viernes, marzo 31, 2006

LOS HIJOS DE LOS FRESEROS

Los freseros se levantan temprano
y en un molde inyectado de saliva
dormimos nosotros,
pero la cabeza de tan duro
apoyo
de acero al carbono, de acero aleado
al cromo,
nos llena de pesadillas y de voces:
¡Manganeso!
¡Tungsteno!
¡Molibdeno!
¡Levantate!

Temprano pero tan lejos del reloj
colgado en la pared de nuestros padres los freseros,
los hijos caminamos adentro de los ojos
pegados con la gotita del sueño
hasta el baño.

En el agua de la canilla oxidada
despegamos los párpados y vemos
el delta
negro, rojo, albiceleste,
arremolinándose al fondo
de los caños.

Cuando uno está despierto como el hijo
de un fresero al mediodía,
la televisión se enciende y el
compañero de la facultad
te llama por teléfono.

¿Qué país fresa uno con las ruedas dentadas
de su máquina ensalivada y tan íntima,
pero del mundo?

La transmisión traca que te traca en la cocina
mientras desayunamos un almuerzo
de voces y jala
el gatillo nuestro razonamiento
que va, que vuelve armado, ¿qué seremos?
¿estrellas frías en el techo?
¿rojas en la bandera?
¿entintadas en la impresora?

La constelación contemporánea es la figura de un Félix
en la viruta acumulada debajo de la fresa
de los freseros,
nuestros padres que insisten día a día en levantarse
temprano
pese a la jubilación.

jueves, marzo 30, 2006

Rexistencia 26 - Cosas de la calle

Ayer a la salida de la reunión del interpretador me quisieron robar. Ja, justo a mí, que no tengo un peso!

Estaba en una parada sobre Rivadavia esperando el 55, que no venía más. En un momento se me acerca un chabón -tendría 25, 28 años-. Me empezó a pedir plata, hablando afónico, cerrando los ojitos para hacerse el muy drogado, y escarbándose la nariz y sacándose los mocos a modo de escatológica intimidación. Yo le decía que no, que no, que no.

Entonces se me pegó bien al lado y al oído me dijo "y si te digo que soy ladrón y tengo un arma".

Enseguida, casi como un reflejo, lo empujé, para separarlo (por las dudas de que tuviera un cuchillo) y le dije "Mirá vos, te felicito, qué, me vas a robar acá?" y me puse en guardia.

El chabón se quedó calladito y mirándome, ahí a un metro, como que no me cazaba la onda.
Después de un rato me dice: "Todo bien, loco, vos sos un laburante igual que yo", y se fue.

Qué zapato!!

en fin.

El colectivo llegó y por fin pude ir a trabajar. No había nadie, fui al pedo.
Fue la segunda vez en once años que no vendí nada, ni un solo anillo.
Y bue. Un tipo de un bar me dijo que no me caliente, que va a mejorar, que estamos a fin de mes.


Rexistencia 25 --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

miércoles, marzo 29, 2006

domingo, marzo 26, 2006

VI Encuentro de Lectura de el interpretador

Domingo 2 de abril, 18 horas.

Estados Unidos 308, San Telmo, Capital Federal.

Entrada libre y gratuita.

Están todos invitados.

www.elinterpretador.net

viernes, marzo 24, 2006

30 años

Centros clandestinos de detención
Alcaidía (Resistencia, Chaco) Arsenal Naval (Zárate, Bs.As.) Automotores Orletti (Capital Federal) Base Aérea Mar del Plata (Bs.As.) Base Aeronaval Cte. Espora (Bahía Blanca) Base Naval de Punta Indio (Magdalena, Bs.As.) Base Naval Mar del Plata (Bs.As.) Batallón Comunicaciones Comando 121 (Rosario, Santa Fe) Batallón de Infantería de Marina N° 3 (Ensenada, Bs.As.) Batería N° 2 Base Naval (Puerto Belgrano, Bahía Blanca) Brigada de Investigaciones 2da. (Lanús, Bs.As.) Brigada de Investigaciones (San Justo, Bs.As.) Brigada de Investigaciones (San Nicolás, Bs.As.) Brigada de Investigaciones Policía de Buenos Aires (Las FLores, Bs.As.) Brigada de Investigaciones de Resistencia (Chaco) Brigada de Investigaciones de San Justo (Bs.As.) Brigada de San Nicolás (Bs.As.) Brigada de Investigaciones Policía de Santa Fé (Santa Fé ) Campo de Mayo (Bs.As.) Campo Hípico de Goya (Corrientes) Campo Las Lajas (Mendoza) Cárcel de Encausados (Córdoba) Cárcel Villa Floresta (Villa Floresta - Bahía Blanca) Casa de Hidráulica / Dique San Roque (Córdoba) Casa del Cilindro (Bs.As.) Club Atlético (Capital Federal) Comando Radioeléctrico Policía de Tucumán (San Miguel de Tucumán) Comisaría 1a. (Capital Federal) Comisaría 1a. (Posadas, Misiones) Comisaría 1a. (Quilmes - Bs.As) Comisaría 1a. (San Martín, Bs.As.) Comisaría 2a. (La Matanza, Bs.As.) Comisaría 3a. (Castelar, Bs.As.) Comisaría 4a. (Avellaneda, Bs.As.) Comisaría 4a. (Mar del Plata, Bs.As.) Comisaría 4a (Santa Fé ) Comisaría 5a. (La Plata, Bs.As.) Comisaría 6a. (Capital Federal) Comisaría 8a. (La Plata, Bs.As.) Comisaría 18a. (Capital Federal) Comisaría de Adrogué (Bs.As.) Comisaría de Burzaco (Bs.As.) Comisaría de Cañuelas (Bs.As.) Comisaría de Goya (Corrientes) Comisaría de Monte Grande (Bs.As.) Comisaría de Monteros (Tucumán) Comisaría de Tigre (Tigre, Bs.As.) Comisaría de Trenque Lauquen (Bs.As.) Comisaría de Villa Martelli (Bs.As.) Comisaría de Zárate (Bs.As.) Comisaría Unquillo (Córdoba) Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga (Tucumán) Compañía de Comunicaciones de Montaña N° 8 (Mendoza) Conventillos de Fronterita (Tucumán) C.0.T. I Martínez / Centro de operaciones tácticas (Bs.As.) Cuartel Central de Bomberos (Mar del Plata, Bs.As.) Cuartel de Bomberos (San Miguel de Tucumán) D-2 Policía de Misiones (Posadas, Misiones) Delegación Policía Federal (Azul, Bs.As.) Delegación Policía Federal (Corrientes) Delegación Policía Federal (Posadas, Misiones) Delegación Policía Federal (Neuquen) Delegación Policía Federal (San Luis) Delegación Policía Federal (Santiago del Estero) Delegación SIDE (Santiago del Estero) Departamento de Policía de La Rioja (La Rioja) Destacamento Caminero (Pilar - Río Segundo, Córdoba) Destacamento Policía de Batán (Bs.As.) Destacamento Policial / La Escuelita (Formosa) División Informaciones (D2) Policía de Córdoba (Córdoba) El Atlético (Capital Federal) El Banco (Bs.As.) El Campito / Los Tordos (Bs.As.) El Chalecito (Mendoza) El Embudo (Dique San Roque, Córdoba) El Motel (Tucumán) El Olimpo (Capital Federal) El Reformatorio (Tucumán) El Refugio (Tunuyán, Mendoza) El Tolueno (Campana, Bs.As.) El Vesubio (Bs.As.) Escuadrón de Gendarmería Alto Uruguay (Posadas, Misiones) Escuela de Educación Física (San Miguel de Tucumán) Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina (Mar del Plata, Bs.As.) Escuela República del Perú (San Miguel de Tucumán) Escuelita de Famaillá (Tucumán) Escuelita para mudos (Posadas, Misiones) ESMA - Escuela de Mecánica de la Armada (Capital Federal) Ex Ingenio Lules (Tucumán) Fábrica de Armas de Rosario (Santa Fé) Fábrica Militar de Armas "Domingo Matheu" (Rosario, Santa Fé) GADA E 101 - Ciudadela (Bs.As.) Garage Azopardo (Capital Federal) Grupo de Artillería Defensa Aérea 101 (Bs.As.) Guardia de Infantería Reforzada de Santa Fé (Santa Fé ) Guardia de Seguridad de Infantería (La Plata, Bs.As.) Guerrero (Jujuy) Hípico (Goya - Corrientes) Hospital Aeronáutico (Capital Federal) Hospital Militar (Córdoba) Hospital Militar Central (Capital Federal) Hospital Militar de Campo de Mayo (Bs.As.) Hospital Posadas (Bs.As.) Ingenio Bella Vista (Tucumán) Ingenio Nueva Baviera (Tucumán) Instituto Penal de las Fuerzas Armadas (Magdalena, Bs.As.) Jefatura Central de Policía (Tucumán) Jefatura de Policía (D2) (Mendoza) Jefatura de Policía (S.S. de Jujuy) Jefatura de Policía Tucumán (San Miguel de Tucumán) La Cacha (Bs.As.) La Calesita (Bs.As.) La Casita / Las Casitas (Campo de Mayo - Bs.As.) La Casita de los Mártires (Misiones) La Casona (Bs.As.) La Escuelita (Neuquén) La Escuelita (Villa Floresta - Bahía Blanca) La Huerta (Tandil - Bs.As.) La Penitenciaría (Mendoza) La Perla / La Universidad (Córdoba) La Ribera / Prisión Militar de Encausados (Córdoba) Liceo Militar General Espejo (Mendoza) Logístico 10 (Bs.As.) Los Conventillos de Fronterita (Ingenio Fronterita) Los Plátanos (Bs.As.) Malagueño o Perla Chica (Córdoba) Mansión Seré / Quinta Seré / Atila (Bs.As.) Matadero Municipal (Corrientes) Monte Pelone (Bs.As.) Buque Murature (Bs. As.) Palacio Policial (D-2) (Mendoza) Penitenciaría (S.S. de Jujuy) Penitenciaría de Chimbas (Chimbas, San Juan) Penitenciaría de Mendoza (Mendoza) Pozo de Arana (Bs.As.) Pozo de Bánfield (Bs.As.) Pozo de Quilmes o Chupadero Malvinas (Bs.As.) Prefectura de Zárate (Zárate, Bs.As.) Prisión Militar de Encausados (Campo de Mayo, Buenos Aires) Puesto Vasco (Bs.As.) Quinta Operacional Fisherton Regimiento de Caballería de Tanques 6 (Entre Ríos) Regimiento de Infantería 1 (Capital Federal) Regimiento N° 29 de Infantería de Monte (Formosa) Regimiento de Infantería N° 9 (Corrientes) Sección E de la Penitenciaria de Villa Urquiza (San Miguel de Tucumán) Seccional de Policía N° 7 (Godoy Cruz, Mendoza) Seccional de Policía N° 25 (Villa Nueva Gaymallén, Mendoza) Servicio de Informaciones Policía de Santa Fé (Rosario, Santa Fe) VII Brigada Aérea de Castelar (Bs.As.) VII Brigada Aérea de Morón (Bs.As.) Sheraton (Bs.As.) Subcomisaría de Rafael Calzada (Bs.As.) Subcomisaría Salsipuedes (Córdoba) Subprefectura de Tigre (Bs.As.) Superintendencia de Seguridad Federal (Capital Federal) Unidad Penitenciaria Buen Pastor (Córdoba) Unidad Penitenciaria N° 1 (Córdoba) Unidad Penitenciaria N° 9 (La Plata, Bs.As.) Unión Docentes Argentinos (Santa Fé) Virrey Ceballos 630 (Capital Federal)

jueves, marzo 23, 2006

Gustavo Calotti, Testimonio (fragmento)

Secuestrado el 8 de septiembre de 1976.
...durante diez días de los quince que permanecí allí, fui torturado. Recuerdo que muchos llegaban y pedían ver al 'traidor' y allí mismo me pegaban. Yo era el traidor y había que hacérmelo sentir físicamente. Las únicas secuelas que conservé de ese período son los recuerdos y algunos dientes que perdí. Pero en ese momento, aparte del dolor, no tengo recuerdos de mi cuerpo porque no podía ni tocarme ni verme; sólo recuerdo ese sentimiento de dolor. Un día que no sabría precisar exactamente, me vinieron a buscar y me llevaron a una oficina. Allí alguien me preguntó algo que ni recuerdo pero yo podía ver por debajo de las vendas y vi sobre el escritorio que había algunas cosas que reconocí enseguida: una toalla, una muda y algunos paquetes de Particulares, que era la marca que yo fumaba. Era evidente que mi madre había logrado moverse y podido enviar eso. La persona que me interrogaba no hizo ninguna alusión a esos objetos ni yo tampoco, pero no me fueron dados. Creo que me sentí aliviado de saber que mi madre se estaba moviendo por mí. Tal vez lo que aún hoy me cuesta superar es el miedo, el sufrimiento que sentía cada vez que la puerta se abría y que venían a buscar a uno de nosotros. No sé si logro explicarme correctamente.Cuando uno está siendo torturado no ve la hora en que eso termine, le duele todo. Pero saber que a uno lo van a torturar de nuevo es un dolor en la memoria, en la psique, que llega a ser casi tan doloroso como el físico.

Adriana Calvo, Testimonio

Secuestrada el 4 de febrero de 1977.
Mi cautiverio duró casi 3 meses, del 4 de febrero al 28 de abril de 1977. Durante ese tiempo, nació mi beba - el 15 de abril - y también fui testigo del nacimiento de otros bebés: el hijo de Inés Ortega de Fossatti, las hijas de Silvia Isabella Valenzi y de María Eloísa Castellini.Mi experiencia personal, sumada a la información recopilada por la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos permite hacer una descripción bastante exacta acerca de cual fue la actitud de los represores con las mujeres embarazadas. El primer punto a tener en cuenta es que el hecho de estar embarazada no impedía la tortura ni la hacía menos violenta. El objetivo de los tormentos era extraer del detenido el máximo de información en el menor tiempo posible y ese objetivo no se cancelaba por "detalles". Pasada esta etapa y en el caso en que el embarazo continuara a pesar de la picana, violación, y/o golpes, comenzaba otra, en alguno de los lugares de "depósito", en la que el trato y la cantidad de comida recibida dependía fuertemente del aspecto - ojos, cutis, pelo, cuerpo -, de la edad y del estado de salud de la embarazada. Esto era así ya que, tal como todas las demás cosas que robaban, los bebés eran considerados botín de guerra aún antes de nacer, por lo que tenían especial cuidado con aquellas "portadoras" bonitas, rubias, de ojos grandes, que les aseguraran bebés fuertes, hermosos y saludables para ser retenidos como propios, para ofrecer gentilmente a algún superior necesitado o para vender al mejor precio. En caso de no reunir estas características, de cualquier manera la embarazada era conservada con vida hasta después del parto (siempre existe demanda para este tipo de producto aunque no sea de la mejor calidad). En casi todos los casos, éste se producía en el suelo, o sobre alguna mesa sucia, con la detenida atada y encapuchada, rodeada de guardias que asistían amenazantes al "espectáculo" y, en caso de que la hubiera, asistencia médica mínima consistente en el corte del cordón umbilical y la extracción de la placenta. Pocas horas después, en algunos casos 2 o 3 días, el bebé era separado de su madre, siempre diciéndole que iba a ser entregado a su familia, incluso se le preguntaba a cual familiar debía ser entregado, dirección del mismo, horarios etc., lo que lograba que la entrega se realizara sin resistencia. De hecho, hasta donde sabemos, mi caso es el único en que un bebé nacido en un campo de concentración fue liberado junto con su madre.

jueves, marzo 16, 2006

Nilda Emma Eloy, Testimonio

Secuestrada el 1 de octubre de 1976.


Fui secuestrada el 1° de Octubre de 1976, de la casa de mis padres, donde vivía, en la ciudad de La Plata. En el momento del secuestro yo dormía en la habitación que compartía con mi hermana. Se escuchó un ruido terrible cuando abrieron la puerta.Era un grupo de más de 20 personas al mando de Etchecolatz , a quien reconozco años más tarde al verlo por televisión. Preguntaron por Jorge Falcone, dando por sentado que era mi marido, revolvieron todo y me llevaron a borde de un Dodge 1500 color celeste. Después de haber andado durante aproximadamente media hora, me hicieron bajar y caminar por una vereda angosta, de baldosas. Bajamos pocos escalones, me tiraron en el piso, luego me llevaron a otra habitación, me hicieron desnudar y acostarme sobre un elástico al que me ataron. Comenzaron después a torturarme con picana y golpes. Cuando todo había terminado, escuché como que pasaban a otro lado y reconocí la voz de uno de ellos ( Osvaldo Lara, Oficial de Policía de la Provincia de Buenos Aires), quien era amigo de mi madre y de su familia desde su infancia. Como una estúpida, le pedí ayuda y todo volvió a empezar de nuevo como en una pesadilla. No sé si él me torturaba o solo gritaba y me miraba, después e dejaron tirada en el piso, en un lugar de mucho movimiento, muy cerca de una cocin. Nos pusieron en fila india en el piso porque- decían- arriba no había más lugar. La noche en que me llevaron allí, pasaron por ese lugar más de veinticinco personas. Al día siguiente me levantaron, me llevaron a otro ambiente y me sentaron en una silla chiquita, como de Jardín de Infantes. El que me interrogaba era nuevamente Etchecolatz, reconocí su voz, me dijo que ya sabían quién era yo, que no era la mujer de Falcone y comenzó a preguntarme por personal del Sanatorio Argentino- lugar en el que yo trabajaba-.Le aclaré que todo cuanto yo pudiera haber dicho durante el interrogatorio era mentira, y que yo no sabía nada. Dio ordenes de que me llevaran y por primera vez pude ir al baño ( era una letrina).Para llegar al mismo había que bajar escalones. Cuando iba al baño sentí que había otras personas en el piso, muy cerca. Me dejaron, en total, tres días tirada en ese lugar cercano a la cocina.
Por confrontación con otros exdetenidos, supe luego que aquel lugar era el Centro de Detención Clandestino (CDC) llamado LA CACHA.
Con respecto a los represores en ese lugar, puedo dar testimonio de la presencia( además de Osvaldo Lara) de un cura que hablaba con acento español y usaba zapatones negros acordonados-como los que usaban algunos sacerdotes- y "El Francés" , quien era como un especialista en interrogatorios, que se trasladaba a diferentes CDC y a quien yo escuché cómo interrogaba, tanto en LA CACHA, como en el POZO DE ARANA y el VESUBIO. Olía a perfume y hablaba como una persona con mejor preparación que el resto.
De las personas allí detenidas, recuerdo a Alberto Rudiez.
Entre el 3 y 4 de octubre fui trasladada hacia otro CDC llamado POZO DE QUILMES, junto a casi treinta personas, en un camión, De aquellas personas recuerdo a Horacio y su compañera Angélica o Angelita, quien era profesora y estaba herida en una pierna por un tiro.
Durante el traslado nos hicieron un simulacro de fusilamiento en un lugar que, por la distancia recorrida y el olor a pasto, supusimos que era el Parque Pereyra Iraola: nos bajaron de a grupos, nos obligaron a arrodillarnos en el suelo y nos gatillaron con un arma descargada en la nuca.
Cuando llegamos al POZO DE QUILMES, nos hicieron subir por una escalera que estaba en el exterior del edificio. No recuerdo si me llevaron al 2do. O 3er.Piso.Me metieron en un calabozo. Al poco tiempo se abrió la puerta, me sacaron y me encerraron en un baño junto a otras personas, para que nos higienizáramos. En adelante esto se repetiría de la misma manera: nos encerraban, nos daban unos minutos y luego nos gritaban para avisarnos que debíamos volver a tabicarnos ( vendarnos los ojos) antes de salir. En el baño había tres o cuatro inodoros y una mesada con piletas. En ese lugar me encontré con chicas que tenían entre trece y catorce años, secuestradas durante la llamada Noche de los Lápices. Eran todas alumnas de escuelas secundarias. De ellas recuerdo a Emilce Moller, y supe que en otro piso estaba Claudia Falcone, aun con vida.
Ya de vuelta en el calabozo, fui revisada por un médico que había ido preparado, con un frasco de Pancután, ( médicamente dermatológico para curar quemaduras)
Permanecí tres días en el Pozo de Quilmes. Luego fui trasladada a otro CDC llamado POZO DE ARANA, junto con Nora Ungaro y otros cuatro detenidos.Allí nos prepararon para liberarnos, es decir, nos dieron una serie de instrucciones acerca de cómo debíamos comportarnos luego de ser liberados. Fueron sacando a los prisioneros por tandas, dejándome para el último turno. En ese interín hubo un cambio de guardia y mi nombre apareció borrado de las listas, de modo que mi liberación no se concretó.
Días después, el 13 de octubre de 1976, un grupo de prisioneros fuimos trasladados a la localidad de Banfield, al CDC llamado el VESUBIO, junto con: Horacio Matoro, Haydee Lampugnani de Días ( "Changuita Díaz"), Inés Pedemonte, Graciela Jurado, Mendoza Calderón (" el Piura", estudiante de cinematografía de la Escuela de Bellas Artes de La Plata), Ricardo Salerno ( " el dueño", hermano de "El Zorro Salerno", actualmente desaparecido) y el "Pingüino Barry".
El traslado se hizo en dos autos, por una ruta y luego desviando por un camino de tierra hasta una zona que parecía descampada. La construcción constaba de dos edificios tipo chalet, de plantas bajas.Nos bajaron en una especie de garage, nos hicieron caminar por un pasillo que parecía una galería cerrada con piso de cerámicos rojos, luego por otro pasillo hasta un lugar en el que quedamos las mujeres, mientras a los hombres los condujeron más adelante, siempre por el mismo pasillo.
El régimen dentro de este centro era más flexible, había algunos guardias que dependían de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la mayoría muy jóvenes y vestían de civil. Cuando llegaba el personal del Ejército, las medidas eran más estrictas: no se nos permitía quitarnos las vendas de los ojos y permanecíamos todo el tiempo con ataduras en las manos. El personal provenía del Regimiento La Tablada.
El baño estaba afuera, como en los fondos, y no tenía puerta. Parecía dar a un lugar descampado. También había una parrilla muy grande donde solían hacer asados. En estas oportunidades, a veces, nos dejaban transitar por allí destabicados y sin ataduras en las manos para que viéramos cómo disfrutaban de los asados. Los guardias también se divertían - cuando íbamos al baño- mojándonos con mangueras.
En el interior, además del pasillo que conectaba los dos ámbitos en que nos separaban a las mujeres de hombres, había una sala de torturas.
Puedo testimoniar sobre la presencia de una ciudadana alemana-paraguaya, llamada MARLENE KEGLER KRUG, quien había sido secuestrada en Paraguar, tenía cerca de veinticinco años, era rubia y muy delgada. También había una mujer que estaba embarazada de siete meses, proveniente del Gran Buenos Aires.
Al VESUBIO concurría EL FRANCES, exclusivamente para los interrogatorios.
Permanecimos en ese CDC hasta el 31-10-76, día en que nos trasladaron, al mismo grupo, al centro clandestino llamado EL INFIERNO. Por informaciones posteriores supimos que se trataba de la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda.
Este Centro era denominado EL INFIERNO por sus represores. "Ustedes están en El Infierno"- nos decían-"de aquí no se sale".
Nos metieron a todos en el mismo calabozo, cuyas dimensiones eran de 1 por 2 metros aproximadamente, todo de cemento. Allí debíamos turnarnos para poder dormir unas horas: tres quedaban semiacostados y el resto, parados, situación que llevó algunos ensayos hasta lograr las posiciones adecuadas. Un ínfimo espacio, lo reservábamos como "baño".
Las condiciones en EL INFIERNO eran durísimas. Allí permanecíamos todo el tiempo con las manos atadas atrás, tabicados, encapuchados, y en ocasiones (según la guardia) con los pies también atados.
A los pocos días, fueron trasladadas seis de las personas que estaban conmigo y quedamos Horacio Matoso y yo. Haydee Lampugnani, Graciela Jurado, Mendoza Calderón y Ricardo Salerno fueron llevados a Campo de Mayo para ser trasladados desde allí, en avión, a la Provincia de Córdoba. Llegaron a Córdoba solamente Haydee y el "Dueño" ( Ricardo Salerno). De Graciela Jurado y Mendoza Calderón no supimos nunca más.
Después de este traslado, Horacio Matoso y yo fuimos separados.Entonces comenzó para mí la etapa más terrible. El hecho de ser la única mujer (con permanencia estable en el lugar), era aprovechado por los interrogadores para torturarme con el fin de escuchar gritos de mujer ( así me lo hacían saber). Les hacían creer a los otros detenidos que mis gritos eran de sus madres, hermanas o hijas, como otra forma de tormento. Los tipos de tortura, vejámenes que padecí en aquel centro, son algo de lo cual no puedo aun comentar en su totalidad.
En cuanto a las condiciones de vida, se nos mantenía dándonos agua cada 4 ó 5 días, y algunas cucharadas de comida cada 15 o 20 días. Como consecuencia de esto, algunos prisioneros no resistían y morían por inanición. Sus cadáveres quedaban, a veces hasta 2 y 3 días en los calabozos. Es imposible describir lo que significaba con la muerte de esa manera, cosa de la cual los represores se ufanaban.
En EL INFIERNO había un hombre a quien se lo conocía como " el Abuelo" y era llevado a LA ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) para torturarlo. Cuando yo llegué a ese centro, el hombre ya no tenía dedos en las manos ni en los pies.
La mayoría de los detenidos que pasaban por ese centro eran obreros de distintas fábricas del Gran Buenos Aires. Recuerdo a una chica que había sido secuestrada junto con su hermano y que, a pesar que era ciega, la obligaban a usar igualmente tabique y capucha.
También estuvo conmigo una señora que tenía ochenta y cuatro años, quien había sido llevada luego de la destrucción de su casa y de toda su familia, habiendo sobrevivido a tamaña represión, ella y un nietito, escondidos en el baño.
Puedo dar testimonio de los siguientes detenidos en ese lugar: Luis Jaramillo ( cuyo cadáver fue hallado posteriormente en el cementerio de Avellaneda), Carrizo, Lafleur ("Chicho"), Santos ("Cuotita", obrero) y José Riso o Risso.
El personal permanente del lugar era de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y alternativamente personal del Ejército.
El INFIERNO funcionaba como destino final de prisioneros. Era común que sacaran grupos de 4 a 5 detenidos para lavarlos y vestirlos, supuestamente para luego liberarlos. En realidad, se los fusilaba y después hacían aparecer el hecho como un " enfrentamiento entre fuerzas de seguridad y guerrilleros". Cuando la patota regresaba de dicho operativo, hacían comentarios irónicos al respecto, para enterarnos de lo realmente ocurrido. Durante el rito macabro de preparación de los prisioneros, los represores observaban que estuvieran aseados, peinados, prolijos. Así, sabíamos que cuando esto sucedía, venía la muerte.
El 31 de diciembre de 1976, Horacio Matoso y yo fuimos trasladados en una camioneta, tapados con mantas y cajas, a la Comisaría 3ra. De Lanús con asiento en Valentín Alsina. Allí fuimos depositados con orden de incomunicación. Ante nuestro estado crítico y una vez que se hubo retirado el personal del Ejército, el Comisario de dicha Seccional se apiadó de nosotros y ordenó que nos llevaran con los detenidos que ya estaban allí(también en condiciones ilegales).Ordenó también que nos quitaran las capuchas y tabiques y envió a alguien en busca de una balanza para pesarnos. Horacio Matoso había perdido 25 kg y yo, de 49 kg. Que pesaba, tenía 29 kg. En ese momento. No podía caminar por mis propios medios ni mantenerme en pie, y ante la luz no veía. Esa noche comimos, era fin de año. Tuve que aprender poco a poco, todo de nuevo: a escribir, caminar, leer correctamente, a dormir en un colchón. Fui puesta en una celda donde me reencontré con Emilce Moller, Patricia, Mercedes Borra ( correntina, de la localidad de Santo Tomé, catequista), una chica embarazada, Eduardo Schaposnik ( médico de la ciudad de La Plata).Dado que el padre de Emilce era comisario retirado, a través de él fue posible conseguir permisos de visitas familiares, trámite este que los familiares debían realizar personalmente ante Camps (Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires), en el Departamento Central de Policía. Allí tuve por primera vez desde mi secuestro, contacto con mi familia, aunque los detenidos permanecíamos allí en forma ilegal.
A fines de enero trasladaron a las mujeres, salvo a Mercedes Borra y a mí, a la cárcel de Devoto. Mercedes fue trasladada en el mes de abril y hasta agosto del año 1977 yo quedé sola otra vez, con todo el terror que ello implicaba para mí.En agosto del mismo año, fui trasladada a Devoto a disposición del PEN ( Poder Ejecutivo Nacional) donde volví a encontrar a Haydée Lampugnani, quien había sido trasladada a la cárcel de Devoto desde el Penal de Córdoba. Juntas pudimos reconstruir parte de la historia de sus traslados desde EL INFIERNO a Córdoba, donde había pasado por los CDC LA PERLA, LA RIVERA y PENAL).
En la cárcel de Devoto estuve desde el 22 de agosto de 1977 hasta fines de noviembre de 1978, en que fui definitivamente liberada, desde Coordinación Federal (Policía Federal). Días antes de mi liberación, mi madre fue citada por el Coronel Omar Riveros en el Ministerio del Interior, Capital Federal, quien con una ficha mía en sus manos dijo que " en una fuerra siempre se cometen errores", que yo " debía volver a la Universidad" y que en caso de tuviera "algún inconveniente" debía recurrir exclusivamente a él.
De Coordinación Federal fui liberada en horas de la madrugada, sin mi documentación, junto con una chica tucumana ( de la localidad de Monteros)Durante mi cautiverio en la Cárcel de Devoto, una delegación de la Cruz Roja de Suiza llegó al penal y ante ellos di mi testimonio en francés, dada la presencia de personal penitenciario, lo cual me permitió realizar una denuncia válida.

Héctor Oscar Malacalza, Testimonio (fragmento)

Secuestrado el 25 de Noviembre de 1976.

Era el mes de noviembre, me parece, estaba en la casa de mi novia... y cuando vinieron los encapuchados y entraron así violentamente, me sacaron afuera... y me golpearon contra una, contra... me golpearon, me ataron me pusieron debajo del auto... y me encapucharon... viajó como media hora más o menos llegamos a un lugar... y una vez que llegaron al lugar, me empezaron a torturar con picana para preguntarme la dirección de unos amigos... y después de torturarme, me dejaron así descansando y en total estuve 7 días... la tortura mayor me parece que fue al 2 o 3 día que recuerdo que entraban y yo pedía agua... no me daban y entraban de uno lo iban torturando y se sentía como lo torturaban y lo traían... lo traían casi muerto... y a mí me daban agua lo traían casi muerto no me daban agua y seguían otros... y así... uno iba sufriendo más, hasta que yo a lo último dije que iba hablar algo, me acuerdo y me dieron agua para hablar y para salvarme de la picana y ahí fue cuando me empezaron a golpear... no tenía mucha información para darle... no le di tampoco... y me golpearon y me golpearon hasta que se cansaron y me dejaron ahí tendido... me acuerdo porque rompí un vidrio... y después todo el detalle más o menos... y después... siempre estábamos encapuchados con la radio bien fuerte puesta y tirados en el suelo, comíamos nos traían algo de comer que seguro tenía como algo de droga... algo debía tener... porque uno... yo veía imágenes cosas raras...me tranquilizaba un poco eso... siempre que pasaban por cualquier cosa, ellos nos golpeaban nos pegaban patadas... si uno no hacía nada y estaba quieto lo golpeaban, si lo insultaban igual te iban a golpear...entonces ya a lo último ya uno lo insultaba, como ya sabían que te iban a golpear... y después iban trayendo nueva gente... en total fueron 7 días la tortura mayor fue el primer día, la tortura esa en que le conté recién... y ya llegado los 7 días yo recuerdo que tenía una capucha y tenía manos... las manos atadas atrás y llegaba a sacarme algodón de los ojos... para ponermelo en los oídos porque ponían la radio muy fuerte... y no escuchaba bien... entonces me llevaron a un cuarto y era que parecía me iban a largar... pero no escuchaba bien... pero cuando me iban a largar... me pusieron en el baúl porque no entraba adelante... y yo empezaba a golpear... ah me sacan las esposas y me atan con sogas... me sacaba la soga y empezaba a golpear el baúl... así... hasta que me desataba y devuelta ellos pararon me golpearon...pero me decían quedaté quieto que te vamos a largar y así fue que nos largaron por el camino de MAGADALENA... me largaron solo primero... yo pensaba... pensaba que ellos me iban a matar en la ruta y me iban a tirar panfletos... diciendo que fue un combate... pensaba eso y no fue así por suerte... y después más detalles no recuerdo ya... no solo termina eso la tortura, cuando sale en libertad, cuando uno ya está en libertad, siempre uno prefiere estar cualquier cosa, menos ser torturado... entonces vivís siempre pensando que si me venían a buscar por cualquier otra cosa... no quería vivir... me quería tirar de donde estaba... de matarme... porque prefería no sufrir de vuelta esa tortura de esos siete días, una cosa es estar detenido, preso... estar siempre encapuchado y sin ver... pendiente si te van a torturar de vuelta o a golpes... no, no lo aguantaba, viví siempre así varios años .. era como una tortura que sentía uno que no quería que le pase lo mismo.. prefería cualquier cosa pero que no le pase lo mismo... y bueno con el tiempo uno fue superando... ya hace tanto que no comentaba esto... ya muchas cosas la fui olvidando... mucho tiempo ya... y bueno otra cosa ya no recuerdo...

La Plata, 3 de Noviembre de 1999

miércoles, marzo 15, 2006

El midi

Hacía tiempo que buscaba al Loco Gatti. Estaba encaprichado, era mi ídolo. Y el de mi vieja!
Una tarde estábamos en el porche de mi casa con Martín y el cabezón, jugando a las figuritas. Empezamos a cambiar. De pronto la vi, casi al pasar, entre los dedos rápidos de Martín, que revisaba su colección. Sí, era Gatti, estaba seguro. Ojo, en realidad Gatti no era tan difícil, porque era un jugador conocido, pero a mí se me negaba. Y cuanto más me esquivaba esa loca, más la deseaba. Le dije:
—Che, Martín, ¿tenés a Condorito Ramos de Newells? (Esa era difícil de verdad)
—Ni en pedo.
Y sin demostrar mucho interés, agregué:
—¿Y al loco Gatti?
—Sí, creo que sí, a ver, sí, acá está.
—Ah, mirá, bueno, te la cambio por ésta —y le mostré a Andreuchi de Quilmes (un verdadero tesoro).
A Martín se le pusieron los ojos como dos huevos duros. Pero sospechó enseguida, el turrito. Me miró un rato en silencio. Después me dijo:
—No sé, no sé, ésta es la única que tengo de Gatti.
El cabezón saltó al toque, y acercándose a Martín, le dijo en voz baja (igual escuché):
—¿Pero vos sos boludo?
—Callate, no te enganchés –le contestó Martín.
Después, dirigiéndose a mí, me propuso:
—Juguémoslas al midi. El que llega más cerca de la pared se queda con las dos.
Mmmm, aceptar era peligrosísimo. Si perdía, no sólo seguía mi mala racha con Gatti, sino que además me quedaba sin el tesoro Andreuchi.
—No, dale, cambiemos –le dije.
—No, midi o nada –me contestó.
Lo pensé, lo pensé, lo pensé...
—Bueno.
Era el midi de mi vida. Acordamos cruzar a la vereda de la Maico, porque las baldosas eran lisas, no como las de mi casa, que tenían canaletitas donde las figus se incrustaban.
Martín tiró primero. Fue bastante conservador. Su Gatti voló despacio y con curva. Se quedó a unos diez centímetros de la pared. No estaba mal, pero era absolutamente ganable. Yo jugaba bien y tenía práctica. El midi era mi favorito entre los juegos de figuritas. Convencido de mi triunfo disparé un tiro recto, sin mucha rotación, destinado a la gloria inevitable, que me esperaba en la línea de meta entre la pared y la última baldosa.
El goleador de Quilmes surcó el aire, y los mares y la tierra y el tiempo mismo en aquella palomita, la más importante de su carrera.
Parado sobre el cordón la vi, con gracia, pasar encima de la anteúltima raya, después sobre el mismo Gatti postrado y tocar, por fin, la última, la delgada línea final. Pero la actitud de Andreuchi era sobradora, un grito de gol antes de que la pelota tocara la red.
La figurita pegó en la parte inferior de la pared con demasiada fuerza, así que rebotó. Padrenuestro, Dios te salve María, pero no hubo caso. Andreuchi cayó vertical en el piso y empezó a rodar hacia nosotros, debido a la suave pendiente inclinada de la vereda, que caía hacia la calle por el desagüe.
Finalmente se detuvo: era una derrota total.
Martín levantó las dos figuritas, me saludó rápido y se fue. El cabezón lo acompañó. Se iban riendo en voz baja. Yo me senté en la vereda. Apenas lo hice cayó una gota del cielo, después otra, después otra.
Apoyado sobre el respaldo blanco de la catástrofe me mantuve en la nada, preso de la percusión repetitiva sobre mi cabeza, tuc, tuc, tuc, golpeaban pero yo prácticamente no me movía, hasta que el agua empezó a chorrearme por la cara. Entonces reaccioné. Me puse de pie nuevamente y corrí al almacén de la Juanita.
—Juanita, ¿me puedo agarrar la tapa de una botella vacía?
—Sí, Juanegriego, pasá.
Desenrosqué de una botella de vino y salí a la calle: se había largado con todo.
Crucé, puse el barquito en la zanja y lo acompañé por la orilla. Pronto se lo llevó el zanjón de Boris Karloff en Giribone, después los rápidos llegando a Mariquita Thompson. La tormenta hacía globitos y paragüitas por todos lados. Estaba empapado. Las figuritas que quedaban en mi bolsillo, después lo sabría, se convertían en una masa enchiclada.
Pasaron varios minutos y ahora me encontraba a siete cuadras, casi llegando a la General Paz, antes derrotado, ahora corriendo y corriendo a la par de mi tapita de vino en la zanja cada vez más caudalosa, en una carrera que parecía infinita, hecho carne infantil para la lluvia y los vecinos refugiados que me señalaban desde abajo de los techos, libre pero desesperado, como una tortuga recién nacida en busca del mar, perseguida por cangrejos y gaviotas.

martes, marzo 14, 2006

domingo, marzo 12, 2006

El hombre gato

Después de veintiséis años de vivir en la misma casa de la calle Ugarte, en el corazón de Villa Celina, donde aún vive mi familia, decidí abandonar el barrio para irme a vivir con Ana a Haedo, en el partido de Morón. Fue difícil el desarraigo; los primeros meses iba de visita casi todos los días: me tomaba el trencito de trocha angosta que une Haedo con Temperley y me bajaba en un paraje marginal, debajo de un cruce de puentes, pertenecientes uno a la autopista Richieri, el otro al ferrocarril que viene de Madero y va para Laferrere. El lugar todavía existe y conserva su viejo cartel, que reza: "Estación Agustín de Elía". Pero más que estación, literalmente se trata de un pozo repleto de basura, con un par de andenes interrumpiendo el largo potrero y su caminito, transitado diariamente por changarines y personajes de las pinturas de Berni.
Había pasado toda la tarde en la casa de mis viejos jugando al TEG con mis hermanas y unos amigos, tomando mate y escuchando música. Como siempre, el juego duró más de la cuenta y terminó por hacerse de noche. Cuando me fui, me pidieron encarecidamente que no tomara la ruta habitual por Agustín de Elía, porque "eso" era una boca de lobo, que, aunque tardara más, me fuera a Liniers y allí me tomara el Sarmiento. Pero no les hice caso y ahora estaba arrepentido y apenas acompañado por tres o cuatro tipos, esperando un tren que no venía más, cagado de frío en la hondonada atrás del Mercado Central. Corría junio de 1997.
En el fondo de la perspectiva empezó a crecer la luz amarilla de la locomotora, pero lamentablemente no de la dirección que hubiera deseado. El tren que iba para Temperley se detuvo unos pocos segundos y rápidamente siguió su camino. De la puerta que quedó frente a mí, bajaron sólo dos personas. A ambos los conocía, eran los hermanos Salomón, Néstor y Petete, que vivían en Giribone, a la vuelta de nuestra casa.
—¿Qué hacés Juan por acá solo a esta hora?
Les dije que iba para Haedo; ellos no sabían que me había mudado.
—¿Y ustedes de dónde vienen?
Volvían de la casa de una tía que vive en La tablada y estaban apurados porque Pablo, otro de sus hermanos, los había llamado por teléfono media hora antes y les había contado que en el fondo de Celina había un revuelo bárbaro, que habían visto al hombre gato por Urquiza y Achiras, que desde las 6 de la tarde estaban todos en la calle y que habían llamado a los canales de televisión.
Les dije que recién venía del barrio y que no estaba enterado. Lo que pasa es que Urquiza quedaba a unas quince cuadras de la casa de mi familia, y además no había salido en toda la tarde. Enseguida nos acordamos de aquella vez cuando éramos chicos, la noche en que el hombre gato anduvo por Giribone, pero brevemente, porque ellos se querían ir a ver qué pasaba, así que se despidieron y con prisa subieron la escalerita del puente de la Richieri.
Yo me quedé solo nuevamente, pensando en aquella noche, tan invernal como ésta, pero de los primeros años de la década del 80, cuando el hombre gato vino a rondar y saltar techos en las cuadras cercanas a mi casa.
Me acuerdo que había un poco de niebla. Estaba jugando en Giribone y a eso de las nueve mi mamá me llamó desde la puerta, porque era la hora de entrar. Mi rutina infantil se cumplía religiosamente. Resignado, tuve que abandonar la pista que habíamos dibujado sobre la calle con pedazos de ladrillos. Aunque insistí por "un ratito más", mi madre se mantenía inflexible: ¡adentro!. Entré con la cabeza gacha y el autito relleno de masilla en la mano, mientras escuchaba las cargadas de mis amigos.
Apenas un rato después, mientras estábamos comiendo, se empezaron a escuchar gritos desesperados, que llegaban de la calle. Salió solamente mi papá; a mis hermanas y a mí no nos dejaron. Pero yo me escurrí a la terraza y me escondí sobre el techito del porche, para ver qué pasaba.
Resulta que el cabezón Adrián Navarro, uno de mis mejores amigos, estaba parado en la esquina de Giribone y San Pedrito, cuando repentinamente salió espantado, corriendo hacia su casa. Dijo haber visto a un hombre muy alto, todo vestido de negro, saltando por los techos de la casa de Gaby. Dijo que tenía ojos rojos. Ojos rojos.
Empezó a salir todo el mundo a la calle, la mayoría armados con revólveres y hasta alguna escopeta. Pronto llegó la policía: hombres apenas uniformados que seguramente venían del destacamento de la bajada, ya que eran conocidos por la gente, que, a esta altura de los acontecimientos, había copado las cuatro esquinas de Ugarte y Giribone.
En un extraño clima de fiesta empezó la cacería. Hace tiempo que se venía hablando del hombre gato. Se especulaba acerca de su origen y sus actividades. Se decía que venía de Brasil, que era de la secta Moon, que era capaz de dar saltos de cuatro metros, que sus ojos te paralizaban. La gente le tenía miedo, lo consideraba malvado. Para mí, en cambio, se había convertido en una especie de superhéroe, y deseaba que no lo atraparan.
Alguien dijo que lo vio saltar la pared del terreno de Monti. Hacia allí se dirigió la turba. Vecinos y policías se agolparon frente al portón de chapa; Monti, en pijama, abrió el candado y dio vía libre. Mi amigo Martín Perdíz, nieto de Monti, me saludaba desde lejos. Todos parecían contentos. Entraron algunos y empezaron a oírse disparos. Hubo corridas y algunos gritos. Durante aproximadamente dos horas indagaron en el terreno y los galpones, hasta que, finalmente, decidieron que no había nadie. Sin embargo, esto lo supe al día siguiente, el visitante había dejado huellas, que confirmaban una vez más su existencia. La gente se replegó, la policía se fue, todo volvía a la normalidad.
Pasó gran parte de la noche y no podía dormirme. De repente, a eso de las cuatro de la mañana, se escuchó un disparo, después otro, después varios más, y empezaron nuevamente los gritos y la gente en la calle. Otra vez lo habían visto saltar el paredón de Monti. Parece que ahí estaba la cosa nomás. Esta vez llegaron muchos más policías, y mejor equipados, y hasta un camión de bomberos y dos ambulancias. Era una noche de locos.
Entraron al terreno, que ocupaba media manzana y tenía en su interior dos galpones de un taller de matricería y un parque con varios árboles, entre ellos nísperos, moras y quinotos, de los que me alimenté en más de una ocasión. Por segunda vez en la misma noche abrieron el gran portón de chapa; en esta oportunidad sólo entró la policía. Los tiros fueron muchos, y hasta lanzaron una bomba de gas lacrimógeno, que, al día siguiente, encontré partida en dos en el parque. Después de una o dos horas de infructuosa persecución, cuando empezaba a clarear, dieron por finalizada la búsqueda y todos se fueron. Tiempo después me enteré que el Sargento Ramos lo vio saltar por el paredón de atrás hacia la casa de Claudio, y que desde allí saltó otra vez a la calle para escapar corriendo por los potreros que estaban más allá de San Pedrito.
Al otro día, Martín me invitó a su casa y juntos recorrimos, solos, todo el lugar. Vi los agujeros producidos por los tiros en las paredes de chapa de los galpones internos, los casquillos tirados por todas partes y, sobre todo, las marcas profundas sobre los troncos de los árboles. Eran arañazos, me explicó Martín. Esto me produjo una gran impresión, durante muchos años. Mi amigo me regaló la bomba partida de gas lacrimógeno. En mi casa la uní con cinta de embalar y la guardé en el cuartito donde está la heladera. Allí permaneció bastante tiempo. A veces se la mostraba a algún amigo o pariente que venía a visitarme. En algún momento se debe haber perdido, porque a partir de los veintipico de años no la encontré más, aunque varias veces la busqué, revolviendo las herramientas de mi viejo o las repisas que están al lado de la heladera.

Aunque parecía que nunca iba a poder irme de la estación Agustín de Elía, al fin el tren mostró su trompa por la curva atrás del Mercado. Venía bastante vacío, así que viajé sentado, mientras pensaba en aquella noche de mi infancia.
Llegué a la estación de Haedo en menos de veinte minutos. Esperé un rato el 182 y luego decidí irme, porque ya estaba podrido de esperas, así que caminé las doce cuadras con ritmo ligero, hasta que finalmente llegué al largo pasillo de la calle Lainez. Apenas entré a mi casa, me dirigí al living y prendí la televisión.
Con música rimbobante, Crónica titulaba sobre el fondo rojo de la pantalla:
Villa Celina: El hombre gato resiste en la copa de un árbol
Transmitían en vivo. La cámara enfocaba las altas ramas de un viejo eucaliptus, mientras el periodista aseguraba que allí se encontraba el hombre gato. Una muchedumbre bastante exaltada lo rodeaba. Pude reconocer a unos cuantos amigos y conocidos. Estaban los seminaristas de la capilla de Urquiza, el gordo Gabriel y los muchachos de la Municipalidad, mis amigos de Perseverancia y el Sagrado, los pibes de Viejo Smocking, y muchos más. Uno a uno iban desfilando ante la cámara, todos. Y yo de este lado, tan lejos.
De pronto, los chicos empezaron a tirarle cascotazos al árbol. La gente se puso eufórica y empezó a gritar y a empujarse. Era un descontrol; la cámara iba a sucumbir en cualquier momento. Casi todo Celina estaba ahí, o estaba llegando.
El cronista insistía: "El hombre gato resiste, el hombre gato resiste".
Más forcejeo, más gritos.
Finalmente, la cámara cedió y fue a parar al piso. La última imagen que transmitieron fue un poco de pasto. Tres, cuatro segundos de pasto. Después, todo se puso negro y desde los estudios de Crónica decidieron pasar a otra noticia.
Esperé un buen rato que volviera la transmisión desde Villa Celina, pero nada.
Estaba cansado. La noche se cerraba y finalmente decidí acostarme, pero, una vez más, no podía dormir. La voz del periodista me repiqueteaba en la cabeza:
"El hombre gato resiste, el hombre gato resiste."
Igualmente logré dormir, aunque tarde.

Muchos lo vieron, en diferentes barrios, Villa Celina fue uno de ellos, pero jamás lo atraparon, lo que deja abierta la posibilidad de que cualquier día de estos aparezca nuevamente saltando por los techos del Conurbano Bonaerense. Parece que se trata de algo periódico. Me pregunto, si vuelve, ¿será el mismo, quizás viejo, menos atlético? ¿O vendrá un reemplazante, un aprendiz, un discípulo?. Quién sabe.



Publicado en el interpretador.

miércoles, marzo 08, 2006

miércoles, marzo 01, 2006

Electrofilia

Hice mi primera instalación a los 10 años: una extensión de tres tomas en la cocina de mi Tío el Amado, mi primer maestro. Ese día, además, fue la primera vez que me agarró corriente. Si mi vieja se enteraba, lo mataba a mi tío. Pobre, en realidad no fue su culpa. Para trabajar habíamos cortado la luz. Después, cuando terminamos, la dimos de vuelta, y yo fui a mirar cómo quedó todo. En una de las uniones descubrí un alambrecito naranja que asomaba. Supongo que estaba mal encintado. Lo miré un rato. Mi tío no estaba en ese momento. Yo sabía que no tenía que tocarlo. Mi tío ya me había dicho que la electricidad era peligrosa. Qué risa. Todavía me retumban los consejos del Amado: “no toques nada hasta que no esté cortada la luz. Nunca”. Lo mío empezó de chico, eh, no hay duda. Qué barbaro. La verdad que no pude aguantar la tentación de tocarlo. Qué lindo que es el cobre. Me encanta su color, su flexibilidad, su conductancia. Es mi metal favorito. Yo estaba seguro que no me iba a morir, porque cuando empecé a trabajar aquel día, recé y hablé con la electricidad. Ahora hago lo mismo. Para mí la electricidad tiene una especie de santidad, es como el alma del universo, lo que mueve todo. Dios es electricidad. El amor es electricidad. Todo es electricidad. Parece una boludez lo que digo, pero para laburar en esto te tenés que hacer amigo de ella y estar tranquilo y tenerle confianza. Porque sino la electricidad se da cuenta, te huele el miedo como si fuera un perro. Miré alrededor para ver si estaba solo. Mi tío no aparecía. Acerqué la mano despacito, despacito, despacito y con el dedo índice lo toqué. Fue la primera de muchas. Ah, esa sensación es incomparable. El hormigueo te sube y te llena de vida. Primero te agarran los espasmos en los músculos. Se te contrae todo como cuando estás cogiendo y acabás. Pero esto es mucho mejor, porque te viene apenas arrancás. Después la sangre se vuelve loca y te da taquicardia. El corazón bombeando a todo lo que da es un espectáculo. No creo que haya otra cosa que te haga sentir el cuerpo como lo hace la electricidad. Es maravilloso. Tengo la teoría de que los seres humanos trabajamos al 30 o 40 por ciento. Estamos llenos de zonas inexploradas, de partes no desarrolladas. Vamos por la vida como un autito que va regulando. Después el hormigueo se convierte en temblor y yo creo que ahí es cuando se siente el punto máximo. Uno se vuelve blando y plástico, tus límites físicos se pierden y entrás en contacto con los objetos que te rodean. Ahí te das cuenta que todo es una sola y única cosa, y que lo que une todo es la electricidad. Después viene la relajación y finalmente una especie de somnolencia llena de paz, empezás a transpirar frío y te baja la temperatura y todo se va apagando y sentís como si flotaras. Es tener los ojos cerrados estando abiertos. Te quedás un rato así y en un momento preciso te desconectás. Esto último no lo sabe hacer cualquiera. Yo lo sé porque estoy entrenado, lo hice toda mi vida, pero hay gente que se cree que sabe y no sabe nada. Se hacen los aventureros y son unos snobs que se creen que esto es como ir arriba de una moto. Vienen con la sanata de la libertad y del viento en contra. Pero electrocutarse es un oficio. Y ser electricista no tiene nada que ver. Son cosas diferentes. ¿Sabés la cantidad de giles que se quedaron pegados? En fin. La electricidad es como el mar, en un punto, un mar invisible. Tiene olas, tiene canales, tiene mareas que suben y bajan. El tipo que sabe, aprovecha la retracción de la ola, lo que llaman “el reflujo”. Si tenés práctica, te das cuenta por los latidos del corazón. Cuando te electrocutás, la taquicardia no es pareja, bombeás rápido pero con arritmia. Entonces, si uno sabe escuchar los latidos, se desconecta cuando la frecuencia lo permite, que es en los momentos de marea baja, cuando el ampere es más chico. Ahí te desconectás. La electrocutación es una cosa de otro mundo, aunque esto que digo es una paradoja, porque electrocutarse es meterse como nunca en este mundo y todo lo que eso significa, incluido tu propio cuerpo. Me gusta electrocutarme entre una y dos veces por semana. Mañana voy a cumplir 39 años y la verdad que me siento un pibe. Hablando de pibes, hace tiempo que le estoy enseñando el oficio al mío, al mayor. Además tengo una hija, más chica. A mi mujer no le cuento nada de todo esto, porque no me entendería y seguro que me arma quilombo. Hoy a la tarde vamos a ir con mi hijo a la fábrica de un amigo mío, que también conoce el oficio. Nos vamos a electrocutar un rato. Seguro va a estar bueno, porque ahí tienen fuerza motriz, circuitos trifásicos de 380 voltios.



Publicado en el interpretador.