentes, palanganas y otros objetos similares circulaban con una eficiencia increíble. Ese foco parecía controlado. Sin embargo, el fuego, muy ortiba, renació de golpe, sorprendiendo a todos. Esto provocó la explosión de una garrafa que le quemó todo el brazo al padre de Julio. Lo llevaron corriendo a la salita.
Finalmente apagamos el incendio en el kioskito de la Pichi, que no paraba de gritar: "¡Me indigna, me indigna!". Estaba en esa historia cuando viene mi hermana María Cecilia para avisarme que mi tía Nerea había llamado por teléfono: en el edificio 7 se estaban quemando dos departamentos y los bomberos no llegaban. También me avisó que Fabián me había llamado porque necesitaban ayuda en las casitas que están camino al barrio Urquiza, que si podíamos ir con los pibes para allá. Pero nosotros teníamos nuestros propios problemas, así que nos quedamos. En fin, la cosa es que todo Celina era un desastre. Al otro día nos enteramos bien de la magnitud que tuvo eso. Lo peor, según me contaron, pasó en los Edificios Estrellas sobre la Richieri, donde hubo muchos heridos.
Después de la Pichi, tuvimos que socorrer a la Antoña, que también estaba en problemas. A esa altura de los acontecimientos, por supuesto, ya todos nos habíamos dado cuenta que el problema era el gas, que había subido la presión a niveles altísimos. Todo el mundo gritaba:
-¡Cierren la llave del gas!
Luego, poco a poco, las explosiones empezaron a disminuir.
Se oyeron las primeras sirenas. Los bomberos voluntarios de Tapiales fueron clave para que la catástrofe no fuera mayor. Días después supimos que gracias a ellos el quilombo paró, cuando lograron cortar el suministro de gas a todo el barrio, después de romper a hachazos las puertas alambradas de la Estación de Gas que estaba en San Pedrito, entre Caaguazú y Olavarría.
Había sido un sabotaje. Ocurrió en los últimos días de la empresa Gas del Estado, menos de dos meses antes de su privatización. ¿Por qué quisieron destruir Villa Celina? Nunca pudimos averiguar bien los motivos, pero ahora, como en aquellos días, quiero denunciar como responsables del ataque que sufrió mi barrio a los punteros Lito y el Tosca y a toda la patota menemista de las unidades básicas que estaban cerca de la General Paz.
Al otro día, en la calle Chilavert, hubo una manifestación de protesta multitudinaria, que no levantó ningún medio de comunicación, y que terminó en una gresca callejera como pocas veces vi, entre facciones justicialistas antagónicas. A nuestros amigos militantes del Peronismo Auténtico, que tenían como sede la Unidad Básica "Eva Perón" sobre la calle Blanco Encalada, los agredieron cobardemente, por atrás, en la vereda del Banco Provincia. Entre los heridos hubo dos conocidos cercanos: el Rafa, herido de bala en un brazo, y el gordo Gabriel, a quien asistimos en mi casa entre mi mamá y yo, por las profundas heridas que le produjeron los cuchillazos en las piernas. Si le tocaban la femoral, el gordo ésta no la cuenta.
Con el tiempo, las protestas se apaciguaron, a la par de la entrega de los nuevos electrodomésticos del 1 a 1, que podían ser retirados por todos los vecinos afectados en el galpón de la Municipalidad que está en la esquina de Ugarte y Caaguazú. Qué ironía, al mes siguiente, en la noche del 31 de diciembre, ese galpón se prendió fuego, supuestamente por una cañita voladora. Nadie movió un dedo para apagarlo, aunque todos estuvimos allí, contemplando las llamas hasta que finalmente se extinguieron, solitas, con el año.