jueves, enero 12, 2006

Sol blanco

Me encanta el sol en invierno. El sol blanco de julio es muy copado, a la mañana sobre todo. Yo soy bastante sensible a esas cosas. Y no es que ahora me esté agarrando el viejazo, siempre me fijé en esos detalles. Acá "fijar" me sirve de otra manera. Las palabras son algo muy flashero. Porque antes yo dije "me fijé", queriendo significar prestar atención o concentración o algo así. Pero fijar también es detener algo, asegurarlo en otra cosa. Y es justamente eso lo que siento que hago muchas veces. Ojo, con esto que digo no me quiero hacer el especial ni nada por el estilo. Me imagino que a muchas personas les pasa lo mismo. Es tanto fijar como fijarse uno. Lo primero que se me viene a la cabeza es fijar algo en el piso. Estar sentado al sol (blanco) y colgarme con una piedrita, un palito, o una hormiga capaz. Es muy tranquilizante. Y a mí me viene bien, porque soy nervioso. Mejor dicho: ansioso. Y siempre quiero controlar todo. Tengo una especie de obsesión por el control. Controlar el mundo a mi alrededor, a la gente. Pero el sol blanco me desarma. Cuando le presto atención, por supuesto. "Prestar atención": esto me interesa también. Esta idea de "prestar". ¿A quién le prestás? Me llama la atención. ¡Me llama la atención! Uh, esto se puede volver interminable. Bue, tampoco me quiero ir por las ramas. Volviendo a lo del sol blanco. Me parece que es una pelotudez más grande que una casa. Digo: si está nublado también me puede pasar, ¿o no? Es más, ahora que lo pienso sí que me pasó estando nublado. Me refiero a esa sensación de paz. Caminar por callecitas donde no hay nadie, en días nublados, con viento. Muy bueno. El viento es fundamental. Como el sol blanco. Caminar contra el viento si es posible, que pegue en la cara. Un día así me fui hasta la Richieri. Estaba aburrido, supongo. Mis amigos no estaban. A Martín lo fui a buscar pero no lo dejaban salir y en lo del Cabezón me dijeron que se había ido y que no sabían adónde. En fin, me fui a la Richieri. Siempre me gustó bajar la loma de Giribone. En una época la bajaba con la bici y en la esquina de Barros Pasos me agarraban delirios suicidas, porque soltaba el manubrio y abría bien los brazos, cerraba los ojos y pedaleaba más rápido. Nunca me pasó nada. Pero me podría haber pasado. Tranquilamente. Cuando llegué a la autopista me crucé con un tipo que iba fumando y le pedí uno. Yo no fumo. No me llama. Además nunca aprendí. No sé tragar el humo, siempre toso. Pero me dieron ganas. No sé. Lo vi tan tranquilo con su cigarrillo, caminando en el día nublado con viento, que me dio envidia. El tipo sacó el paquete y me convidó. Después me dio el que estaba fumando para que encienda el mío. Ahí está la idea de "prestar". Basta! Crucé el guardaraid y bajé unos metros por la montañita de pasto. Me senté abajo de un árbol a fumar. Miraba pasar los autos. A mi alrededor, las hojas secas iban y venían. Había remolinitos de viento. La sensación de paz era muy fuerte. Pero después de un par de minutos, de golpe me sobresalté. Alguien me llamaba por mi nombre, a los gritos. Juaaaann!! Juaaaaann! Era el cabezón arriba de un caballo. "¿De dónde lo sacaste?" "Me lo prestó el escobita. ¿Querés dar una vuelta?" "Bueno." Si hay algo que me gusta en este mundo es andar a caballo. Subí Giribone. En la esquina de Barros Pasos hice la que hacía siempre con la bicicleta. ¿Pero esta vez qué peligro podía haber? Arriba de un caballo sos poderoso. Nada te puede pasar arriba de un caballo. Enfilé para Ugarte. Le quería mostrar el caballo a mi familia, sobre todo a mi viejo. Me bajé y lo até al canasto de fierro que mi papá construyó para poner las bolsas de basura. Los vecinos se paraban a mirar. Quise entrar a mi casa, pero estaba cerrado. Para colmo me había olvidado las llaves. Toqué el timbre. Toqué el timbre. Mil veces toqué el timbre y nadie salía. Grité: Maaaaaaa! Paaaaaaaa! María Laaaaauraaaa! María Ceciiiiiliaaaaa! Qué raro, porque siempre había alguien. Estuve un rato largo, hasta que me cansé. Má sí, y agarré viaje a todo galope. Estuve dando vueltas por el campito. Cuando volví a la Richieri el cabezón me re puteó porque tardé un montón. Se subió al caballo y rajó para Olavarría, que se lo tenía que devolver al escobita. Yo volví a mi casa. Esta vez entré sin problemas: estaba abierto. Se me ocurre que tanto mis viejos como mis hermanas me hubieran dicho que siempre estuvieron ahí, pero que no oyeron nada. "Qué raro", les hubiera contestado. De este modo sería una especie de final fantástico, inquietante. Pero ese diálogo nunca pasó porque no les hablé del caballo. Quería darles la sorpresa otro día. Pero ese día nunca llegó. No sé por qué. Y como ya pasó mucho tiempo, la verdad que podría contarles. Pero un poco me resisto. Como que se perdería algo si lo hiciera. Me está doliendo la cabeza. Afuera está todo mojado. Viene un vientito fresco. Recién estaba lloviendo. Escucho el cepillar de una escoba en la vereda. Hace rato que no se oye pasar ningún auto.

4 comentarios:

Ramón Paz dijo...

muy bueno, rex
me gustan mucho los finales "para adentro". esos finales que suceden dentro de la cabeza de los personajes, en su intimidad, sin que nadie más se entere. esa cosa de "no se lo dije a nadie" es poderosa.
y el viento, y el caballito...
abrazo

Pablo dijo...

Re bien, Rex...Los cuentos de barrio siempre me gustan.

Unknown dijo...

Rex, para mí que ese faso era otra cosa y usted se quedó dormido y soñó todo el mambo del caballo.

Aunque me puedo equivocar.

De todas formas, entre las cavilaciones del principio y el final para adentro, como dice Paz, el cuento tiene relieve. Siga, maestro, nosotros leemos

José Ianniello dijo...

uy, me dieron ganas de salir a la calle y buscar ese viento en contra y pensar y pensar con una ramita en la boca...igual tendría que teletransportarme urgentemente, mínimo para escapar del once.
y se me vino, como mantra climático, una canción de djavan...

un día frío, un buen lugar para leer un libro.

un abrazo, che.